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Tema: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

  1. #1
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    03 mar, 10
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    Predeterminado "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Morgan Robertson

    CAPÍTULO I

    Era el barco más grande que hubiera surcado los mares, y también el trabajo más
    arduo para quienes lo habían construido. En su fabricación se vieron involucrados
    cada disciplina, profesión y oficio conocidos por la civilización. En su puente
    había oficiales que, aparte de ser la crema y nata de la Royal Navy, habían pasado rígidos
    exámenes en lo concerniente a los vientos, mareas, corrientes y geografía marina; no eran
    marinos, sino también científicos. El mismo rigor profesional fue aplicado para es*****
    al personal del cuarto de máquinas, y el departamento de cocina, era prácticamente como
    el de un hotel de primera categoría.

    Dos bandas, dos orquestas y una compañía teatral entretenían a los pasajeros durante el
    día; el bienestar corporal era atendido por un cuerpo de doctores, mientras que el
    bienestar espiritual lo era por un grupo de capellanes. Un bien entrenado cuerpo de

    bomberos calmaba los temores de los pasajeros más nerviosos, y añadía otra diversión al
    practicar diariamente con su maquinaria.

    Desde su elevado puente corrían, de forma discreta, líneas telegráficas hasta la proa, la
    popa, la sala de máquinas, el nido del cuervo1
    en la proa y a todas las partes del barco en
    donde se trabajaba, cada línea terminando en un dial con un indicador móvil que contenía
    cada orden y respuesta requerida en el manejo del enorme buque, tanto en puerto como
    en alta mar, lo cual eliminaba el tortuoso esfuerzo por parte de marinos y oficiales de
    gritarse órdenes y respuestas.

    Desde el puente de mando, el cuarto de máquinas y una docena de lugares en su cubierta,
    las noventa y dos puertas de diecinueve compartimientos estancos, podían cerrarse en
    menos de un minuto moviendo una palanca. Estas puertas también podían cerrarse
    automáticamente ante la presencia del agua. Aunque tuviera nueve compartimientos
    inundados, el buque aún podía flotar, y como no se supiera previamente de algún
    accidente de estas características, el Titán era considerado insumergible.

    Construido enteramente en acero, y concebido únicamente para el tráfico de pasajeros, no
    transportaba ninguna carga de combustible que amenazara con destruirlo con un posible
    incendio; y siendo inmune a la demanda de espacio para carga dio a los diseñadores la
    posibilidad de descartar el fondo plano, típico de una
    embarcación de carga, a favor de uno oblicuo, más propio de un yate a vapor, y esto mejoraba las
    prestaciones del buque en el mar. Tenía casi doscientos cuarenta y cuatro metros de
    longitud, un desplazamiento de setenta mil toneladas, setenta y cinco mil caballos de
    fuerza, y en el viaje de pruebas había alcanzado una velocidad de veinticinco nudos,
    enfrentando feroces vientos, mareas y corrientes. En pocas palabras, era una ciudad
    flotante, conteniendo dentro de sus muros de acero, todo lo necesario para atenuar los
    peligros e incomodidades propios del cruce del Atlántico y todo lo necesario para
    disfrutar de la vida.

    Insumergible e indestructible, transportaba unos pocos botes, tal como lo exigía la ley.
    Estos veinticuatro botes estaban asegurados bajo los pescantes en la cubierta superior, y
    de ser necesarios, habrían dado cabida a quinientos pasajeros. No en vano llevaba
    también engorrosas balsas salvavidas; pero (también por otro requerimiento de ley) en
    cada una de las tres mil literas en los camarotes de los pasajeros, la tripulación, los
    oficiales y también en las oficinas, había un chaleco salvavidas de corcho, mientras que,
    distribuidos a lo largo de las barandas, había alrededor de veinte flotadores circulares.

    En vista de su absoluta superioridad sobre cualquier otro buque, la compañía de vapores
    anunció, para ser aplicado al Titán, un reglamento en el que creían formalmente algunos
    capitanes, a pesar de no ser abiertamente seguido: Debería viajar a toda velocidad a
    través de la niebla, las tormentas, el sol, las mareas y (en la Ruta Norte) el verano y el
    invierno, por los siguientes buenos y sustanciales motivos:

    Primero: si otro barco lo embestía, la fuerza del impacto se distribuiría sobre un área
    más larga, si el Titán tenía un avance todo adelante 2, y el impacto mortal sería absorbido por
    el otro buque.
    Si el Titán era el agresor, con toda seguridad destruiría al otro, aún a media
    marcha, y quizás dañaría su propia proa; mientras que a toda velocidad
    cortaría al otro barco en dos sin más daño para sí que rasguños en la pintura
    que se podían reparar con facilidad. En cualquier caso, como el menor de dos
    males, era mejor que el casco más pequeño fuera el perjudicado.
    A toda velocidad, el Titán era más fácil de llevar fuera del peligro.
    En caso de una colisión mortal contra un témpano de hielo (La única cosa
    flotante que el Titán no podía vencer), su proa se deformaría en menos de
    unos pocos pies que a media velocidad, y se inundaría un máximo de tres
    compartimientos, lo cual no importaba, teniendo seis de reserva.

