Un desastre, un verdadero desastre, mi hermano se empeñaba en enseñarme a no perder el equilibrio, “no mires la rueda” me decía – tienes que fijar la vista delante de ti, pero no en suelo, ni en tus pies. “Pedalea con brío, no te pares”…
Me aseguraba que él, me estaba ayudando manteniendo el sillín bien agarradito, impidiendo que se decantara, y yo rodara por los suelos.
Saber que alguien me estaba ayudando me daba confianza, y con alegría veía que iba avanzando, hasta que me di cuenta que él, ya no tenía sus manos en el sillín. Al no saberme protegida… ¡Ah! entonces era cuando perdía el control y por supuesto el equilibrio, y me iba de bruces al suelo.
Las rodillas, y las manos llenas de pequeñas heridas eran las consecuencias.
Rasguños sin importancia, que se curaban con mercromina, y esparadrapo.
Con el paso de los años comprendí que la vida era casi como ir en bicicleta.
Sintiéndome protegida, si sabía que unas manos amorosas me cuidaban, no cabía duda, que las ruedas de la vida, como si fuera en bicicleta, irían rectas, sin tropiezos, bien encauzadas.
Aprendí con los años, que las cosas se consiguen a base de pensamientos positivos.
Sólo era cuestión de educar al cerebro.
Cosa realmente muy difícil.
Tenía que prescindir de ese hermano, - porque llegaría un momento en que no estaría a mi lado - para ser yo misma la que lo consiguiera.
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