Entrar a un salón de cirugía si vamos a ser el objeto de la operación no es una idea que nos agrade. La primera vez que me tocó no pude ni pensar mucho pues fue de urgencia, esta vez, la segunda, una operación programada me tenía algo preocupada.
Los pacientes en la sala preoperatoria teníamos todos la misma cara de asustados, fingiendo en vano no estarlos. La enfermera muy amable se acerca y me dice: ¿No te acuerdas de mí?, estudiamos juntas en el pre_ Feliz de ver un rostro familiar le digo que sí la recuerdo y entonces cumple con su misión de sedarme y para eso me propina una inyección en el muslo, que según ella el dolor es menor en esa zona que en los glúteos, y yo pues contenta.
Un camillero me transporta hacia el salón operatorio ya sedada y el grupo de médicos con rostros amables empiezan a conversar conmigo haciendo bromas para relajarme. El anestesista comienza su labor, se cierran mis ojos sin embargo.
¿Cómo es posible que puedo escuchar todo lo que hablan si me han puesto anestesia general?
Escucho con perfecta claridad: Ten cuidado...tiene quistes...Cuidado que está sangrando...Hay un tumor...cómo es que no vieron esto antes...
Y yo comienzo entonces a tratar de abrir mis ojos, quería hablar, pero no lo lograba, traté entonces de mover piernas y manos para que se dieran cuenta de que estaba consciente, aunque gracias a Dios no tenía prácticamente sensibilidad al tacto, al parecer aunque no sentía me estaba moviendo y entonces escuché: ¡La paciente está despierta!, tranquila, ya casi terminamos, tranquila. Y pude sentir sus manos sujetando mis brazos.
Ya sabiéndome despierta volvieron a bromear conmigo, buscando arrancarme una sonrisa: Muchacha, recuerda tomar algo de sol en esas piernas que las tienes blanquísimas.
Yo que antes ya temía a la cirugía después de esto más y todo parece indicar que aún me aguarda una tercera vez.
Besos a toda la gente que quiero en Monos
Marcadores