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Tema: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

  1. #11
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Sé que es un incordio, pero rebelderenegado, ¿puedes entretenerte en enlazar frases, para que el relato se uniformice?. Es cuestión de estética. Por lo demás, es interesante el relato y se agradece tu labor traductora.
    Si te resulta molestia, adelante como lo subas, ya que se entiende igual.

    Saludos de Avicarlos.

  2. #12
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Justamente eso estaba haciendo mientras reviso la traducción, tiene errores debido al uso de traductores automáticos y estoy punteando el texto, para, comparandolo con el original inglés, quitar las incoherencias, malos giros, y ajustarlo en el uso de las expresiones idiomáticas, algunas francamente muy difíciles de poner en contexto, no soy experto pero le dejaré menos trabajo al que quiera perfeccionarlo del todo. Al agregando este trabajo deja de ser una mera copia corta y pega y pasa a generar una cierta propiedad intelectual, algo muy útil en estos días.

  3. #13
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPÍTULO VI

    Rowland— dijo el contramaestre, mientras la guardia se reunía en la cubierta—, encárgate de vigilar el lado de estribor del puente.
    — Ese no es mi sitio— dijo Rowland, sorprendido.
    — Órdenes del puente. Preséntate allá.

    Rowland gruñó, como suelen hacerlo los marineros agraviados, y obedeció. El hombre a quien relevaba reportó su nombre y desapareció. El primer oficial se paseaba por la cubierta de abajo, pregonando el ya usual Manténganse alertas, para después regresar a supuesto; entonces se hicieron presentes el silencio y la soledad de la vigilancia nocturna en el mar, intensificada por el incesante susurro de los motores, al que sólo le hacía competen- cia el sonido distante de la música y las risas provenientes del teatro, descendiendo por la parte delantera del buque. Debido al frío viendo del oeste que venía hacia el Titán, hubo algo cercano a la calma en su cubierta. Y la densa niebla, iluminada desde arriba por las estrellas era tan fría que incluso el más parlanchín de los pasajeros había huido en busca de luz y vida en el interior.

    Cuando sonaron las tres campanadas — media hora después de las nueve— y Rowland había dado en su turno el requerido todo está bien, el primer oficial dejó su puesto y se le aproximó.

    —Rowland— dijo al aproximarse—, dicen que has estado caminando por el alcázar.
    — No puedo imaginar cómo lo supo, señor— replicó Rowland—. No tengo el hábito de hacer eso.
    — Le dijiste al capitán. Supongo que el currículum es tan completo en Annapolis como en el Real Colegio Naval. ¿Qué piensas de las teorías de Maury sobre las corrientes?
    — Parecen algo plausibles- dijo Rowland, dosificando conscientemente el señor. Pero pienso que, muy particularmente, están mal fundamentadas.
    — Sí, sí, lo mismo pienso yo. ¿Seguiste alguna otra idea suya, como ésa de localizar un
    témpano en la niebla por la aproximación en la tasa de descenso de la temperatura?
    — No dio ningún resultado definitivo. Pero parece ser sólo cuestión de cálculo, y de tiempo para calcular. El frío es calor negativo, y puede ser tratado como energía radiada, que disminuye con el cuadrado de la distancia.

    El oficial permaneció mirando hacia delante, susurrando una tonada para sí durante un
    momento. Luego, con un Sí, eso es, regresó a su sitio. Debe tener un estómago de hierro,
    musitó mientras husmeaba en la bitácora, o quizás el contramaestre puso la dosis en el jarro del hombre equivocado.

    Rowland observó con una cínica sonrisa al oficial que se alejaba. Me pregunto, dijo para sí, por qué vino aquí abajo a hablar de navegación con un vigía de trinquete. ¿Por qué estoy acá arriba, fuera de mi turno? ¿Se relacionará con esa botella?

    Reasumió el corto paseo de acá para allá en la parte posterior del puente, y también la bastante sombría línea de pensamiento interrumpida por el oficial.

