A menudo se han aplicado mal los pasajes de Éxodo 3:13-16 y 6:3 para indicar que el nombre de Jehová se le reveló por primera vez a Moisés poco antes del éxodo de Egipto. Es cierto que Moisés formuló la pregunta: “Supongamos que llego ahora a los hijos de Israel y de hecho les digo: ‘El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes’, y ellos de hecho me dicen: ‘¿Cuál es su nombre?’. ¿Qué les diré?”. Pero esto no significa que él o los israelitas no conociesen el nombre de Jehová. El mismo nombre de la madre de Moisés —Jokébed— posiblemente significa “Jehová Es Gloria”. (Éx 6:20.)
Seguramente la pregunta de Moisés estaba relacionada con las circunstancias en las que se hallaban los hijos de Israel. Habían sufrido dura esclavitud durante muchas décadas sin ninguna señal de alivio. Es muy probable que se hubiesen infiltrado en el pueblo la duda y el desánimo, y como consecuencia se habría debilitado su fe en el poder y el propósito de Dios de liberarlos. (Véase también Eze 20:7, 8.) Por lo tanto, el que Moisés simplemente dijera que iba en el nombre de “Dios” (ʼElo·hím) o el “Señor Soberano” (ʼAdho·nái) no hubiera significado mucho para los israelitas que sufrían. Sabían que los egipcios tenían sus propios dioses y señores, y sin duda tuvieron que oírles mofas en el sentido de que sus dioses eran superiores al Dios de los israelitas.
Asimismo, se ha de tener presente que en aquel entonces los nombres tenían un significado real, no eran simples “etiquetas” para identificar a una persona, como ocurre hoy día. Moisés sabía que el nombre de Abrán (que significa “Padre Es Alto [Ensalzado]”) se cambió a Abrahán (que significa “Padre de una Muchedumbre [Multitud]”), y que el cambio obedeció al propósito de Dios con respecto a Abrahán. El nombre de Sarai también se cambió a Sara y el de Jacob, a Israel, y en cada caso el cambio puso de manifiesto algo fundamental y profético en cuanto al propósito de Dios para ellos.
Moisés bien pudo preguntarse si entonces Jehová se revelaría a sí mismo bajo un nuevo nombre para arrojar luz sobre su propósito con respecto a Israel. El que Moisés fuese a los israelitas en el “nombre” de Aquel que le envió significaba que era su representante, y el peso de la autoridad con la que Moisés hablase estaría determinado por dicho nombre y lo que representaba. (Compárese con Éx 23:20, 21; 1Sa 17:45.) Así pues, la pregunta de Moisés era significativa.
La respuesta de Dios en hebreo fue “ʼEh·yéh ʼAschér ʼEh·yéh”. Aunque algunas versiones traducen esta expresión por “YO SOY EL QUE SOY”, hay que notar que el verbo hebreo (ha·yáh) del que se deriva la palabra ʼEh·yéh no significa simplemente “ser”, sino que, más bien, significa “llegar a ser” o “resultar ser”. No se hace referencia a la propia existencia de Dios, sino a lo que piensa llegar a ser con relación a otros. Por lo tanto, la Traducción del Nuevo Mundo traduce apropiadamente la expresión hebrea supracitada de este modo: “YO RESULTARÉ SER LO QUE RESULTARÉ SER”. Después Jehová añadió: “Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: ‘YO RESULTARÉ SER me ha enviado a ustedes’”. (Éx 3:14, nota.)
Las palabras que siguen a esta declaración muestran que no se estaba produciendo ningún cambio en el nombre de Dios, sino solo una mejor comprensión de su personalidad: “Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: ‘Jehová el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y este es la memoria de mí a generación tras generación”. (Éx 3:15; compárese con Sl 135:13; Os 12:5.) El nombre Jehová viene del verbo hebreo ha·wáh, “llegar a ser”, y significa en realidad “Él Causa Que Llegue a Ser”. Este significado presenta a Jehová como Aquel que, con acción progresiva, hace que Él mismo llegue a ser el Cumplidor de promesas. De este modo siempre hace que sus propósitos se realicen. Solo el Dios verdadero podría llevar tal nombre de manera apropiada y legítima.
Lo antedicho ayuda a entender el sentido de lo que después le dijo Jehová a Moisés: “Yo soy Jehová. Y yo solía aparecerme a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios Todopoderoso, pero en cuanto a mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos”. (Éx 6:2, 3.) Dado que aquellos patriarcas, antepasados de Moisés, habían utilizado muchas veces el nombre Jehová, es obvio que Dios se refería a que se les había manifestado en la dimensión de Jehová solo de manera limitada. Para ilustrarlo: difícilmente se podría decir que aquellas personas que habían conocido a Abrán en realidad le conocieron como Abrahán (“Padre de una Muchedumbre [Multitud]”) mientras solo tenía un hijo, Ismael. A medida que le nacieron Isaac y otros hijos, y estos a su vez tuvieron prole, el nombre Abrahán adquirió mayor significado. Del mismo modo, también el nombre Jehová entonces adquiriría un significado más amplio para los israelitas.
