ENTRE los instrumentos científicos diseñados para ayudar a satisfacer la curiosidad del hombre acerca de su pasado, ninguno es mejor conocido que el reloj de radiocarbono. Este método de fechar material orgánico en artefactos antiguos está basado en la medición del carbón radiactivo que se forma debido a los rayos cósmicos en la atmósfera y que es asimilado por la vida vegetal. Es muy útil para fechar cosas hechas de madera, carbón de leña y fibras de plantas o de procedencia animal. El método tiene un alcance eficaz de más de 10.000 años en el pasado.
Los arqueólogos están profundamente interesados en los resultados de este fechar, porque ellos estudian a los hombres de la antigüedad y sus obras. Los estudiantes de la Biblia también han estado interesados en el fechar con radiocarbono, porque su alcance sobrepasa a los 6.000 años de historia del hombre registrados en la Biblia.
Tal vez usted esté al tanto de que el reloj de radiocarbono fue usado para fechar la envoltura de lienzo del antiguo manuscrito de Isaías descubierto cerca del mar Muerto.1 Se halló que la envoltura tenía de dieciocho a veinte siglos de antigüedad, lo cual confirmó otras pruebas de que el manuscrito es genuino, y no una reciente y diestra falsificación.
Simposio en Upsala
El interés por las fechas de radiocarbono ha sido avivado nuevamente debido a la reciente publicación (en 1971) de las sesiones del Duodécimo Simposio Nobel, celebrado en Upsala, Suecia, en 1969. En ésa, los expertos de radioquímica de muchos países se reunieron con geólogos y arqueólogos. Consideraron sus últimas investigaciones de la teoría y el uso práctico del radiocarbono (carbono 14) para dar fechas. El presidente honorario era W. F. Libby, ganador del premio Nobel, de la Universidad de California en
Los Ángeles, quien fue precursor en el fechar con carbono 14 en 1949.
El informe de la conferencia transmite un sentimiento general de satisfacción con los éxitos actuales del método. Los resultados en conflicto, suministrados a veces por diferentes laboratorios, han sido conciliados en su mayoría. Ahora se espera de la fecha una exactitud de entre cincuenta a cien años. Es cierto que se han hallado divergencias mayores que ésta entre la “edad de radiocarbono,” según ha sido calculada valiéndose de la radiactividad, y la edad verdadera de muestras conocidas, pero se puede dar cuenta de esto mediante una curva calibrada medida en laboratorios.
Esta curva está basada principalmente en madera tomada de árboles de larga vida que han sido fechados mediante la cuenta de sus anillos de crecimiento anual. Por ejemplo, un pedazo de madera de 7.000 años de edad de acuerdo con la cuenta de anillos puede dar según el radiocarbono una edad de solamente 6.000 años. Por lo tanto, se aplican los 1.000 años como corrección que debe añadirse a la edad de radiocarbono de cualquier muestra de esa era.
La teoría sobre la que descansa el método de fechar con radiocarbono ha resultado ser mucho más compleja de lo que se esperaba veinte años atrás, y muchas de las correcciones hechas a la teoría han sido estudiadas para ver cómo podrían afectar las edades medidas. Al tomar todo esto en cuenta, parecería posible obtener una edad bastante exacta del material orgánico formado en cualquier tiempo durante los pasados 7.400 años.
Ahora bien, algunas muestras tomadas de las casas y hogares de hombres de la antigüedad, según fechas de radiocarbono, tienen más de 6.000 años de edad. Esos hallazgos están en conflicto con la cronología de la Biblia, según la cual el primer hombre fue creado hace solo 6.000 años. Esto hace surgir preguntas que quizás sean perturbadoras. ¿Habrán hecho anticuada a la cronología de la Biblia el mayor refinamiento y el éxito aparente del reloj de radiocarbono? ¿Podemos todavía cifrar nuestra fe en la cuenta bíblica de los años, o ha demostrado la ciencia que ésta no es confiable?
Antes de llegar a una conclusión precipitada, será prudente considerar un poco más detenidamente algunos de los detalles que se consideraron en la conferencia de Upsala. Al hacerlo, comenzamos a preguntarnos si las detalladas correcciones que se han hecho a la teoría del fechar con radiocarbono, que a primera vista parecen hacerla más exacta, en realidad no sacan a relucir más maneras en que posiblemente esté equivocada.
Suposiciones necesarias
La teoría, relativamente sencilla según se veía hace veinte años, se basaba en las siguientes suposiciones:
(1) Que el carbono 14, el componente radiactivo de carbón natural, se degenera con una vida media de 5.568 años.
(2) Que la proporción entre los átomos de carbono-14 y los átomos estables de carbono-12 en el carbón “vivo” siempre ha sido igual que la de hoy día. Esto depende de otras dos suposiciones (2a y 2b).
(2a) Que la cantidad de átomos de carbono-14 ha sido constante; esto significa que los rayos cósmicos que los forman no deben haber variado en los pasados 15.000 ó 20.000 años.
(2b) Además, que la cantidad total de carbono estable en la “reserva de intercambio” ha permanecido constante durante el mismo período. Esto incluye al dióxido de carbono del aire, así como también el carbono orgánico en todo organismo vivo, pues estos organismos constantemente toman el dióxido de carbono por fotosíntesis y lo expelen mediante la respiración. También, el dióxido de carbono se disuelve en el agua de mar, donde forma ácido carbónico y carbonato, que se mezcla con el carbonato que está disuelto en el océano. Este proceso también es reversible, aunque puede tomar cincuenta años. Por supuesto, el carbonato mineral que se encuentra en las rocas no se considera parte de la reserva de intercambio.
(2c) Relacionada con el número dos está la suposición de que la producción de carbono 14 ha continuado constante durante todo este tiempo, y esto implica que su degeneración, sobre una base mundial, está en equilibrio con su producción.
(3) Que cualquier cosa viviente, planta o animal, incorpora radiocarbono en sus tejidos mientras tiene vida; entonces, después de su muerte, la actividad decrece matemáticamente de acuerdo con la degeneración radiactiva natural; que no absorbe radiocarbono al ponerse en contacto con materiales más nuevos, ni lo pierde por intercambio de átomos con carbono de más edad.
(4) Que para el uso práctico de las fechas de radiocarbono, la muestra tiene que ser contemporánea con el suceso que marca, y no algo que creció mucho tiempo antes.
Tengamos presente que, para que el reloj de radiocarbono provea fechas correctas, todas las susodichas suposiciones deben ser verídicas. Si siquiera una de ellas es falsa, el método fracasa y no suministra la edad correcta.
Las primeras muestras de madera de árboles antiguos y de las tumbas de reyes de Egipto, medidas en el laboratorio de Libby, mostraron una armonía razonablemente buena con las edades reconocidas para esas muestras, remontándose unos 4.000 años en la antigüedad. Por lo tanto se pensó que tal vez las suposiciones eran correctas, o por lo menos casi correctas. ¿Pero qué aspecto presenta ahora el cuadro, después de veinte años de investigar la maquinaria del reloj de radiocarbono? ¿Siguen pareciendo las suposiciones tan válidas como parecían entonces?
Al leer los informes de la conferencia de Upsala, uno llega a la conclusión de que, en realidad, ¡actualmente no se sabe que siquiera una de las suposiciones alistadas anteriormente sea correcta! Algunas de ellas tal vez estén solamente un poco erradas, pero se ha demostrado que otras son completamente erróneas. Consideremos nuevamente cada una de ellas a la luz del conocimiento actual... o, quizás, de la ignorancia que continúa.
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