    ¿Cuánto habrá durado su ambición y amor por la profesión, tras conocer, ganar y perder a la única mujer en la tierra para él? Musitó. ¿Cómo es que la obsesión por conservar el afecto de una entre millones de mujeres que viven y aman puede pesar más que cada bendición de la vida y transformar la naturaleza de un hombre en un infierno, hasta consumirlo? ¿Con quién se casó ella? Quizás con un extraño, mucho después de mi destierro; un extraño que vino hacia ella, con pocas cualidades físicas o mentales que la complacieron; alguien que no necesitaba amarla, y cuyas posibilidades hubieran sido mejores sin eso. Y entonces él pisotea tranquila y fácilmente mi cielo. Y nos dicen que Dios reparte bien todas las cosas, y que existe un cielo en donde todos nuestros deseos insatisfechos sonatendidos,instándonos a tener fe en ello. Lo cual significa, si es que significa algo, que después de toda una vida de lealtad ignorada, durante la cual no gané nada más que su miedo y desprecio, puedo ser premiado por el amor y la compañía de su alma. ¿Acaso amo su alma? ¿Acaso tiene la bella cara y el porte de una Venus? ¿Acaso tiene ojos azules y profundos, y una dulce y musical voz? ¿Tiene porte, gracia y encanto?¿Le apena enormemente el sufrimiento? He aquí las cosas que yo amaba. No amo su alma, si es que tiene una. No la quiero. La quiero a ella, la necesito.

    Se detuvo en su caminar y se apoyó contra la baranda del puente, fijando su mirada en la
    niebla que había por delante. Ahora formulaba estos pensamientos en voz alta, lo cual llamó la atención del primer oficial, quien escuchó por un momento y regresó.

    — Está funcionando— musitó al tercer oficial.
    Entonces pulsó el botón que alertaba al capitán, hizo una corta llamada por el silbato de vapor para llamar al contramaestre y reasumió la observación sobre el vigía drogado mientras el tercer oficial conducía el buque.

    La llamada para el contramaestre a través del silbato de vapor es un sonido tan común en
    un buque que generalmente pasa desapercibida. Esta llamada afectó a otra persona, aparte
    del contramaestre. Una figurita vestida de noche que se levantó de una litera baja en el
    compartimiento de una cámara, con ojos muy abiertos y vivos, e intentó subir a la cubierta sin que le descubriera el vigía. Los desnudos y blancos pies no sintieron frío mientras pisa- ban los tablones de la ahora desierta cubierta de paseo., y la figurita había alcanzado la entrada a tercera clase cuando el capitán y el contramaestre llegaron al puente.

    Y hablan, continuó Rowland mientras los tres vigías escuchaban, del maravilloso amor y
    cuidado de un Dios misericordioso que controla todas las cosas – que me ha dado mis
    defectos, y mi capacidad de amar, y entonces puso a Myra Gaunt en mi camino.¿Hay misericordia para mí en esto? Como parte de un gran principio evolutivo que antepone el bienestar general al individual, debe ser consistente con la idea de un Dios, una causa primera. Sin embargo, ¿Debe aquél que perece por no haberse adaptado a sobrevivir, debe éste alguna gratitud a este Dios? ¡Pues no! ¡En el supuesto de su existencia, lo niego! Y ante la completa falta de evidencia, me afirmo en la integridad de causa y efecto, lo cual basta para explicar al Universo y a mí. Un Dios misericordioso... un cálido, amoroso, justo y misericordioso Dios... Rowland soltó una discordante carcajada que se detenía a ratos cuando él aplaudía con sus manos. ¿Qué es lo que me molesta? Siento como si hubiera tragado carbones ardientes, y estuvieran en mi cabeza y mis ojos. No puedo ver.

    El dolor lo dejó por un momento, y la risa volvió.

    ¿Qué pasa con el ancla de estribor? Se está moviendo. Está cambiando, es un... ¿Qué?, ¿Qué es eso? Está de cabeza, y el molinete, las anclas de reserva y los pescantes parecen
    estar vivos, moviéndose.

