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Tema: El problema del negativo de la conciencia; su ser interno

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    Predeterminado El problema del negativo de la conciencia; su ser interno

    La estética viene dada como si fuese una impresión (una huella, como la llamaban los filósofos de hace más de cuatrocientos años) que, momentáneamente, se presta al sujeto.

    Una cuestión muy interesante sería conocer las modificaciones de las ideas sensibles en experiencias sin sensibilidad, experiencias, pues, distantes. De hecho, es la hipótesis fundamental de Distancia psicológica: la sensibilidad no es continua con su conciencia más inmediata.

    Ahora bien, la cuestión es si hay una discriminación de la estética en forma de un sentimiento que sea distinto de la sensibilidad citada, un tono afectivo propio de una conciencia particular apercibida que, falsamente, se apropia de lo que no es suyo.

    No omito el importantísimo detalle de la parte activa de las ideas sensibles, este es, que lo pasivo de la idea no es una hipótesis neutra o, en el mejor de los casos, simplemente, negativa; muy al contrario, la urgencia del sentimiento es una respuesta activa que desencadena una conciencia (el sentimiento es, fenomenológicamente, posterior a su afecto más inmediato, la, así llamada, "emoción").

    La idea del otro es una idea de él, fundamentalmente, falsa; pivotea sobre ella como si fuese, igualmente, de acá para allá. Interpreta su objeto como si no esperase nada de él; sin embargo, su experiencia es especialmente significativa cuando su indiferencia no aguanta más y su diferencia se abre camino, en su faceta moral, cuando aparece el otro; dicho con una imagen muy clara que no deja lugar a dudas: la balanza se inclina de un lado.

    Hace tiempo señalé que la importancia del otro es interna. El otro externo es aparente e históricamente inverso; viene de fuera a dentro, sigue el mismo camino para ir que para venir; cambia de posición, no de centro, sin cambiar nada más; entra y sale por la misma puerta. Sucede como una copia de uno pero al revés; es uno visto en su apariencia, desde fuera. El otro es, mejor visto, la extensión de un espacio íntimo, una distancia interna; no es el espacio de los sentidos. No es un libro que progrese leyendo más páginas, sino haciendo propio lo leído.

    El otro aparente es, dicho así, demasiado lento como para aprovecharse de la ventaja que supone la experiencia moral; uno va detrás del otro reemplazando una experiencia subjetiva por la extensión que el otro aporta.

    Para poder pensar al otro hace falta elaborar una idea de él. Si no hay tal idea, el otro no es pensable en su importancia sino de manera indiferente; sin esta idea del otro, el otro se piensa como si se tratase de un objeto cualquiera. Así pues, el otro es pensable en tanto haya una idea pensada para él.

    La falta de la que el otro se sirve no es una idea contrapuesta a algo que la produzca de modo dialéctico, que desencadene su contradicción. “Uno” y “el otro” son dos casos de un mismo tipo que, en lugar de contradecirse, se mantienen a tono; están interconectados. Empero, no toda declinación del otro es una ventaja sin dialéctica propia, como la experiencia inversa del otro conmigo. Tampoco es una sustitución de una cosa por otra, el "uno" por "el otro", como si fuesen términos perfectamente intercambiables. Por tanto, la diferencia del otro es en relación a lo mismo; es una presencia que exige sitio.

    Como se ve, parte de la problemática del pensamiento del otro reside en que su experiencia fenomenológica, esta es, su contenido más inmediato a la conciencia, está por delante y su posición no guarda correspondencia con su sitio posterior (esto se comprobaría fácilmente con una simple prueba de estrés visual de un otro aparente dependiente de un otro más al fondo); el otro exige mucho más esfuerzo que un objeto cualquiera, urge adaptarse a él. Ya sea el otro por fuera, ya sea por dentro, su centralidad es indeterminada; su centralidad está desplazada hacia él.

    La falta de la que el otro se sirve produce algo que, antes de él, a solas, no había; no es, pues, que no esté, como si no ocupase sitio. El otro ocupa un sitio interno; el otro no es sólo estética

    Que el otro sea estética es buena parte de su importancia y de la falta que produce su ausencia; no es, pues, una falta sobre nada sino una extensión afectiva con forma inversa. Se siente al otro, pero a distancia consigo mismo; uno mismo es desplazado por el otro. La presencia de otro es, por encima de todo, activa; lo cambia todo.

    El otro no es indiferente, sino que está en ventaja; está presente sin permiso alguno. Si el otro fuese indiferente, no habría una extensión inmediata. El otro es el contenido más inmediato a la espera. A este propósito, hace poco más de un año, en Otro a priori, reconocí en Kierkegaard una de las pocas reflexiones con las que, de alguna manera, me identifico.

    Conviene advertir que la declinación de los términos negativos tiene una validez de muy corto recorrido; son conceptos pensables sin generalidad, inducciones sin autenticidad. Ideas como "no-algo", "nada", "ausencia", "falta" o "vacío", especialmente incómodas al pensamiento, puesto que no tienen sitio en él (¡no hay qué pensar!), son ideas esencialmente inapropiadas para un pensamiento simple (un pensamiento no problemático que sólo entiende lo que tiene delante). Semejantes ideas confunden ideas con palabras, que tratarían del lenguaje, no de filosofía del pensamiento. Las ideas negativas sólo son ideas pensables con una extensión íntima de su idea, con una idea para su idea.

    Las ideas del pensamiento son pensables si hay una ventaja con respecto a su experiencia más inmediata; incluso, son ideas perfectamente pensables, en el sentido de que son ideas a priori.

    Recientemente me han señalado que la idea de un tono o matiz, en términos de una reflexión sobre lo afectivo, no es intuitiva. Desconozco si hay más gente que piense de esa manera y si soy tan anti-intuitivo como pretendo, que daría cuenta de por qué mis ideas no son fácilmente entendibles. De no haber estas diferencias de superficie y no, generalmente, de fondo, ¿de qué trataría su reflexión?.

    Los afectos no son inmediatamente cognoscitivos. Estrictamente hablando, para que los afectos fuesen inmediatamente cognoscitivos debieran ser intuiciones absolutas sin posible modificación, debieran ser experiencias indiscriminadas en las que la conciencia no tendría suficiente espacio como para alojar un “yo” que se reafirmase incondicionalmente. ¿Qué parte le quedaría a una conciencia propia para que pudiese poner sus condiciones (digo conciencia propia como si dijese sustancia personal; sería una conciencia personalmente indeterminada, sin garantía para identificarse personalmente con ella)?. Por el contrario, la repetición de una conciencia debiera ser la base en la que se estructurase cierta densidad. Vg. la distinción entre un estímulo visual y su identificación; o “ver” (sin una conciencia asociada al estímulo) y “mirar” (con una conciencia asociada que se apercibiese como si en la apercepción se constituyese una distinción por sí misma y activa consigo misma, esto es, sin necesidad de nada más).

    Por último. quiero señalar que llevo un tiempo notando que el tema afectivo se ha convertido en una moda con posibilidades más ideológicas, o retóricas, que es lo mismo, que filosóficas. Se habla mucho de las emociones, lo positivo de las mismas, la importancia de los sentimientos, etc.; me suena a sensiblería, hipocresía e infantilismo; es más, hace años arremetí severamente contra ese tipo de ideas con la expresión “ética infantil”.
    Última edición por ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO; 10/05/2013 a las 09:15

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