Lo más importante del otro es que no es un objeto dialéctico; es un conflicto en potencia, y su actualidad se entreteje siguiendo un patrón a partir del que lo podemos conocer. Conocer al otro es la razón que subyace a todo conocer.
El otro es la principal condición extensiva. No hay nada en el mundo que se le pueda comparar. Absolutamente nada. ¿O no es la ciencia primerísima la especulación de un pensamiento, por sí, falto de objeto?. Vg. pensar el objeto supremo, este es, Dios.
¡A santo de qué se iba a pensar en algo si no hubiese sitio en el pensamiento para el otro!. El camino contrario, la dialéctica y la obsesión sustitutoria del pensamiento, conduce, irremediablemente, al instante de la falta y el error del pensamiento. Es por ello que el otro está ahí aun cuando no haya ningún otro ahí. El otro, pues, no es tautológico; mejor visto, ninguna extensión es comparable a él.
Es más que probable que el origen del otro se encuentre en la fenomenología de la escucha. La del origen lenguaje, por supuesto. Una contradicción de esta idea está en que los sordos piensan, como yo lo veo, mucho más que los que oyen. Por eso me extraña que los más grandes filósofos no hayan sido todos sordos. Una interesante variación de esta idea es algo que ya escribiera Schopenhauer acerca de que si la finalidad de los hombres hubiese sido pensar habrían nacido sordos.
Por otro lado, esta idea ha sido profundamente malinterpretada con ideas del tipo de la metáfora del espejo. Vg. la dialéctica y el psicoanálisis. Una es el encerramiento del pensamiento; la otra, su atajo indiscriminado. En esencia, son lo mismo.
Esta última idea la esbocé hace meses refiriéndome a la temporalidad del inconsciente. Que yo sepa es un tema que trataron Freud y Lacan. Aunque admiro mucho a Freud, no admiro en nada a Lacan. Si no estoy confundido, no hay temporalidad sin experiencia. ¿No será su conciencia, entonces, algo tardío que es sustancialmente distinto de su -propia- temporalidad?
El error del pensamiento, su pecado fundamental, está en que abstrae de suyo su causalidad. Vamos, que piensa de suyo, como digo, ¡de buenas a primeras!
La palabra no es sino el signo que representa al otro, nada más. Sin embargo, se piensa el otro como si el otro pudiera ser pensado de buenas a primeras, como se piensa una cosa cualquiera, como si fuese un pensamiento que no necesitase especial preparación.
Pensar nunca ha sido algo fácil, cómodo ni rápido. El pensamiento simbólico sólo tiene de pensamiento que lo neutraliza de una vez; invierte el pensamiento en su falta. No en vano, siempre he llamado a ese modo de pensar gramática de idiota; ¡porque no piensa!.
Pensar, más bien, es difícil, incómodo y lento, muy lento. Y así es que pensar el otro requiere filosofía. Pensar el otro no es “pensar” en él.
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