    La visión que había tenido habría sido horrible para una mente saludable, pero sólo hizo
    que este hombre incrementara su incontrolable regocijo. Abajo, las dos barandas que
    conducían a la proa, convergieron ante él en un sombrío triángulo; y dentro del mismo
    estaban los artilugios de cubierta que él había mencionado. Dos barriles se convirtieron
    en los curvos y oscuros ojos de un indescriptible monstruo, en el cual las cadenas se habían multiplicado en una multitud de piernas y tentáculos. Y esta cosa se arrastraba dentro del triángulo, recorriendo su perímetro. Los pescantes del ancla se transformaron en serpientes de varias cabezas que danzaban sobre sus colas, y las mismas anclas se retorcieron y curvaron bajo la forma de inmensas y velludas orugas, al tiempo que aparecían caras en los dos faros blancos, mirándole lascivamente y haciéndole muecas aveces. Con sus manos en la baranda del puente y las lágrimas corriendo por su rostro, reía ante la extraña visión, pero sin hablar; y los tres vigías, que se habían aproximado sigilosamente, retrocedieron para guardar, mientras abajo en la cubierta, la figurita
    blanca, atraída por la risa, se dirigió a la escalera que llevaba a la cubierta superior.
    La fantasmagoría se disolvió en una pared plana de niebla gris, y Rowland se encontró lo
    suficientemente lúcido como para musitar:

    — Me han drogado.

    Pero en un instante se vio en la oscuridad de un jardín, uno que él conocía. En la distancia se veían las luces de una casa, y cerca de él estaba una chiquilla, quien huía de él, aún cuando la llamaba.

    Por un supremo esfuerzo de voluntad, se devolvió al presente, al puente sobre el cual estaba, y a su deber. ¿Por qué tendrá que alcanzarme a través de los años? Gruñó.
    Ebrio entonces y ahora.
    Ella podría haberme salvado, pero escogió perjudicarme. Se esforzó por pasearse de arriba hacia abajo, pero se tambaleó y adhirió a la baranda; mientras tanto, los tres vigías se aproximaron de nuevo, y la figurita blanca alcanzó la cubierta superior.

    Supervivencia del más apto, musitó Rowland al dirigirse a la niebla; causa y efecto. Explica al Universo y a mí. Elevó su mano y habló ruidosamente mientras fijaba su vista en algo familiar que no había visto, en la niebla. ¿Cuál será el último efecto? ¿En qué parte del designio final, bajo la ley de correlación de energías, se reunirá, pesará y creerá mi gastado amor? ¿Qué lo equilibrará y dónde estaré? Myra, Myra, llamó. ¿Sabes lo que has perdido? ¿Sabes, en tu bondad, pureza y verdad lo que has hecho?, ¿Lo sabes?.

    El sitio en el cual estaba había desaparecido, y ahora parecía estar equilibrado en una
    nada, en medio de un solitario, mudo y gris entorno. Y en la vasta e ilimitada vacuidad no
    había sonido, vida o cambio; y en su corazón no había miedo, ni asombro, ni emoción de
    ninguna clase, excepto una: La indescriptible ansia de un amor fracasado. Aún parecía no
    ser John Rowland, sino algo o alguien más; ahora se veía a sí mismo lejano, a millones de
    billones de millas; así como las extremas márgenes del universo, y oyó su propia voz llaman- do. Débilmente, aún distintamente, invadido por la concentrada desesperación de su vida, vino la llamada:

    —¡Myra!, ¡Myra!...

    Hubo un llamado de respuesta, y buscando la segunda voz se encontró contemplando a la
    mujer de su amor, en el extremo opuesto del lugar; y la mirada de ella mantuvo la ternura, y su voz conservó la súplica que él había conocido, pero sólo en sueños.

    — Vuelve, pidió ella, vuelve a mí.
    Pero parecía que los dos no podían entenderse; de nuevo oyó el angustioso llamado
    ¡Myra!, ¡Myra!, ¿Dónde estás? Y de nuevo la respuesta, Vuelve a mí. Entonces, a la derecha
    y en la lejanía, apareció una lánguida llama que se fue haciendo cada vez más larga. Se
    aproximaba, y él la veía desapasionadamente; y al buscar de nuevo a las dos, vio que se
    habían ido, y que en su lugar había dos nubes que se disolvieron en miríadas de brillantes
    puntos de luz y color, girando e introduciéndose hasta llenar todo el espacio. Y a través de ellas, la larga luz venía y se iba estirando cada vez más, directo hacia él.