Por lo tanto, “conocer” no significa simplemente estar informado o saber de algo o alguien. Nabal, un hombre insensato, conocía el nombre de David, pero a pesar de eso preguntó: “¿Quién es David?”, como diciendo: “¿Qué importancia tiene él?”. (1Sa 25:9-11; compárese con 2Sa 8:13.) De igual manera, Faraón le dijo a Moisés: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel”. (Éx 5:1, 2.) Con estas palabras Faraón estaba diciendo que no conocía a Jehová como el Dios verdadero, ni como alguien que poseyera autoridad alguna sobre el rey de Egipto y sus asuntos, ni que tuviera poder para llevar a cabo su voluntad como se había anunciado por medio de Moisés y Aarón. Pero entonces Faraón y todo Egipto, así como los israelitas, llegarían a conocer el verdadero significado de ese nombre, la persona a quien representaba. Como Jehová le mostró a Moisés, eso llegaría como resultado de que Él realizase su propósito para con Israel: liberar al pueblo y darle la Tierra Prometida, cumpliendo así el pacto que había hecho con sus antepasados. De este modo, como Dios dijo, “ustedes ciertamente sabrán que yo soy Jehová su Dios”. (Éx 6:4-8; véase TODOPODEROSO.)
Por lo tanto, el profesor de hebreo D. H. Weir dice que los que alegan que en Éxodo 6:2, 3 se revela por primera vez el nombre Jehová “no han estudiado [estos versículos] a la luz de otros textos; de otro modo se hubieran dado cuenta de que la palabra nombre no hace referencia a las dos sílabas que componen la voz Jehová, sino a la idea que esta expresa. Cuando leemos en Isaías cap. LII. 6, ‘Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre’, o en Jeremías cap. XVI. 21, ‘Sabrán que mi nombre es Jehová’, o en los Salmos, Sl. IX [10, 16], ‘Y en ti confiarán los que conocen tu nombre’, vemos en seguida que conocer el nombre de Jehová es algo muy diferente de conocer las cuatro letras que lo componen. Es conocer por experiencia que Jehová es en realidad lo que su nombre expresa que es. (Compárese también con Is. XIX. 20, 21; Eze. XX. 5, 9; XXXIX. 6, 7; Sl LXXXIII. [18]; LXXXIX. [16]; 2 Cr. VI. 33.)”. (The Imperial Bible-Dictionary, vol. 1, págs. 856, 857.)
La primera pareja humana lo conocía. El nombre Jehová no se reveló por primera vez a Moisés, pues el primer hombre ya lo conocía. El nombre aparece por primera vez en el registro divino en Génesis 2:4, después del relato de las obras creativas de Dios, e identifica al Creador de los cielos y la Tierra como “Jehová Dios”. Es razonable pensar que Jehová Dios informó a Adán sobre este relato de la creación. El registro de Génesis no especifica que lo hiciera, pero tampoco dice explícitamente que Jehová le revelara a Adán cuando despertó el origen de su esposa Eva. Sin embargo, las palabras que Adán pronunció al recibir a Eva muestran que se le había informado sobre cómo Dios la había creado a partir de su propio cuerpo. (Gé 2:21-23.) Sin duda hubo mucha comunicación entre Jehová y su hijo terrestre que no se refleja en el breve relato de Génesis.
Eva es el primer ser humano de quien se dice específicamente que usó el nombre de Dios. (Gé 4:1.) Es obvio que su esposo y cabeza, Adán, le enseñó ese nombre, y también fue él quien le comunicó el mandato de Dios concerniente al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo (aunque tampoco en este caso lo especifica el registro). (Gé 2:16, 17; 3:2, 3.)
Como se muestra en el artículo ENÓS, el “invocar el nombre de Jehová” que empezó en los días de Enós, nieto de Adán, fue con falta de fe y de una manera que no tenía la aprobación divina, pues entre Abel y Noé solo de Enoc (no Enós), el hijo de Jared, se dice que ‘anduvo con el Dios verdadero’ en fe. (Gé 4:26; 5:18, 22-24; Heb 11:4-7.) Noé y su familia transmitieron el conocimiento del nombre divino al período posterior al Diluvio, hasta después del tiempo de la dispersión de los pueblos en la Torre de Babel, y llegó al patriarca Abrahán y sus descendientes. (Gé 9:26; 12:7, 8.)
