Uno de los documentos falsificados que más rentabilidad ha aportado a la Iglesia católica es el famoso decreto conocido como La Donación de Constantino —Constitutum Constantini o Privilegium Sanctae Romanae Ecclesiae—, fechado el 30 de marzo del año 315. En este texto, que se presentó como redactado por el propio Constantino, al margen de relatar su proceso de conversión, por obra del papa Silvestre,1 el emperador dejó sentado que «tanto más cuanto que nuestro poder imperial es terrenal, venimos en decretar que su santísima Iglesia romana será venerada y reverenciada y que la sagrada sede del bienaventurado Pedro será gloriosamente exaltada aun por encima de nuestro Imperio y su trono terreno. (...) Dicha sede regirá las cuatro principales de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, del mismo modo que a todas las iglesias de Dios de todo el mundo. (...) Finalmente, hacemos saber que transferimos a Silvestre, papa universal, nuestro palacio así como todas las provincias, palacios y distritos de la ciudad de Roma e Italia como asimismo de las regiones de Occidente».
Esta criminal falsificación, elaborada por orden del papa Esteban II (752-757), fue empleada por éste para forzar la alianza militar del rey franco Pipino y de su hijo Carlomagno con la Iglesia para combatir a los longobardos, que amenazaban las riquezas y poder del papado romano. Tras la derrota de los longobardos, el rey Pipino, convencido por el engaño de que Esteban II era el sucesor de san Pedro y del emperador Constantino, devolvió a la Iglesia católica todas las tierras que por derecho le pertenecían merced a La Donación de Constantino.
Mediante esta estafa la Iglesia católica acumuló un patrimonio y un poder tan inmensos que aún hoy vive de las rentas de aquel magno e infame delito, origen del Estado de la Iglesia. El texto más antiguo que se conoce de esta Donación figura en los manuscritos de las Decretales seudoisidorianas (c. 850), pero no fue usado públicamente hasta el siglo XI, cuando ya todos daban por real y auténtico un documento que bien pocos habían visto. El papa León IX (1049-1054), en sus escritos, citó amplios pasajes de la falsa Donación para justificar el primado del obispo de Roma, pero no fue sino con el papa Gregorio VII (1073-1085) que la doctrina jurídica diseñada por el engaño pasó a ser una base fundamental del derecho canónico. Los papas posteriores, como Urbano II (1088-1099), Inocencio III (1198-1216), Gregorio IX (1227- 1241) o Alejandro VI (1492-1503), emplearon con fuerza la Donación para imponer príncipes, anexionarse territorios, etc.
Una curiosidad histórica de este monumental engaño, que tanto perjudicó a los reyes europeos, es que siguió surtiendo efecto a pesar de que el emperador Otón III (983-1002) ya había denunciado la falsedad de la Donación ante el papa Silvestre II, declarándola nula y dejándola sin efecto; en el documento de Otón III, fechado en el año 1001, tras repudiar la corrupción y malversación de riquezas que había caracterizado a los papas, se dice: «Torcieron las leyes pontificias y humillaron a la Iglesia romana, y algunos papas fueron tan lejos que hasta pretendieron la mayor parte de nuestro imperio. No preguntaban por lo que habían perdido, por su propia culpa, ni se preocuparon por cuanto habían dilapidado en su locura, sino que habiendo dispersado a todos los vientos por propia culpa sus posesiones, descargaron su culpa sobre nuestro imperio y pretendieron la propiedad ajena, a saber, nuestra propiedad y la de nuestro imperio. Son mentiras inventadas por ellos (abillis ipsis inventa), y entre ellos el diácono Juan, por sobrenombre Dedo-cortado, redactó un documento con letras de oro y fingió una larga mentira bajo el nombre de Constantino el Grande (subtitulo magni Constantini longi mendacii tempora finxit).» 2.
La impostura fue finalmente detectada en 1440, cuando Laurenzio Valla, canónigo de Letrán y secretario pontificio, analizó el texto y afloró todos los elementos estilísticos e históricos, anacronismos incluidos, que demostraban la falsificación; pero el miedo de Valla a ser ejecutado por el papa, retrasó la
publicación de su hallazgo 3. hasta 1519, el mismo año en que Martín Lutero, y no por casualidad, comenzó su pulso contra la Iglesia al criticar con dureza el descarado negocio pontificio de las indulgencias.4. La Iglesia católica, claro está, siguió defendiendo por la fuerza la autenticidad de La Donación de
Constantino, no reconociendo la falsificación hasta el siglo XIX, cuando los jefes de las naciones europeas ya no estaban por la labor de seguir dejándose extorsionar desde el Vaticano.
De todas formas, en virtud de alguna norma de moral cristiana que desconocemos, la Iglesia católica, a pesar de haber fundado su Estado y su poder temporal sobre esta estafa y el expolio consiguiente, no ha hecho aún ni un amago de arrepentimiento, ni tampoco un gesto para devolver su patrimonio ilícito a sus legítimos propietarios, antes al contrario, como en los tiempos de Otón III, la jerarquía católica le sigue exigiendo a la sociedad civil que le financie su pésima gestión.
1. Que es absolutamente falso en todos sus aspectos, aunque de él haya derivado la leyenda cristiana de ese cruel emperador. La Legenda sancti Silvestri, originaria de la Roma de finales del siglo V, narra cómo el papa Silvestre curó de lepra a Constantino, que era un perseguidor de los
cristianos, convirtiéndole así a la fe de Cristo y bautizándole en prueba de ello; pero el emperador ni tuvo lepra, ni persiguió jamás a los cristianos — sino todo lo contrario—, ni fue católico, ni lo bautizó Silvestre, que murió dos años antes de que Constantino recibiese las aguas bautismales. Tal como ya vimos, Constantino fue oficialmente un pagano mientras dirigió la Iglesia y sus concilios, declarándose vicarias Christi, ya que sólo accedió a bautizarse en el lecho de muerte y lo fue por Eusebio, un obispo arriano, eso es miembro de la herejía más opuesta a la católica que hubo en esos siglos.
2. Cfr. Deschner, K. (1995). Historia criminal del cristianismo. Alta Edad Media: El auge de la dinastía carolingia (vol. 7), p. 120.
3. Editado por Ulrico de Hutten.
4. Aunque no sea el objetivo de este trabajo, llegados a este punto no podemos menos que decidir añadir, en un anexo al final del libro, la transcripción de un documento que obra en nuestro archivo desde hace muchísimos años. Se trata de la llamada Taxa Camarae, promulgada en 1517 por el papa León X, que es un listado de los precios que había que pagar al pontífice para poder obtener el perdón por la comisión de los crímenes más abominables. Dado que este texto, de gran importancia histórica por haber sido la espoleta de la ruptura entre católicos y protestantes, es desconocido para la mayor parte de la población, resultará tanto más indicado el recuperarlo en favor de la memoria colectiva.
"Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica" Pepe Rodríguez.
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