    Oyó un intenso sonido, y al buscarlo vio un objeto sin forma en dirección opuesta que se
    iba haciendo más oscuro que el vacío gris, a medida que la llama se alargaba, y vio que se acercaba. Le pareció que esta luz y oscuridad eran el bien y el mal en su vida y vio, al mirar cuál de los dos llegaría primero, que no sentía sorpresa ni remordimiento al ver que la oscuri- dad estaba más cercana. Se acercó más y más, hasta rozarlo por un lado.

    — ¿Qué tenemos aquí, Rowland?— dijo una voz.

    Inmediatamente, los puntos oscilantes se oscurecieron; el gris que lo rodeaba se transformó en niebla; la llama se transformó en la luna que trepaba sobre la niebla, y la deforme oscuridad en el primer oficial. La figurita blanca, que había pasado por entre los tres vigías, permanecía a sus pies, como si, a pesar de un presentimiento de peligro, hubiera venido en su sueño, buscando seguridad y cuidado en el antiguo amante de su madre, el débil yfuerte, el perseguido, drogado y muchas cosas más, pero desvalido, John Rowland.

    Respondió, con la prontitud con la cual un hombre que dormita responde a la pregunta que e despierta, aunque todavía tartamudeaba por el ahora menguante efecto de la droga:

    — La hija de Myra, señor; está dormida.

    Alzó a la chiquilla, quien gritó al despertar, y dobló su chaquetón alrededor del frío cuerpecito.

    — ¿Quién es Myra?, preguntó el oficial en un tono intimidatorio, que dejaba ver también enfado y decepción.
    —¡Has estado dormido!.

    Antes de que Rowland pudiera responder, un grito proveniente del nido del cuervo hendió el aire.

    — ¡Hielo!, aulló el vigía, ¡Hielo al frente! ¡Un témpano! ¡Justo frente a la proa!

    El primer oficial corrió al centro del buque, y el capitán, que había permanecido ahí, saltó al telégrafo del cuarto de máquinas, accionando la palanca. Pero cinco segundos más tarde, la proa del Titán comenzó a elevarse, y adelante, casi al alcance de la mano, podía verse un campo de hielo a través de la niebla, que alcanzaba a internarse unos cien pies en su ruta. La música en el teatro cesó, y en medio del babel de gritos y llantos, y el aturdidor ruido del acero arrugándose y chocando sobre el hielo, Rowland oyó la agonizante voz de una mujer que desde el pasillo del puente gritaba:

    —¡ Myra!, ¡Myra!, ¿Dónde estás? Vuelve...

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 16/08/2011 a las 11:15

  4. #14
    Forero Experto
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    03 mar, 10
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPITULO VII

    Setenta y cinco mil toneladas de peso muerto avanzando a través de la niebla a la velocidad de cincuenta pies por segundo se habían lanzado contra un témpano de hielo.El impacto habría sido recibido por un muro perpendicular la resistencia elástica de las chapas ylos armazo- nes curvos se habría sobrepuesto sin más daño a los pasajeros que una severa sacudida, y sin más daño al buque que una ligera deformación en la proa, y la muerte de un miembro de la guardia en la parte baja.
    El buque habría retrocedido y, con su proa ligeramente hundida, habría terminado el viaje a una velocidad reducida para ser reconstruido con el dinero del seguro y finalmente obtener un gran beneficio con la consecuente imagen de su invulnerabilidad; pero había una pequeña grieta en la parte baja, formada posiblemente cuando el Titan se separaba del témpano, y con su quilla cortando el hielo como si se tratara del patín de acero de un trineo, y su gran mole, descansando en el pantoque de estribor, ascendió más y más sobre la superficie del mar, hasta que las hélices quedaron semi expuestas y entonces, hallando un camino en espiral en la parte baja del hielo, zozobró, perdiendo el equilibrio, y volcándose sobre su lado de estribor.

