El tomar como cosa de poca importancia el indebido despliegue de impaciencia es cosa que debemos evitar. Dice la Biblia: “Mejor es el que es paciente que el que es altivo de espíritu. No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido, porque el ofenderse es lo que descansa en el seno de los estúpidos.” (Ecl. 7:8, 9) Note que aquí se establece un contraste entre la persona paciente y la que es altiva, orgullosa. La persona orgullosa pudiera razonar así: ¿Por qué debería yo de tener que tolerar irritaciones y molestias que otros causan por su estupidez y egoísmo? ¿Quién se creen que soy? Además, el altivo está presto a tomar todo asunto personalmente y criticar duramente a todo el que lo corrige. Abriga resentimiento, y mantiene ese resentimiento cerca de él como si fuera en su propio “seno.”

Verdaderamente esa persona es ‘********.’ Su prisa en ofenderse resulta en palabras o acciones imprudentes, para su propio perjuicio y el de otros. También está desequilibrada en la manera en que se ve a sí misma. Esto lo hace patente el consejo del apóstol Pablo en Romanos 12:3: “Digo a cada uno que está allí entre ustedes que no piense más de sí mismo de lo que es necesario pensar; sino que piense de tal modo que tenga juicio sano.” Además, la persona que permite que la altivez y la impaciencia la dominen puede poner en peligro su posición ante Jehová Dios. ¿Por qué? “Porque Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes.”—1 Ped. 5:5.

Por supuesto, no toda forma de impaciencia está arraigada en el orgullo. Por ejemplo, pudiera suceder que una familia tuviera una cita para comer a una hora específica en el hogar de unos amigos. El padre y la madre quizás estuvieran listos para salir con bastante tiempo para llegar allí sin apresurarse. Sin embargo, la hija, por no estar entusiasmada en cuanto a ir, o por alguna otra razón, quizás se haya demorado en cuanto a hacer los preparativos necesarios para salir. Por lo tanto, los padres quizás la insten a prepararse más rápidamente para no llegar tarde. Ninguna impaciencia que reflejaran en su tono de voz pudiera atribuirse a orgullo. Lo que pudiera ser es que les hubiera agitado el que su hija no mostrara consideración, y les preocupara el efecto perturbador que podría tener en sus anfitriones el que ellos llegaran tarde. Esto también ilustra la importancia de evitar situaciones que pudieran suministrar razones válidas para que otros se impacientaran con nosotros. Aquí, también, aplica el principio: “Así como quieren que los hombres les hagan a ustedes, hagan de igual manera a ellos.”—Luc. 6:31.