    De modo que se confiaba en que cuando los motores dieran su máximo esfuerzo, el vapor
    Titán desembarcaría pasajeros a casi cinco mil kilómetros con la prontitud de un tren
    expreso. Había batido los récords de velocidad en su viaje inaugural, pero hasta el tercer
    viaje de retorno no había logrado disminuir el tiempo de viaje entre Sandy Hook y
    Daunt’s Rock al límite de cinco días; y extraoficialmente se rumoreaba entre los dos mil
    pasajeros que habían embarcado en Nueva York que ahora se haría un esfuerzo para
    romper esa marca.


    1
    En los barcos de la primera mitad del S. XX, había dos mástiles principales, llamados trinquetes. Ambos tenían una cofa o sitio
    de vigilancia para divisar tierra firme, témpanos u otros obstáculos, así como también a otros barcos. A este puesto se le conocía
    como el nido del cuervo (N. Del T.).

    2 Todo adelante: Full headway, máxima velocidad de crucero, la que se puede mantener por mas tiempo con relación a la economía de marcha y la resistencia general de la nave a ese trato.

    Ahora que en pocos meses se cumplirán los cien años del hundimiento del Titanic, quise traer este extraño y premonitorio libro, que catorce años antes de la noche para recordar del 14 al 15 de abril de 1912 se publicara como una ficción posible al estilo de las de Julio Verne.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 16/08/2011 a las 02:43

  2. #2
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    ¿Sabes rebelderenegado, que si el acero de su construcción, hubiera salido de fundiciones de fines de siglo XX, el hundimiento no se habría producido?.
    Ya ves, tan bien estudiado y programado, lo que falló era un desconocimiento del comportamiento del tipo de acero a baja temperatura.

    Saludos de Avicarlos.

  3. #3
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Justamente el haberlo hecho mas grande con técnicas del siglo XIX fue uno de los precursores del desastre, en el libro que iré publicando completo, capítulo a capítulo, se analizan con detalle los comportamientos humanos que llevaron tambien a consumar la tragedia.
    El autor era un experimentado hombre de mar y por eso hay un abundante empleo del léxico naval en su relato premonitorio, no era un adivino ni un visionario como se lo quiere presentar, solamente uso su inteligencia y su capacidad de observación para algo que se veía venir.

    Lo mismo sucedió con los De Havilland Comets 4 que estallaban en el aire en medio del Atlántico sin poder establecerse las causas, hasta que se dieron cuenta que las técnicas de fabricación de aviones que se usaba hasta ese momento, era obsoleta, por incompresión y falta de conocimientos acerca de la fatiga de los materiales.
    Última edición por rebelderenegado; 13/08/2011 a las 17:20

  4. #4
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Un relato que no tiene desperdicio...y que además no lleva por los intrincados ""misterios22 de un hundimiento que marcó la navegación de esos tiempos.
    Un acierto rebelderenegado...Te seguimos leyendo
    Avicarlos el desconociemiento, es el que lleva generalmente a producir catástrofes, en que nadie previó ciertas conductas de materiales, o peor, de los humanos...que somos falentes..por omisión o por ignorancia...
    Saludines saludos y saludotes...

  5. #5
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPÍTULO II

    Ocho remolcadores arrastraban al mastodonte hasta la mitad de la corriente,
    apuntando su proa río abajo; entonces el piloto en el puente dio algunas órdenes;
    el primer oficial lanzó una corta llamada por el silbato y accionó una palanca; los
    remolcadores tensaron los cables y halaron; en las entrañas del buque se encendieron tres
    pequeños motores, abriendo los reguladores de tres largos ejes; las tres hélices
    comenzaron a girar, y el mammut, con una vibrante trepidación corriendo por su enorme
    silueta, comenzó a moverse con lentitud hacia el mar.

    Al este de Sandy Hook, al piloto se lo dejó partir, y entonces fue cuando el viaje realmente dio inicio. A cincuenta pies debajo de su cubierta, en un infierno de ruido, calor, luces y
    sombras, los carboneros trasladaban el combustible troceado desde los depósitos hasta el
    hogar, donde los fogoneros semidesnudos, con caras semejantes a las de unos demonios
    torturados, lo revolvían y echaban a las fauces de los hornos. En el cuarto de máquinas,
    los engrasadores iban y venían dentro de un maremágnum de acero, con cubos de aceite y deshechos, siendo observados por un personal vigilante y atento al deber, que se
    esforzaba por escuchar cualquier fallo por encima de la mezcla de ruido, como por
    ejemplo el repiqueteo fuera de tono del acero, lo cual sería indicativo de alguna llave o
    tuerca que se había zafado. En la cubierta, los marineros colocaban las velas en los dos
    mástiles para añadir su propulsión en el momento de romper la marca, mientras los
    pasajeros se dispersaban según sus gustos: algunos se sentaban en sillas reclinables, bien
    abrigados, pues aunque era abril, el aire estaba helado; otros paseaban por la cubierta
    para mover sus piernas. Otros escuchaban a la orquesta en el salón de baile, o escribían o
    leían en la biblioteca, mientras que unos pocos iban a sus camarotes, mareados por el
    balanceo del buque sobre las aguas.

