Tenía una muchacha joven que venía 3 días por semana para ayudarme en las tareas de la casa. A pesar de su juventud ya tenía hijos, y como el salario del marido era menguado, ella decidió colocarse como empleada de hogar. Me comentó que trabajaba todas las mañanas en varias casas.
-Su historia me pareció normal, aunque dejar los niños en la guardería le salía caro, con lo que ganaba aún le sobraba para el alquiler del piso. Todo normal.
-Un día me pareció que tenía los ojos enrojecidos. Había llorado. Cuando me conto su historia me dejó con la boca abierta.
-Tres hijos, todas las mañanas fuera de su casa, y al llegar a la suya su jornada no había hecho más que empezar. Bañar a los niños. Prepararles la cena y acostarlos. Después mientras esperaba a su marido, poner la lavadora con la ropa recién quitada a sus hijos, y si tenía suerte y estaba seca, mañana se la volvería a poner. Se ahorraba tener que plancharla y guardarla. Comprendí que todo lo tenía cronometrado no al minuto, casi podría decir que al segundo.
-Cuando venía el marido, cansado, normal porque trabajaba en la construcción, ya tenía la cena para ellos dos. Cenaban mientras él, le comentaba cómo había transcurrido el día. Luego antes de acostarse el padre se acercaba al dormitorio de los hijos para verlos durante unos minutos.-Hasta aquí todo normal, pensé yo, y casi no me atrevía preguntar el motivo del llanto. Podían ser muchas cosas. Sobre todo cansancio. Alguna discusión. Pero lo que me dijo, me dejó atónita
.-Su marido le comentó que cómo era posible que cuando le dejaba la ropa limpia en la mesilla de noche, no se fijara en si estaba del derecho o del revés. Él había hecho la prueba en alguna ocasión, de dejarla del revés, adrede, esperando que ella se diera cuenta, y al doblarla la pusiera bien, él esperaba tener la ropa en su sitio y a punto de ser usada.
-La pobre chica me miró consternada. ¿“Usted cree que eso es ayudar”? Me preguntó dolida. “No doy más de sí, doblo la ropa creo que sin darme cuenta de lo que hago, estoy agotada, suelo hacerlo bien entrada la noche.
-La miré y la verdad es que me sublevó aquella manera de proceder. Y no pude por menos que exclamar “Tu marido es un zoquete” Me salió del alma sin pensarlo.-Ella me miró interrogante. Seguro que no acabó de entender lo que quería decir la palabra.
-Y para no añadir más leña al fuego. La dejé con sus dudas, pensando en que a veces los hombres, llegan a pensar que sus mujeres…les pertenecen en cuerpo y alma, pudiéndose permitir el lujo de ponerlas a prueba, sin darse cuenta de la cantidad de horas que llegan a trabajar. Tanto las que lo hacen en la propia casa, como las que además han de ir a ganarse un salario, lejos del hogar.
.-Y me repetí a mi misma “Si señor…ZOQUETE” es lo mínimo que se le podía decir a aquel hombre, que en lugar de echarle una mano en el trabajo de la casa, le ponía trabas, era como si pusiera palos en las ruedas.
-Una aclaración, según el diccionario ZOQUETE entre otras cosas, es una persona ruda y tarda en aprender las cosas que se le enseñan.
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