Helada sempiterna
arrojada a un mar de sangre
y hierros hervidos yacientes
bajo esos ojos atentos al horizonte.

El eterno retorno sucumbe a los cielos,
zeus retoma su furia
acribillada por siglos,
reemplazada por una lasciva de amor y caridad,
que se funde en el sufrimiento
y la aceptación del masoquismo como vida.

Lluvias y truenos estremecen la cara de la nada
escondida en la penumbra
de un cuarto perfumado a mujer,
y el polvo baila
en la pista de un halo
que traspasa la córnea aclarando el color.

Sólo eso y nada más...
Los siglos son nada, y la nada es eterna
y punza hasta que las almas sangran
océanos de poesía,
secos, como una mente manipulada.