    Los pernos que sujetaban las calderas y los tres motores de triple expansión no estaban diseñados para soportar esa fuerza, se soltaron con un estallido y entonces, a través de un laberinto de barandales, enrejados y mamparos de popa a proa, sobrevinieron estas masas gigantes de acero y hierro, perforando los lados del buque, aún donde había retrocedido
    por el hielo resistente y sólido, y llenando las salas de calderas y máquinas con quemante vapor, lo cual trajo una muerte rápida pero torturante a cada uno de los cientos de hombres que se hallaban en la sala de máquinas.

    En medio del rugido del vapor que se escapaba, y el zumbido de las cerca de tres mil voces humanas surgiendo en agónicos gritos y llamadas desde el interior de los muros que las encerraban y el silbido del aire a través de cientos de postigos abiertos (a medida que el agua que entraba por los agujeros del abollado y hendido lado de estribor lo expelía), el Titán se movió lentamente hacia atrás, lanzándose hacia el mar en donde flotó débilmente de lado, como un agonizante monstruo, gruñendo con su herida de muerte.

    Una montaña de hielo, sólida y piramidal, se alejó por el lado de estribor a medida que el buque se inclinaba, lo cual hizo que a medida que caía sobre estribor, casi a lo largo de la cubierta de botes cada pareja de pescantes fuera arrancada, se destrozaran los botes y varios aparejos fueran despedazados con un restallido hasta que, a medida que el buque se vaciaba, tapaba la pila de despojos esparcidos en el hielo al frente y alrededor, con los últimos y rotos montantes del puente. Y bajo esta destrozada estructura, dañada por una arrolladora caída a través de un arco de casi veintidós metros de radio, estaba agachado Rowland, sangrando por una herida en su cabeza y aún aferrando contra sí a la chiquilla, ahora demasiado asustada como para llorar.

    Por un esfuerzo de voluntad, despertó y miró a su alrededor. Ante su vista,aún distorsionada y adaptada a distancias más cortas por el efecto de la droga que había tomado, el buque no era más que una mancha en la niebla iluminada por la luna; aún creía poder ver hombres gateando y trabajando en los pescantes superiores, y el bote más próximo, el Nº 24, parecía estar balanceándose por los aparejos. Entonces la niebla se disipó,aunque su posición aún era delatada por el rugido del vapor desde los pulmones de hierro del buque Esto cesó pronto, dejando tras de sí el intensamente horrible silbido del aire; y cuando, repentinamente, esto también cesó, el subsiguiente silencio roto por los desanimados reportes, conforme los compartimientos se rompían, Rowland supo que el holocausto se había completado; que el invencible Titán, con casi toda su gente, incapaz de escalar paredes o coronar cimas, estaba bajo la superficie.

    Mecánicamente, sus entumecidas facultades habían recibido y grabado las impresiones de los últimos instantes; no podía comprender completamente todo ese horror. Su mente aún estaba agudamente alerta ante el riesgo de la mujer cuya suplicante voz había oído y reconocido; la mujer de sus sueños, madre de la niña que estaba entre sus brazos.
    Apresuradamente examinó el naufragio. No había un solo bote intacto. Arrastrándose hasta la superficie del agua, llamó, con todo el poder de su debilitada voz a los posibles pero invisibles botes más allá de la niebla — llamándolos para que vinieran y salvaran a la niña y buscaran a una mujer que había estado en la cubierta, bajo el puente—. Gritó el nombre de esta mujer, la única que él conocía, animándola a nadar, a patalear en el agua para flotar sobre el naufragio y para responderle hasta que la encontrara. No hubo respuesta, y cuando su voz se hubo tornado ronca e inútil, y sus pies se hubieron entumecido bajo el frío del hielo que se fundía, regresó al naufragio, hundido y destrozado por la más negra desolación que había llegado a su infeliz vida. La chiquilla seguía llorando, y él trató de calmarla.

    —¡Quiero a mi mamá!, gimoteó ella.

    —Calma, nena. Calma, respondió él fatigadamente, También yo la quiero.

    Mucho más que el cielo, aunque creo que hay muy buenas probabilidades, dijo para sus adentros.

    —¿Tienes frío, chiquilla? Iremos adentro y haré una casa para nosotros.