    Las cubiertas se despejaron, los relojes dieron el mediodía y entonces comenzó la
    interminable labor de limpieza, en la que los marineros emplearon mucho de su tiempo.
    Encabezados por un alto contramaestre, un grupo de marineros llegó a la cubierta con
    cubetas y cepillos, distribuyéndose a lo largo de la baranda.

    — Atención, señores: no olviden la baranda— dijo el contramaestre—. Señoras, por
    favor, retrocedan un poco. Rowland, aléjate de la baranda o darás en el mar. Haste cargo de un
    ventilador... no, vas a derramar pintura. Coloca tu balde lejos y ve a pedirle al
    almacenista un poco de papel de lija. Trabajarás en la cubierta hasta que te releven.

    El marinero se quitó la camisa, dejando ver su contextura delgada, con una edad cercana
    a los treinta años, de barba negra, semblante vigoroso y bronceado, aunque de ojos
    llorosos y de movimientos poco firmes. Bajó de la baranda y tropezó más adelante con su
    cubeta. Al alcanzar el grupo de damas a quienes había hablado el contramaestre, su
    mirada se fijó en una joven cuyo cabello tenía el color del sol, y con el azul del mar en
    sus ojos, quien los alzó al ver al marinero que se aproximaba. Él se sobresaltó, pasó a un
    lado para esquivarla y, alzando la mano en un tímido saludo, se alejó. Fuera de la vista
    del contramaestre, se recostó contra la puerta que daba acceso a la cubierta y jadeó un
    poco, mientras se sujetaba el pecho con una mano.

    — ¿Qué es esto?, musitó cansadamente, Quizá los nervios, el whisky o la agonizante
    agitación de un amor hambriento. Cinco años, y ahora la mirada de ella puede helar la
    sangre en mis venas, y traer de regreso toda esa ansia e inevitabilidad que puede llevar a
    un hombre a la locura... ¡o a esto!

    Miró su mano temblorosa, llena de cicatrices y manchada de alquitrán, atravesó la puerta
    y regresó con el papel de lija.

    La joven también había resultado afectada por el encuentro. Una expresión de sorpresa
    mezclada con terror había aparecido en su hermoso y algo débil rostro; y sin reconocer el tímido saludo que el hombre le había hecho, tomó en sus brazos a una pequeña niña que
    estaba detrás de ella en la cubierta, y pasando por la puerta del salón, se apresuró a llegar a la biblioteca, dejándose caer en una silla que estaba al lado de un militar, quien la miró por sobre un libro, para decir:

    — Myra, ¿acaso viste a la serpiente marina? ¿O al Holandés Volador?1 ¿Qué ocurre?
    — Oh, no, George— respondió ella con un tono agitado—. John Rowland está aquí. El
    teniente John Rowland. Acabo de verlo, ha cambiado tanto. Trató de hablarme.
    — ¿Quién? ¿Acaso ese tipo encendió de nuevo tu fuego interior? Sabes que jamás lo
    conocí, y no me has dicho mucho sobre él. ¿Qué hace ahora? ¿Es ayudante de camarote?
    — No. Parece que es un marinero común; está trabajando y está vestido con ropa vieja y
    completamente sucia. Y esa cara de disipado. Como si hubiera caído bajo, y todo
    esto desde...
    — ¿Desde que lo rechazaste? Pues bien, no es tu culpa, querida. Si un hombre lleva la
    culpa dentro de sí, tarde o temprano ésta se volverá contra él. ¿Cómo está su sentido de la injuria? ¿Tiene algún motivo de queja o rencor? Te preocupas inútilmente. ¿Qué dijo?
    — No lo sé, no dijo nada. Siempre le he temido. Nos encontramos tres veces desde
    entonces, y puso en sus ojos esa espantosa mirada. Era tan violento,
    tan duro de cabeza, tan terriblemente furioso en ese entonces. Me acusó de manipularlo, y de jugar con él; y dijo algo sobre una inmutable ley del azar, y un justiciero balance de
    los eventos, algo que no entendí, salvo una parte donde dijo que todo lo que causábamos
    lo recibíamos en igual cantidad. Y luego se fue, aparentemente furioso. Siempre he
    imaginado que él se vengaría, y que podría llevarse a Myra, nuestra hija.

    La joven estrechó contra su pecho a la sonriente niña y continuó.

