“SUITE FRANCESA” DE IRENE NÈMIROVSKY
Cuando se leen determinados libros, como es el caso de esta novela, en la que sabes que hay escondido tanto sufrimiento, nos paramos a veces a pensar, no ya en el libro que tenemos en las manos, sino precisamente en la suerte de poderlo tener, leer, disfrutar: Relativizamos nuestro propio sufrimiento, que no alcanza ni de lejos las cotas de lo que otros humanos han llegado a vivir.
Pensé esto una vez más, leyendo a Irene Nèmirovsky (Kiev,1903- Auschwitz, 1942), en esta su última e inacabada novela “SUITE FRANCESA”. Lo escribió en pésimas condiciones, acuclillada en el campo, alejada de la ciudad, en la Francia invadida por Alemania durante la II guerra Mundial. Escrito con letra muy pequeñita, para ahorrar papel, lo concibió como una sinfonía, que debía estar dividida en partes. Lo escondía en una maleta, sabedora de que su vida, como judía que era, estaba en peligro bajo el gobierno colaboracionista del Mariscal Petain. No se equivocó, puesto que fue deportada y terminó en el campo de exterminio de Auschwitz, donde fue gaseada. Su esposo, Michel Epstein, que hizo lo indecible por encontrarla cuando se la llevaron, también fue finalmente detenido y asesinado en 1942.
Antes de iniciar su viaje sin regreso, Michel dejó a sus hijas la maleta y les rogó que la cuidaran. La policía buscó a las niñas para deportarlas también, pero gracias a su profesora que les procuró escondites, sobre todo en conventos, se salvaron. Fue en los años 2000 cuando las hijas descubrieron el manuscrito inacabado de su madre en un doble fondo de la maleta. Su publicación en 2004 desencadenó un fenómeno editorial casi sin precedentes. Fue traducida a 39 idiomas y obtuvo múltiples premios, en España el PREMIO DEL GREMIO DE LIBREROS DE MADRID.
En “Suite francesa”, Irene Nèmirovsky no cuenta la Historia con mayúsculas, sino la pequeña historia, la cotidiana, que, a su vez, es la grande: es la historia de la gente corriente, en su caso los franceses que no están en el frente ( mujeres, mayores, niños y alemanes del ejército, que transitoriamente viven en los pueblos, en la retaguardia). Todas estas personas viven situaciones a las que se han visto abocadas por las circunstancias de la guerra, circunstancias ajenas a su voluntad. De pronto empiezan a saber qué es el hambre , tener que huir por una u otra causa, sufrir por el hijo que quizá no volverá, alojar en la propia casa, donde ese hijo vivió, a un soldado ( o varios) alemán. A callar cuando antes hablaban con naturalidad… Aparece en estas circunstancias extremas lo mejor y lo peor de cada uno. Los hay generosos, pero abundan los delatores a cambio de trato de favor, los amigos pasan a no serlo si hay posibilidad de conseguir mejor posición, más comida….
Esto es lo importante de la novela: La guerra es la guerra, estamos acostumbrados a libros que cuentan estrategias y grandes batallas, pero Nèmirovsky nos cuenta la cotidianeidad de quienes la sufren. Dice Mario Vargas Llosa en su comentario titulado “BAJO EL OPROBIO”: “Escribo todavía sobrecogido por esa inmersión en el horror que es al mismo tiempo una proeza artística de primer orden, un libro de admirable arquitectura y soberbia elegancia, sin sentimentalismos, ni truculencias, sereno, frío, inteligente, que hechiza y revuelve las tripas, que hace gozar, da miedo y obliga a pensar”.
Añado yo, la tremenda injusticia de su deportación y asesinato, por su origen judío: pesa como una losa y es además como una mueca del Destino, porque la autora habla con sumo respeto y comprensión de los alemanes que están conviviendo en los pueblos con los franceses. Muchas veces quedan mejor parados que estos y su introspección y análisis de personalidades es interesantísimo. Esto ocurre básicamente en la 2ª parte, “DOLCE” en la que narra la relación en el pueblo de alemanes y franceses. Presenta a esos alemanes no como el enemigo, sino como seres humanos, algunos de exquisita educación, y describe una historia de amor imposible entre un oficial –compositor- y una joven francesa, cuyo marido, que está en el frente, nunca la amó y la engañaba, incluso la trataba groseramente. Es una historia de amor, donde todo se entiende entre líneas, nada es explícito, hay amor, pero ambos saben que están condenados a no encontrarse jamás: La historia los sitúa en bandos contrarios, ella casi no puede ni mirarlo, se siente vigilada por su suegra, sin embargo y aun sin palabras ambos han encontrado, en aquel pequeño pueblo francés lo que siempre anhelaron, pero jamás tendrán. Preciosa y trágica historia de amor, real , auténtica y sin concesiones al sentimentalismo.
Podemos observar, gracias a Irene Nèmirovsky, que esos alemanes tienen cara, alma, gestos, son humanos. ¡Qué lección de objetividad nos da!. Ella conoce la política antisemita y sabe que su vida está en peligro, pero no cae en la tentación burda de meter a todos en el mismo saco. No todos los alemanes son para ella nazis asesinos, ni todos los franceses unos benditos de Dios. El cosmos en que se desenvuelve la obra, un pueblo, como tantos otros, está lleno de gente poliédrica, con lados transparentes y con ángulos oscuros. Y hay alemanes, que están allí cumpliendo órdenes pero que son personas, con nombre y apellidos, no ALEMANES en el término genérico de la palabra. Todos, ella también, son presentados como víctimas de las circunstancias, pero no alude directamente a la guerra y sus causas. Ésta es el telón de fondo, que le interesa en tanto en cuanto es muy importante para retratar sus personajes.
Es una novela coral y vuelvo a repetir que la concibió pensando en la 5ª sinfonía de Beethoven y en Guerra y Paz, como arquitectura para su confección. Nunca la terminó.
Es un testimonio profundo y conmovedor de la condición humana. Debemos agradecer a sus hijas que nos hayan dado la oportunidad de conocer no sólo a su madre sino este ángulo de percibir los acontecimientos. Era muy frágil y probablemente murió muy pocos días después de salir del primer campo, Pithiviers, camino de Auschwitz. Su última carta es antes de emprender ese “viaje al Este, probablemente Polonia”, donde no sabía qué le esperaba y donde mostraba preocupación por haber olvidado sus gafas. Pide si pueden enviárselas y libros, por favor y , si puede ser un poco de mantequilla.
Estas son sus últimas palabras: “Jueves por la mañana –julio0 1942, Pithiviers (a lápiz y sin matasellos). Mi querido amor, mis adoradas pequeñas, creo que nos vamos hoy. Valor y esperanza. Estáis en mi corazón, amados míos. Que Dios nos ayude a todos”
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