CUATRO.- (ATENCIÓN.- NO LEERLO HASTA HABERLO HECHO CON LA PRIMERA PARTE: "ME VOY A CUBA PARTE 1". Este es el final del relato, que no cabía en un solo post. Leído así, sin más, no tiene sentido. Por favor cualquier comentario al finalizar la 2ª parte, pues es un único relato, dividido, para no tener que eliminar parte del texto. Gracias. Ebúrnea).
Dolores, sentada en el porche, a la sombra de la gran parra de la entrada, repasa la ropa. Piensa en aquello que aprendió de pequeña en el catecismo cuando le hablaban del limbo: Un lugar sin pena ni gloria. Esa es su vida. ¿Tiene quejas?. No, su vida es un pasar, un transcurrir del tiempo sin emociones. La pequeña Victoria corretea. Hoy, como todos los martes y jueves ha venido Pascual el mozo de la finca para traer todo lo que necesitan: leña, fruta, hortalizas, caza. Pedro no quiere que falte nada. Hay días que llega tarde, la finca es grande y tiene que estar en todo. Cuando llega se sienta en su despacho y le dan las tantas con las cuentas. La niña y ella y ya están dormidas cuando él se acuesta.
Pascual tiene veintiocho años; siete menos que Dolores y doce menos que Pedro, que va a cumplir cuarenta. Es un chico alegre, que siempre tiene algo que contar y que tiene un pelo como el azabache. ¿Cómo puede brillar tanto el pelo?. Brilla para hacer juego con los ojos, piensa Dolores, sin querer pensarlo.
“Los ojos”, piensa Dolores, sin quererlo pensar: ¡Qué ojos!
- Hola Dolores, qué bien andamos ahí, ¿eh?.
- Hombre andar, lo que se dice andar… estoy cosiendo
- Es una forma de hablar. Dichosos los ojos
Dolores piensa un momento en el tuteo, en las confianzas que se toma; ella es la señora. Pero de sobras saben todos lo que saben y.. sospechan… lo que sospechan.
- No habría un vaso de agua fresca para un pastor
- Tú no eres pastor.
- Yo soy de todo, ¡ja, ja!. Como tú. Lo mismo valemos para un roto que para un descosido.
Poco a poco, Dolores nota que cuenta los días pensando sólo en martes y jueves como referencia. Ahora hablan menos, pero se miran más y bajan más pronto los ojos. Poco a poco, él va tomando el vaso de agua cada vez más cerca y ocasionalmente se rozan la mano. Ambos sienten una corriente eléctrica por la espina dorsal. Lo saben.
Una tarde en que Victoria dormía la siesta él la cogió de la mano. Caminaron hasta el remanso, donde brota el manantial. Los copos apenas se mecían por el viento y la hierba ofrecía plácido lecho. Ambos supieron por primera vez que es imposible ser más feliz. No hablaban de ello, pero las ausencias de la casa cada vez se prolongaban más.
Algo le dijeron o algo sospechó Pedro, porque habló con ella. Por supuesto lo negó. Él le dijo que entendía los sentimientos, pero que debía recordar el pacto: Victoria debía estar atendida en todo momento, no podía quedarse sola jamás.
Por supuesto, ella lo sabía y así selo prometió y dijo no hiciera caso de habladurías, que siempre se habían cebado con ella. Pedro pasó a vivir con ansiedad que intentaba apartar de sí sin éxito.
Victoria, Victoria…siempre Victoria. Dolores empezó a vivir su cuidado como una condena. Sólo deseaba que fuera martes o jueves a las cinco en punto. Y caminar al lecho verde del remanso, donde brota el manantial. Al lugar que ella consideraba ya su verdadero hogar. El sitio donde empezaron a hacer planes para escaparse juntos. En tanto Victoria se acatarró un día que se mojó con agua recién sacada del pozo. Estaba fría y cuando Dolores se dio cuenta la niña tiritaba. Aunque la cambió en seguida la niña tuvo algo de fiebre esa noche.
Se llamó al doctor, que diagnosticó bronquitis y prescribió un buen jarabe. Victoria empeoró y Pedro empezó a ponerse nervioso. Comenzó Dolores a conocer al gran desconocido: su marido. Sólo abría la boca para reprocharle que no hubiera cuidado suficientemente a la niña. El engaño amoroso le daba un poco igual; en realidad desde que murió su mujer le daba igual todo, excepto la pequeña Victoria. Enloquecía de pensar que pudiera ocurrirle algo.
Y algo ocurrió.
El 21 de marzo de 1917, día en que empezaba la primavera y el campo se cuajaba de verdor y parecía explotar de vida, las campanas comenzaron a tañer. Su tañido era de gloria, pues nunca suenan a duelo cuando muere un niño, que por ser inocente, un “ángel del señor”, va directamente al cielo.
El pequeño féretro blanco fue situado junto al de Victoria madre. Todavía vivía Victoria abuela, pero no fue al cementerio; el médico le había dado un tranquilizante y dormía entre las sábanas que ella había bordado con sus propias manos para el ajuar de su hija.
Pedro no volvió a la casa que tiene una gran parra en la puerta para dar sombra. Se negó en redondo a ver a Dolores. A hablar con ella. Dio órdenes de que nadie se la mencionara y se marchó de momento a vivir por un tiempo casa de su primo Javier, que a falta de hermanos era, desde pequeño, su gran apoyo.
…………………………………………………………………………………………………………
CINCO.-
Ni siquiera fue al notario para arreglar sus bienes. Fue de visita durante dos o tres días a casa de amigo y de amigos de toda la vida.
- Javier, la tengo que matar.
- ¿Qué dices, hombre. No sabes de qué hablas, desvarías.
- Lo tengo todo pensado. La vida no me importa. No vive ninguna de mis Victorias. No puedo hacer nada contra la tuberculosis, pero sí puedo contra Dolores. La primera mató a mi primer amor, Victoria y la segunda ha descuidado a mi pequeña y con eso se ha convertido en su verdugo. No puedo ir a mi casa, no puedo verla, sólo de oír su nombre me pongo enfermo.
- Márchate, Pedro. Vete una temporada.
- Es igual, no voy a olvidar y cuando vuelva estaré con la misma idea. Pero tengo miedo, no sé por qué. No temo nada; yo mismo me entregaré, pero… nunca he matado una mosca; temo que me falte valor.
- Márchate entonces y no vuelvas. No gires la vista atrás. Márchate lejos y mantén contacto conmigo, que yo sepa de ti y de tu nueva vida.
- Tienes razón. Pedro se echó a llorar con desconsuelo. No había opción: O mataba a Dolores o se iba para siempre.
- Me voy a Cuba, dijo.
- Muy bien. Mientras viva, sabrás todo de tu familia y de tu pueblo. Pero, ¿Por qué a Cuba?.....Ya sé: Porque está lejos.
El dos de mayo de 1917 se embarcó. En cubierta, mientras el barco hacía la maniobra de desamarre le dijo a uno que se había situado junto a él y a quien no conocía de nada: - Me voy a Cuba. Yo también, le respondió el otro. Cada uno dirigió la vista a un lado y ya no volvieron a encontrarse durante la travesía. Pedro siguió con la mirada perdida, aun después de que España fuera sólo un punto muy pequeño en el horizonte
Junio, 2013 Ebúrnea
Marcadores