    Se quitó el abrigo y con él envolvió tiernamente a la niña, con una advertencia:

    —No te asustes ahora.

    La puso en el rincón del puente que descansaba en su lado frontal. Tan pronto como lo hizo, la botella de whisky cayó del bolsillo. Parecía haber pasado una eternidad desde que él la hubiera encontrado allí, y le tomó un enorme esfuerzo de razonamiento antes de recordar todo su significado. Entonces la levantó para lanzarla por el hielo inclinado, pero se detuvo.

    —La conservaré, musitó. Puede ser seguro en pequeñas cantidades, y lo necesitaremos en este hielo.

    La puso en un rincón. Entonces, removiendo la lona de uno de los botes naufragados, la colgó sobre el lado abierto y el final del puente, se arrastró entre ellos se puso su abrigo,
    diseñado para un hombre más alto, y abotonándolo alrededor de él y de la niña, se acostó sobre el duro maderamen. La chiquilla aún lloraba, pero pronto cesó su llanto y se durmió bajo la influencia de la calidez de su cuerpo.

    Acurrucado en un rincón, se entregó al tormento de sus pensamientos. Dos imágenes se apiñaban alternativamente en su cabeza; una era aquella en la que la mujer de su sueño le rogaba que volviera, imagen a la cual se aferraba su memoria como si de un oráculo se tratara; en la otra, la mujer yacía fría y muerta, a varias brazas de profundidad en el mar.
    Ponderó sus oportunidades. Ella estaba cerca del puente o camino del mismo; y el bote Nº 24, que, lo sabía con toda seguridad, estaba siendo arriado mientras él miraba, se habría balanceado cerca de ella mientras descendía. Ella pudo haberlo abordado, a menos que los nadadores provenientes de las puertas y las escotillas lo hubieran hundido. Y en su agonía mental imprecó a estos nadadores, prefiriendo verla a ella mentalmente, la única pasajera en el bote, con el guardia de cubierta que la llevaría a la salvación.

    La potente droga que había tomado aún trabajaba, y esto, sumado al musical sonido del mar arremetiendo contra la helada playa, el crujido apagado y el crepitar debajo y alrededor de él — la voz del témpano de hielo— finalmente le venció, haciéndole dormir para despertar bajo la luz del día, con sus miembros ateridos y atontados por el frío... casi congelados.

    Y en toda la noche, mientras él dormía, un bote con el número 24 en su proa, impulsado por robustos marineros y dirigido por oficiales engalanados, se encaminaba a la ruta sur, la vía de la primavera. Y agachada en las láminas de popa en ese bote, estaba una quejumbrosa y suplicante mujer, quien lloraba y gritaba a intervalos, llamando a su marido y a su hija, y no se calmó ni siquiera cuando uno de los oficiales, le aseguró que su niña estaba a salvo al cuidado de John Rowland, un valiente y confiable marinero, quien ciertamente estaba en otro bote con ella. Por supuesto, omitió el hecho de que Rowland había llamado desde el témpano, mientras ella estaba inconsciente, y que si la niña aún estaba con vida, ésta se encontraba con él allá... abandonada.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado, desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 17/08/2011 a las 08:35

  5. #15
    Forero Experto
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    03 mar, 10
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPITULO VIII

    Con algunos temores, Rowland bebió una pequeña cantidad de licor, y envolvió en el abrigo a la niña, que aún dormía, para ir a caminar sobre el hielo. La niebla se había ido, y un mar azul se extendía en el horizonte. Detrás de él había una montaña de hielo. La escaló y tuvo una buena vista de un precipicio con una altura de cientos de pies. Ante él, el hielo descendía a una playa más empinada que la que tenía detrás, y a la derecha había varias colinas y picos más altos, esparcidos en medio de numerosos cañones y cuevas, y brillantes cascadas que ocultaban el horizonte en esa dirección. Por ningún lugar se veía una vela o el humo de un buque para animarlo, y retrocedió sobre sus pasos.Pero cuando estaba a media distancia del naufragio, vio una figura blanca que se aproximaba desde los picos.