    — Me gustaba al principio, hasta que descubrí que era ateo. Porque, George, él
    constantemente negaba la existencia de Dios ante mí, una cristiana convencida.
    — Tenía un maravilloso temperamento, dijo el marido. No te conocía muy bien,
    debo decirte.
    — Nunca me pareció el mismo desde entonces, dijo ella. Sin embargo, sentí que no
    había algo claro. Aún pensaba en lo glorioso que sería si pudiera convertirlo a Dios, y
    traté de convencerlo del amor de Jesús; pero él sólo ridiculizó aquello que me era
    sagrado, y dijo que, por mucho que valorara mi honesta opinión, él no sería un hipócrita
    para ganarla, y que sería honesto consigo mismo y con los demás, y expresaría su honesta incredulidad; ésa es la idea. ¡Como si a pesar de ello, uno pudiera ser honesto sin la ayuda de Dios!

    “Y entonces, un día, percibí el olor del licor en su aliento, él siempre olía a tabaco, y
    lo abandoné. Fue entonces cuando él... cuando se desmoronó.
    — Sal y muéstrame a ese reprobable, dijo el marido, levantándose.

    Fueron a la puerta, y la joven atisbó hacia fuera. — Es el último hombre ahí abajo, cerca del camarote, dijo, y volvió al interior, mientras el marido salía.
    — ¡Qué! ¿Es ese rufián sarnoso que está refregando el ventilador? ¡Así que ése es John
    Rowland, el de la marina, eso esl,! Bien, eso sí que es una ruina. ¿No estaba desahuciado por conducta impropia de un oficial? Entró gritando y estando ebrio, en la oficina del presidente ¿No fue así? Creo que leí algo al respecto.
    — Sé que perdió su posición y que fue terriblemente deshonrado, dijo la joven.
    — Bien, Myra, el pobre diablo es inofensivo ahora. Habremos llegado en unos pocos días
    y no necesitas encontrarte con él en esta ancha cubierta. Si no ha perdido toda su
    sensibilidad, estará tan turbado como tú, mejor quédate adentro, pues la niebla está
    aumentando.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 16/08/2011 a las 02:40

  6. #6
    Forero Experto Avatar de Avicarlos
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Así que rebelderenegado, ¿nos relatarás las turbulencias de los pasajeros a bordo del Titánic?.
    Mejor, por cuanto las del mar con los iceberg, ya son conocidas. jajajaja

    Saludos de Avicarlos.

  7. #7
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    rebelderenegado...¿las turbulencias de las emociones? Son tan fuertes a veces como el peor de los vendavales.
    Seguimos leyendo...Este inicio diferente, de la tragedia ya conocida...
    Saludos, saludines...

  8. #8
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    El autor Robertson eligió ese modo, vaya a saber que lo motivó, tal vez para hacer mas vendible su novela, lo traje a este escrito como curiosidad y porque se hizo famosa por su "premonición", no porque fuera una gran pieza de literatura, pero no hay que desmerecerla, yo creo que está a la altura de la tradición del siglo XIX, en cuanto a su modelo literario, y que sigue los lineamentos de los grandes maestros consagrados de aquellas épocas, en el arte de escribir ficción, encontraremos aqui referencias a esos grandes de la novela y el cuento, que abrieron el camino para lenguajes mucho mas avanzados como el del cine, cuando se escribió esta pieza el cine estaba en pañales pero, escritores muy anteriores ya escribían para la pantalla, sin que esta existiera aun, pensar en Edgar Allan Poe y su "Escarabajo Dorado" por ejemplo, son imágenes de cine, totalmente adelantadas a su época.
    Última edición por rebelderenegado; 14/08/2011 a las 12:24

  9. #9
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPÍTULO III

    La medianoche se toparon con una brisa lacerante que soplaba desde el noroeste,
    lo cual aumentó la velocidad del buque, haciendo que en cubierta, surgiera una hostigante y helada corriente de viento. El mar estaba agitado en comparación con su extensión, y asestaba al Titán sucesivas ráfagas, que se unieron en trepidaciones suplementarias a las continuas vibraciones de los motores, cada uno de los cuales lanzaba una espesa nube hacia lo alto, alcanzando el nido del cuervo en el trinquete de proa, y fustigando las venta- nas de la cabina del piloto con una andanada de vapor capaz de romper vidrio ordinario.
    Un banco de niebla, en el que el buque se había introducido en la tarde, aún lo envolvía de forma húmeda e impenetrable; en medio de esta niebla, con dos oficiales de cubierta y tres vigías aguzando vista y oídos al máximo, el gran corredor cargaba a toda velocidad.

    A las 12:15, dos hombres surgieron de la oscuridad, en el extremo de los casi veinticinco
    metros de longitud que tenía el puente, y le anunciaron al primer oficial los nombres de
    quienes los habían relevado. De regreso en la cabina, el oficial repitió los nombres al
    oficial intendente, quien los anotó en el cuaderno de bitácora. Entonces, los hombres se
    esfumaron, rumbo a su café y su siesta. Pocos minutos después, otro hombre apareció
    en el puente y reportó el relevo del nido del cuervo.

