El cuerpo suda con el calor, el viento frío seca el sudor y el cuerpo entra en estado subordinado, bajo, inferior, o simplemente imperfecto. Esto nunca ocurre con cualquier sujeto preparado en los diferentes cuerpos sutiles de la perfección. Por eso hablamos de perfección. La perfección es posible y la naturaleza es un ejemplo clarísimo, diáfano. Sus cuerpos son en cuerpo y alma (totalmente) perfectos y, por ello, en cuerpo y alma (totalmente) están equipados a la perfección para pervivir cualquier situación o coyuntura, siempre que trate de supervivencia; y es ahí donde entran una vez más y ya vistos los diferentes cuerpos sutiles de la perfección, en la supervivencia de los mismos y de todas sus analogías o semejanzas. Hay algo aquí una vez más diáfano: el Amor. Todo es Amor y con Él todo tiene semejanza a magnitudes imposibles, quiméricas; y también es llamado inquebrantable, indestructible o inalterable; y también es correcto llamarlo apartadamente: intocable, impalpable o incorpóreo; y es esta última palabra la que lo vuelvo incorporal o fuera de cuerpo, es decir, de un momento a otro nos damos cuenta de que somos inmortales gracias al Amor.
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