La Persona identificada por el Nombre. Jehová es el Creador de todas las cosas, la gran Primera Causa; por lo tanto, no fue creado, no tuvo principio. (Rev 4:11.) “En número, sus años son inescrutables.” (Job 36:26.) Es imposible determinarle una edad, pues no hay un punto de partida desde el que contar. Aunque no tiene edad, se le llama apropiadamente “el Anciano de Días”, ya que su existencia se remonta al pasado infinito. (Da 7:9, 13.) Tampoco tendrá un fin en el futuro (Rev 10:6), pues es incorruptible y no muere, por lo que se le llama el “Rey de la eternidad” (1Ti 1:17), y para Él mil años son tan solo como una vigilia de unas pocas horas durante la noche. (Sl 90:2, 4; Jer 10:10; Hab 1:12; Rev 15:3.)
A pesar de su intemporalidad, Jehová es preeminentemente un Dios histórico, pues se identifica con tiempos, lugares, personas y acontecimientos específicos. En su relación con la humanidad ha actuado en armonía con un horario exacto. (Gé 15:13, 16; 17:21; Éx 12:6-12; Gál 4:4.) Debido a que su existencia eterna es innegable y constituye el hecho más fundamental del universo, Él ha jurado por ella con las palabras: “Como que vivo yo”, garantizando de este modo la absoluta certeza de sus promesas y profecías. (Jer 22:24; Sof 2:9; Nú 14:21, 28; Isa 49:18.) También ha habido hombres que han jurado por el hecho de la existencia de Jehová. (Jue 8:19; Rut 3:13.) Solo los insensatos dicen: “No hay Jehová”. (Sl 14:1; 10:4.)
Descripciones de su presencia. Ya que es un Espíritu que los humanos no pueden ver (Jn 4:24), cualquier descripción de su apariencia en términos humanos tan solo puede suministrar una idea aproximada de su gloria incomparable. (Isa 40:25, 26.) Aunque no vieron realmente al Creador (Jn 1:18 ), algunos siervos de Dios recibieron visiones inspiradas de su corte celestial. La descripción de su presencia no solo muestra su gran dignidad y majestad imponente, sino también serenidad, orden, belleza y agradabilidad. (Éx 24:9-11; Isa 6:1; Eze 1:26-28; Da 7:9; Rev 4:1-3; véase también Sl 96:4-6.)
Como se puede observar, estas descripciones emplean metáforas y símiles que asemejan la apariencia de Jehová a cosas que el hombre conoce, como las joyas, el fuego y el arco iris. Incluso se le describe como si tuviera ciertos rasgos humanos. Aunque algunos eruditos han dado demasiada importancia a lo que llaman expresiones antropomórficas de la Biblia (como las referencias a los “ojos”, los “oídos”, el “rostro” [1Pe 3:12], el “brazo” [Eze 20:33], la “diestra” [Éx 15:6] de Dios, etc.), es obvio que tales expresiones son necesarias para que el hombre comprenda la descripción. El que Jehová Dios hubiese dado al hombre una descripción de sí mismo en términos propios de espíritus, sería como plantear ecuaciones de álgebra superior a personas que solo tuviesen los más elementales conocimientos de aritmética, o intentar explicar los colores a una persona ciega de nacimiento. (Job 37:23, 24.)
Por lo tanto, los llamados antropomorfismos nunca deben tomarse de manera literal, así como no se ven literalmente otras referencias metafóricas a Dios, como, por ejemplo, el que se le llame “sol”, “escudo” o “Roca”. (Sl 84:11; Dt 32:4, 31.) La vista de Jehová (Gé 16:13), a diferencia de la de los humanos, no depende de los rayos de luz, por lo que puede ver los actos efectuados en completa oscuridad. (Sl 139:1, 7-12; Heb 4:13.) Su visión puede abarcar toda la Tierra (Pr 15:3), y no necesita ningún equipo especializado para ver crecer el embrión dentro de la matriz humana. (Sl 139:15, 16.)
Su oído tampoco depende de las ondas sonoras que se transmiten en la atmósfera, pues puede “oír” expresiones aunque se pronuncien en silencio en los corazones humanos. (Sl 19:14.) El universo es tan inmenso que el hombre no puede llegar a medirlo; sin embargo, ni siquiera los cielos físicos pueden abarcar o contener el lugar de residencia de Dios, mucho menos puede hacerlo una casa o templo terrestre. (1Re 8:27; Sl 148:13.)
Por medio de Moisés, Jehová advirtió de manera específica a la nación de Israel que no hiciese ninguna imagen de Él, ya fuese de forma humana o de cualquier otra creación. (Dt 4:15-18.) El relato de Lucas registra la referencia de Jesús de expulsar demonios “por medio del dedo de Dios”, en tanto que el relato de Mateo aclara que Jesús se refería al “espíritu” o fuerza activa de Dios. (Lu 11:20; Mt 12:28; compárese con Jer 27:5 y Gé 1:2.)
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