    Sus ojos aún no se encontraban en buenas condiciones, y después de un dudoso escrutinio, comenzó a correr; porque vio que el misterioso objeto blanco estaba más cerca del naufragio que él, disminuyendo rápidamente su distancia. A unas cien yardas, el corazón le dio un vuelco, y la sangre se le heló en las venas, como el hielo que estaba bajo sus pies, porque el objeto blanco era un viajero del helado Norte, encorvado y hambriento un oso polar, que había olido comida y la estaba buscando, aproximándose con un pesado trote, sus enormes y rojas mandíbulas semiabiertas, mostrando unos amarillentos colmillos. Rowland no tenía ninguna arma, a excepción de una resistente navaja de bolsillo, y sin embargo la extrajo y abrió mientras corría. Ni por un instante dudó que se trataba de un conflicto que casi prometía la muerte, debido a que la presencia de este oso involucraba la seguridad de la niña, cuya vida se había tornado más importante para Rowland que la suya propia. Para horror suyo, vio que la niña se arrastraba fuera de la abertura en su cubierta blanca, justo cuando el oso doblaba la esquina del puente.

    —¡¡Regresa, pequeña!! ¡¡Regresa!!—, gritó mientras se parapetaba detrás de un talud. El oso alcanzó a la niña primero, y sin ningún esfuerzo aparente, la lanzó con un golpe de sus enormes zarpas, a una docena de pies de distancia, donde permaneció inerte.Se dirigió a ella cuando Rowland lo interceptó.

    El oso se levantó sobre sus patas traseras, bajó lentamente y cargó, y Rowland sintió que los huesos de su brazo izquierdo se rompían bajo el ímpetu de la mordedura de las enormes mandíbulas. Pero al caer, enterró la navaja en el peludo flanco, y el oso, con un gruñido de ira, escupió el miembro mutilado y le asestó un golpe que lo mandó muy lejos sobre le hielo, mucho más de lo que se encontraba la niña. Él se levantó, con las costillas rotas, y sintiendo escasamente el dolor, esperó la segunda arremetida. En su contra estaba el herido e inútil brazo, agarrado entre las amarillentas mandíbulas, y de nuevo él presionó hacia atrás, pero esta vez usó metódicamente la navaja. El enorme hocico presionaba contra su pecho; el cálido y fétido aliento estaba en sus fosas nasales; y los rabiosos ojos brillaban sobre su hombro. Él atacó el ojo izquierdo del animal, y lo hizo de verdad. La hoja de doce centímetros y medio volvió a ser manipulada, perforando el
    cerebro, y el animal, con una convulsiva agitación que lo llevó a medio camino de sus pies por el brazo herido, se levantó con sus garras extendidas en sus veinte centímetros de longitud, para desplomarse, y después de unas espasmódicas patadas, quedó inerte. Rowland había hecho lo que ningún cazador Innuit habría tenido el valor de hacer: Enfrentarse y matar al Tigre del Norte con un cuchillo.

    Todo había sucedido en un minuto, él se había lesionado por su vida; porque en la quietud de un hospital, lo mejor del talento quirúrgico habría sido intensamente aprovechado para reorganizar los fragmentos del hueso en el fláccido brazo y poner en su lugar las costillas rotas. Pero se encontraba a la deriva en una isla de hielo flotante, con una temperatura cercana al punto de congelación, y aún sin la ayuda de lo salvaje de la naturaleza.

    Dolorosamente se dirigió hacia el pequeño bulto blanco y rojo, alzándolo con su brazo infecto, a pesar de que el agacharse le causó un dolor agudísimo. La niña sangraba por cuatro profundos y crueles arañazos que se extendían diagonalmente desde el hombro derecho hasta la parte baja de la espalda; pero tras examinarla suavemente halló que los frágiles huesos no se habían roto, y que su inconsciencia se debía al áspero contacto de su mente con el hielo, lo cual explicaba la hinchazón que se le había formado.