    — ¿Dijiste Rowland?, exclamó el oficial por sobre el sonido del viento— ¿El hombre que subió ebrio a bordo?
    — Sí, señor.
    — ¿Aún está ebrio?
    — Sí, señor.
    — Bien, es todo. Oficial intendente, Rowland está en el nido del cuervo, dijo el tercer oficial, y luego, haciendo un embudo con sus manos, exclamó:— ¡Nido del cuervo!...
    — ¡Señor!
    — Mantén tus ojos abiertos. Vigila atentamente.
    — Muy bien, señor.

    Un ex militar, a juzgar por su respuesta, musitó el oficial. Esto no está bien.

    Reasumió su posición en la delantera del puente, donde la baranda de madera ofrecía
    cierta protección del severo viento, e inició la larga vigilia, que sólo terminaría con el
    relevo, cuatro horas más tarde, por parte del segundo oficial. Salvo lo referente al deber,
    las conversaciones se habían suprimido. El tercer oficial permaneció al final del largo
    puente, dejando ocasionalmente su puesto sólo para mirar la brújula,lo cual parecía ser
    su único deber como marino.

    Refugiados en una de las casetas de la cubierta, el contramaestre y el vigía iban y venían,
    disfrutando del único descanso de dos horas que ofrecía el reglamento de la Compañía de
    Vapores, para que el trabajo del día finalizara con el descenso de otro vigía, y a las dos en punto iniciaría la vigilancia de las cubiertas gemelas, la primera labor del día siguiente.

    Para cuando hubo sonado la campana, con su repetición desde el nido del cuervo, seguida
    por un demacrado grito de Todo en orden hecho por los vigías, el último de los dos mil
    pasajeros se había retirado, dejando los salones y la proa en posesión de los vigilantes;
    mientras tanto, durmiendo en su camarote, situado sobre el cuarto de navegación, estaba
    el capitán, quien jamás comandaba, a menos que el buque estuviera en peligro, dejando
    que el piloto se encargara de ello a la entrada y salida de los puertos, y a los oficiales en alta mar.

    Sonaron dos campanadas, luego tres y entonces el contramaestre y sus hombres encendie- ron sus últimos cigarrillos, cuando del nido del cuervo salió un aviso.

    — ¡Hay algo enfrente, señor!, ¡No logro distinguirlo bien!

    El primer oficial se precipitó al telégrafo del cuarto de máquinas y agarró la palanca.

    — ¡Describe lo que ves!, gritó.
    —Es difícil decirlo, señor, respondió el vigía. el barco está virado a estribor, en un ángulo muerto.
    —¡Vire todo a babor!, ordenó el primer oficial al oficial intendente, que estaba al timón. Aún no se podía ver nada desde el puente. El poderoso motor en la popa hizo que se atascara el timón, pero antes se había logrado una desviación de tres grados hacia la oscuridad que estaba delante; la niebla se disolvió contra las velas cuadradas de un buque bastante cargado, cruzando frente a la proa del Titan, en algo menos de la mitad de su longitud.

    —¡Maldición de los infiernos!...— musitó el primer oficial— ¡Mantenga el curso! ¡Permanezca bajo la cubierta!
    Accionó una palanca que cerraba los compartimientos estancos, pulsó un botón marcado
    con el letrero Cuarto del Capitán y se agachó, esperando el choque.

    Difícilmente se podía decir que hubo un choque. Una ligera sacudida estremeció la proa del Titán.
    Deslizándose estrepitosamente bajo la cofa del trinquete, una lluvia de pequeños palos,
    velas, cascotes y cable de alambre cayó sobre la cubierta. Entonces, dos figuras aún más
    oscuras se materializaron de entre la oscuridad reinante,las dos mitades del barco embestido por el Titán-, y de una de esas mitades, donde aún había luz, por encima del
    confuso conglomerado de gritos y chillidos, la voz de un marinero:

    —¡Ojalá Dios derrame algo de luz sobre vosotros, hatajo de asesinos!

    Las dos figuras se desvanecieron en la negrura, a popa; los llamados de auxilio fueron
    acallados por el aullido del viento, y el Titán viró de nuevo a su curso. El primer oficial
    no había accionado la palanca del telégrafo del cuarto del Ingeniero.

    El contramaestre corrió al puente de mando para recibir instrucciones.

    — Ponga hombres en las portezuelas y las puertas. Dígales que vengan al cuarto de derrota. Avise al vigía para que notifique a los pasajeros de los procedimientos que han aprendido, así como del accidente, tan pronto como sea posible.

