De todas formas estamos vivos, de todas formas estamos muertos.
Intersección calles 3 y 42. Una mujer pide limosna, un pibe vende medias y le doy lo último que me queda. Un tipo se aleja putiando.
Yo no dejaba de buscar su carita tras las ventanillas de los autos, la esperaba con su regalo preparado, una sonrisa en el bolsillo y mi bolso cargado de ilusiones y promesas. Recordaba todo lo que había pasado para estar con ella y me sentía bien…
Más de setecientos pesos en pasajes, un par de boletos de subte, dos días de tortura en una especie de convento y un retiro espiritual. Me había escapado de Medrano y llegado a plaza de mayo, estaba desierta y el cielo se caía de pesado. Unos canas uniformados a lo extraterrestre hacían guardia.
Tenía sueño y llegué a retiro mirando el reloj y prometiéndome que en poco todo tendría sentido. Cuando entré a la terminal de La Plata reconocí su sonrisa desde mi asiento. Me abrazó y se alegró de que estuviera bien “Buenos aires se levantó” me dijo y yo seguí caminando. Me tomó de la mano “Gracias por venir ¡Te quiero!”, me miraba con sus ojos profundos y brillantes, solo supe congelarme.
Las noticias hablaban de un derrocamiento y el humo de mi cigarro trepaba por las cortinas y bailaba bajo la araña que parecía caerse sobre mí, hubiese querido que caiga sobre mí. Ella me llamó a la cama. Me acosté y me dormí. Poco después desperté preocupada, busqué un libro y lo dejé. Dibujé y escribí toda la noche mientras el hielo se derretía en el vaso y en el tele brillaban esclavos de todos colores, vestidos de Liguria y otros casi desnudos, pero todos manejaban el país.
Do todas formas estamos vivos, de todas formas estamos muertos concluí y la desperté. Me la hasta que el despertador sonó, se fue y me quedé pensando en Marx, ya era hora de una revolución.
Me desperté asustada cuando el micro se vació, el conductor me dijo que estábamos en Villa Elisa, que aún faltaban unos minutos para llegar a La Plata y me tranquilicé.
Cuando entré a la terminal de La Plata no la vi, la busqué y la ubiqué a la distancia pero no reconocí esa cara triste ni ese caminar pesado. Me saludó como un hombre a su amigo y me invitó a su casa.
Intersección calles 3, 42, me dijo que la esperara, que buscaría su auto y vendría por mí.
Había pasado una hora y la sonrisa no se me borraba. Dos horas y negaba que pudiera hacerlo. Tres horas y sólo tenía una etiqueta casi vacía, frío, hambre y la letra de confesiones de invierno en la garganta mientras pensaba si Charly se había sentido así.
A las cuatro horas arranqué la tarjeta de la caja de bombones y la guardé. Le di la caja a la mujer que pedía limosna. Ahora había dos mendigos en la esquina, pero por lo menos había encontrado un rincón donde vivir, otra vez...
Marcadores