    La voz del oficial era ronca y tensa al dar estas órdenes, y el sí, sí señor del contramaestre
    fue proferido como un jadeo.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 16/08/2011 a las 10:25

  10. #10
    Forero Experto
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPÍTULO IV

    El vigía del nido del cuervo, situado a unos dieciocho metros sobre la cubierta, había visto cada detalle del horror, desde el momento en que las velas cuadradas del buque embestido habían aparecido ante él de entre la niebla hasta el momento en que fue removido el último vestigio del accidente por sus compañeros vigías. Cuando sonaron las cuatro campanadas que anunciaban el relevo, él descendió con tan poca fuerza en sus extremidades como lo permitía la seguridad con los aparejos. En la baranda se encontró con el contramaestre.

    — ¡Rowland, reporta tu relevo y ve al cuarto de derrota!— dijo éste.

    En el puente, cuando Rowland dio el nombre de su relevante, el primer oficial agarró su mano y le repitió la orden que le diera el contramaestre. En el cuarto de derrota se encontró con el capitán, quien estaba pálido y con una evidente tensión en sus maneras, sentado a la mesa y rodeado por el turno completo de vigilancia, salvo los oficiales que estaban de guardia y los almacenistas: los vigías de cabina estaban ahí, así como los que estaban asignados a la parte baja, entre los que se encontraban algunos fogoneros y carboneros, así como también unos cuantos ociosos, portalámparas, pañoleros y cortadores, que dormían en la parte delantera y se habían despertado con la terrible sacudida de la cons- tante oscuridad en la cual vivían.

    Tres carpinteros permanecían junto a la puerta, sosteniendo en sus manos sendas varas de sondage, las cuales habían mostrado al capitán... completamente secas. Cada rostro, desde el capitán hasta el de más bajo rango, tenía una mirada de horror y expectativa. El oficial intendente siguió a Rowland hasta el interior y dijo:

    — El ingeniero no reportó ninguna sacudida en el cuarto de máquinas, y no hay ntranquilidad en el de calderas.
    — Y ustedes los vigías no reportan alarma en las cabinas.¿Qué hay del piloto Ha regresado?, preguntó el capitán mientras entraba otro vigía.
    — Todo está tranquilo allí, señor, dijo el piloto. Entonces entró un oficial intendente con el mismo reporte de los castillos de proa.
    — Muy bien, dijo el capitán levantándose. Que vengan a mi oficina de uno en uno, primero los vigías, luego los oficiales después el resto. Los intendentes vigilarán la puerta para que nadie salga mientras no haya hablado conmigo.

    Pasó a otro cuarto, seguido por un vigía, quien pronto salió y subió a la cubierta con una expresión más grata en su semblante. Otro entró y salió al poco; luego otro y otro, hasta que todos, a excepción de Rowland, hubieron estado en los precintos sagrados para salir con la misma expresión de gratitud o satisfacción. Cuando Rowland entró, el capitán, senta- do en un escritorio, le ofreció una silla y le preguntó su nombre.

    — John Rowland, respondió, mientras el capitán lo escribía. Éste dijo:
    — Entiendo que usted se encontraba en el nido del cuervo al momento de ocurrir esta desa- fortunada colisión.
    — Sí, señor. Y reporté el otro barco tan pronto como lo vi.
    — No está aquí para ser censurado. Por supuesto, está enterado de que no se podía hacer
    nada, ni para evitar esta terrible calamidad, ni para salvar vidas después.

    — Nada a una velocidad de veinticinco nudos en una niebla espesa, señor, dijo Rowland. El capitán frunció el ceño, mirando de refilón al marinero.
    — No discutiremos sobre la velocidad del buque, mi buen amigo, dijo, ni sobre las reglas de la compañía. Cuando le paguen en Liverpool, encontrará un paquete a nombre suyo, de parte de la compañía, conteniendo cien libras en cheques. Será su pago por no hablar de esta colisión, pues el reporte de la misma pondría en problemas a la compañía y no ayudaría a nadie.
    —¡Por el contrario, señor, no quiero recibirlo! ¡Quiero reportar este asesinato en masa a la menor oportunidad!

    El capitán se echó hacia atrás y clavó la mirada en el demacrado rostro, la temblorosa figura del marinero, con este desafiante y tan poco acorde discurso. En circunstancias normales, lo habría enviado a la cubierta para que los oficiales lo convencieran. Pero ésta no era una circunstancia normal. En los llorosos ojos había una mirada de conmoción, horror y franca indignación; los matices de su voz eran propios de un hombre educado; y las conse- cuencias que se cernían sobre él y la compañía para la que había trabajado, consecuencias que ya dificultaban los esfuerzos por evitarlas y que este marinero podía precipitar eran tan extremas que hacían que cualquier pregunta pareciese una insolencia, y que no hubiera diferencias en cuanto a rangos. Debía encontrarse con este bárbaro y someterlo en terreno común, de hombre a hombre.

    — Señor Rowland, ¿Es usted consciente de que estará solo?,¿Qué será desacreditado, perderá su puesto y hará enemigos?
    — Sé mucho más que eso, respondió Rowland excitadamente. Conozco el poder que usted ostenta como capitán. Sé que puede ordenar que me encarcelen en este cuarto por cualquier ofensa que pueda imaginar; sé igualmente que una anotación en la bitácora concerniente a mí, es suficiente evidencia para encarcelarme de por vida. Pero también sé
    algo sobre la ley del almirantazgo*, y es que desde mi celda puedo enviarlos a usted y a su primer oficial a la horca.
    — Se equivoca en su concepción de la evidencia. No puedo encarcelarlo por una anotación en la bitácora. Tampoco usted podría injuriarme desde prisión. ¿Qué es usted, si me permite la pregunta? ¿Un ex abogado?
    — Graduado en Annapolis. Su equivalente profesional y técnico.
    — ¿Y le interesa Washington?
    — De ninguna manera.
    — ¿Y cuál es su objetivo al tomar esta posición, sabiendo que no le beneficia y que, cierta- mente, le perjudicará si habla?
    — Saber que puedo hacer una buena acción en mi inútil vida, que puedo ayudar a suscitar un sentimiento de ira en los dos países, como lo hará esta destrucción en masa de vidas y de propiedades por causa de la velocidad, lo cual salvará cientos de pesqueros y otros barcos, permitiéndoles volver cada año a sus propietarios, y a las tripulaciones regresar a
    sus familias.

    Ambos hombres se habían levantado, y el capitán recorría el cuarto, lo mismo que Rowland, éste último con la mirada encendida y los puños firmes tras hacer esta afirmación.

    — Es un resultado por el que hay que esperar, señor Rowland— dijo el capitán—, pero debe darse más allá de su poder o del mío. ¿Acaso el monto que le he mencionado no es suficiente? ¿Puede usted ocupar un lugar en mi puente?
    — Puedo ocupar una posición más alta; y su compañía no es lo suficientemente rica como para comprar mi conciencia.
    — Parece usted un hombre sin ambición; pero debe tener anhelos.
    — Alimento, ropa, techo... y whisky, dijo Rowland con una amarga y autocomplaciente
    carcajada.

    El capitán bajó una botella y dos vasos de una oscilante bandeja y dijo:

    — Aquí está uno de sus anhelos. Sírvase.

    Los ojos de Rowland brillaron cuando vació un vaso, y el capitán continuó.

    — Beberé con usted, Rowland, aquí, por nuestro mejor entendimiento.

    El capitán se vertió el licor por la garganta y entonces Rowland, que había esperado en
    silencio, dijo:

    — Prefiero beber solo, capitán— y vació su vaso de un solo trago.

    El capitán se abochornó ante esta afrenta, pero se contuvo.

    — Vaya a la cubierta, Rowland. Hablaré con usted antes que lleguemos a la costa. Mientras tanto, apreciaría —no le ordeno, pero apreciaría— que no hable de esto con el personal de a bordo, dada la naturaleza de esta situación.

    Cuando las ocho campanadas anunciaron el relevo, el capitán se reunió con el primer
    oficial.

    — No es más que los despojos de un hombre derrumbado, le dijo, con una activa consciencia temporal. Pero no es una persona que se venda o se deje intimidar. Sabe demasiado. De cualquier forma, hallamos este punto débil: si habla en contra de nosotros, su testimonio es débil. Cólmelo, que yo veré al cirujano y estudiaré el uso de drogas.

    Cuando Rowland asistió al desayuno a las 7 de la mañana, halló un frasco de un cuartillo en su chaqueta, en la que lo había sospechado, pero no lo sacó a la vista de sus compañeros de vigilancia.

    -- Bien, capitán, pensó. Eres tan pueril e insípido como un bribón que ha escapado de la ley. Tendré en cuenta como evidencia tu coraje alemán para drogarme.

    Pero no estaba drogado, como percibió más tarde. Era el buen whisky, lo mejor de lo mejor, lo que calentaba su estómago mientras el capitán investigaba.


    CAPÍTULO V

    En la mañana ocurrió un incidente que alejó los pensamientos de Rowland de los sucesos de la noche anterior. Unas pocas horas de brillante luz matutina había atraído a los pasajeros hasta la cubierta, de la misma forma que se atrae a
    las abejas de una colmena, y las dos cubiertas superiores se parecían en color y vida a las calles de una ciudad. Los vigías estaban ocupados con la ineludible labor de limpieza, y Rowland, con un escobón y una cubeta, estaba limpiando la pintura blanca del coronamiento, protegido de la vista de los pasajeros por la cabineta posterior. Una chiquilla corrió gritando y riendo hacia la caseta, y chocó con sus piernas mientras saltaba en un maremágnum de energía.

    — ¡Me escapé!— dijo ella.— ¡Escapé de mami!

    Secándose las manos en sus pantalones, Rowland alzó a la chiquilla y le dijo con ternura:

    — Bien, pequeña, debes regresar donde tu madre. Estás en mala compañía.

    Los ojos inocentes le sonrieron, y entonces él la alzó sobre la baranda, en un bromista gesto de amenaza, un tonto proceder del que sólo son culpables los solteros.

    — ¿Tendré que arrojarte a los peces, niña?— preguntó él, mientras sus facciones se ablandaban en una inusitada sonrisa. La chiquilla dio un pequeño grito de susto, y en ese instante, por la esquina, apareció una mujer joven. Saltó hacia Rowland cual tigresa, le arrebató la niña, clavó en él sus dilatados ojos y entonces desapareció, dejándolo descompuesto, nervioso y con la respiración agitada.

    — Es su hija— gimió—. Esa fue la mirada de una madre. Ella está casada... casada.

    Reasumió su trabajo, con el color de su rostro tan cercano al de la pintura que estaba limpiando como podría tornarse la curtida piel de un marinero.

    Diez minutos más tarde, en su oficina, el capitán escuchaba una queja de un excitado matrimonio.

    — ¿Y usted afirma, coronel— dijo el capitán—, que Rowland es un antiguo enemigo?
    — Lo es, o lo fue una vez, un frustrado admirador de la señora Selfridge. Es todo lo que sé de él, excepto que había insinuado su venganza. Mi esposa está segura de lo que vio, y creo que el tipo debería ser encerrado.
    — Porque, capitán, dijo ella vehementemente mientras abrazaba a su hija, debería haberlo visto. Estaba a punto de arrojar a Myra cuando se la quité. También parecía tener una espantosa mirada de soslayo. Oh, era horrible. No dormiré otra siesta en este buque, lo sé.
    — Le ruego que no se inquiete, madame, dijo gravemente el capitán. Ya he sabido algo de sus antecedentes; sé que es un desgraciado y desmoronado oficial naval; pero debido a que ha hecho tres viajes con nosotros, creo en su buena voluntad de trabajar en el mástil por su anhelo de licor, lo cual no podría él satisfacer con dinero. De cualquier forma, como intuye usted, ha estado siguiéndola. ¿Estaba él en capacidad de conocer sus movimientos, o que usted fuera a viajar en este buque?
    — ¿Por qué no?— exclamó el marido— Debe saber algo de los amigos de la señora Selfridge.

    — Sí, sí— dijo ella ansiosamente—. Lo oí mencionarlo varias veces.
    — Está claro entonces— dijo el capitán— Si está de acuerdo, madame, en testificar contra él en la Corte Inglesa, inmediatamente lo encerraré por intento de asesinato.
    — Oh, hágalo, capitán— exclamó ella—. No puedo sentirme segura mientras él se encuentre en libertad. Por supuesto que testificaré contra él.
    — Lo que sea que usted haga, capitán— dijo fieramente el marido—, puede estar seguro que yo pondré una bala en su cabeza si se atreve a espiarme a mí o a mi esposa. Entonces usted podrá encarcelarme.
    — Veré que sea atendido, coronel— replicó el capitán, mientras los llevaba fuera de la
    oficina.

    Pero como un cargo por asesinato no es la mejor forma de desacreditar a alguien, y como el capitán no creía que el hombre que lo había desafiado fuera a asesinar a una niña; y como el cargo sería difícil de probar en cualquier caso, acarreándole muchos problemas y molestias, no ordenó el arresto de John Rowland, limitándose simplemente a ordenar que, por el momento, debería mantenérsele trabajando diariamente en las cubiertas gemelas, fuera de la vista de los pasajeros.

    Rowland, sorprendido por la súbita transferencia del desagradable fregado a la labor de un soldado, pintando salvavidas en una de las cálidas cubiertas gemelas, fue lo suficientemente astuto como para saber que estaba siendo estrechamente vigilado por el contramaestre, pero no tan sagaz como para afectar algunos síntomas de intoxicación o drogas, lo cual habría satisfecho a sus ansiosos superiores y le habría significado más whisky. Como resultado de su mirada más brillante y su voz más firme, debidos al curativo aire del mar, cuando salió a la primera guardia sobre la cubierta, a las cuatro en punto, el capitán y el contramaestre sostuvieron una entrevista en el cuarto de derrota, en la cual el primero dijo:

    — No se alarme, no es veneno. Él está ahora a medio camino de los horrores, y esto sencillamente los traerá hasta él. Funciona por dos o tres horas. Tan sólo póngalo en su jarro de beber mientras el castillo proel de babor está vacío.

    Hubo una pelea en el referido castillo, pelea que Rowland presenció, a la hora de la comida, lo cual no necesita describirse más allá del hecho que Rowland, que no participó en la refriega, sostenía en su mano el jarro con té mezclado por él mismo antes de tomar tres sorbos. Había conseguido un surtido fresco y terminado su comida; entonces, sin tomar parte en la abierta discusión que sus compañeros hacían sobre la pelea, se dejó caer en su catre y fumó hasta que los ocho campanazos lo hicieron salir a cubierta, junto con los demás.

    *Ley del Almirantazgo: Admiralty Law, derecho marítimo.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 16/08/2011 a las 10:19

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