    Por pura necesidad, sus primeros esfuerzos fueron hechos en beneficio propio; así que, después de envolver a la chiquilla en su abrigo, la acomodó en el refugio, para después cortar la lona y con ella hacer un cabestrillo para su brazo herido. Entonces, valiéndose del cuchillo, los dedos y los dientes, desolló en parte el oso —obligándose con frecuencia a detenerse para que el dolor no lo desmayara— y de la cálida, pero no muy gruesa capa de piel cortó una ancha porción que, después de lavada en un estanque cercano, ató firmemente a la espalda de la chiquilla, usando el destrozado pijama como un vendaje.

    Cortó el forro de franela de su abrigo, y con una de las mangas hizo vestiduras inferiores para las pequeñas piernas, doblando lo que sobraba de longitud sobre los tobillos inertes. Envolvió el lino de la parte del cuerpo alrededor de su cintura, incluyendo los brazos, y alrededor le envolvió con tiras de lienzo, empalmando este envoltorio parecido a una momia con hilachas, tal como un marino asegura una vestidura calurosa a las partes dobles de un cable, un proceso que, una vez terminado, habría despertado la indignación de cualquier madre que le viera. Pero él era solamente un hombre que sufría una angustia a nivel mental y físico.

    Para cuando hubo terminado, la niña había recuperado la consciencia, y se quejaba de su miseria con un débil gimoteo. Pero él se propuso no detenerse, para poderse endurecer con el frío y el dolor. Había abundancia de agua fresca, gracias al hielo fundido, esparcido en los estanques. El oso surtiría comida, pero para cocinarla necesitaban fuego, lo mismo que para mantenerse calientes, prevenirse de la peligrosa inflamación de sus miembros y hacer una hoguera que pudiera ser vista por los buques que pasaran por ahí.

    Temerariamente bebió de la botella, necesitando el estimulante y razonando, quizá correctamente, que ninguna droga ordinaria podría afectarlo en sus actuales condiciones; entonces examinó el naufragio, compuesto en su mayor parte de buena leña menuda. Parcialmente, encima y debajo de esta pila, había un bote salvavidas, cubierto con terminaciones de acero, ahora dobladas en un ángulo mayor de noventa grados, y descansando sobre sus bordes. Con la lona envolviendo una mitad, y un pequeño fuego en la otra, prometía ser, gracias a sus propiedades de conducción del calor, un mejor y más cálido refugio que el puente. Un marinero sin cerillos es una anomalía. Cortó virutas de madera, encendió el fuego, colgó la lona y trajo a la niña, que lastimeramente pedía un trago de agua.

    Encontró un jarro, posiblemente dejado en un bote que hacía agua, antes de ser arriado en los pescantes, y le dio de beber a la chiquilla, no sin antes añadir unas cuantas gotas de whisky al vaso. Entonces pensó en el desayuno. Cortando un filete de los cuartos traseros del oso, lo asó ensartado en una varilla, encontrándolo dulce y satisfactorio; pero al intentar alimentar a la niña, vio la necesidad de liberar sus brazos, lo cual hizo, sacrificando las mangas para cubrirlos. El cambio y la comida interrumpieron el llanto de
    la niña por un rato, y Rowland descansó con ella en el cálido bote. Antes de terminar el día se había acabado el whisky, y él tenía fiebre y era presa del delirio, mientras que la niña se hallaba un poco mejor.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado, desde el original en inglés

  6. #16
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPÍTULO IX

    Con intervalos de lucidez durante los cuales reavivó el fuego, cocinó la carne del
    oso y se encargó de las heridas de la niña, Rowland fue presa del delirio durante
    tres días. Su sufrimiento fue intenso. Su brazo, el centro del palpitante dolor, se
    había hinchado el doble del tamaño natural, mientras que su costado le impedía inspirar plenamente, a voluntad. No prestó atención a sus propias heridas, y además tenía el vigor de una constitución que varios años de disipación no pudieron empeorar, o quizás todo se debía a alguna propiedad antifebril de la carne del oso, o la ausencia del excitante whisky que ganara la batalla. Reavivó el fuego con su último cerillo y miró el oscuro horizonte alrededor de él, sana, pero débilmente en mente y cuerpo.

    Si había aparecido una vela en el intermedio, él no la había visto; ni estaba a la vista
    ahora. Demasiado débil como estaba para escalar el montículo, volvió al bote, donde la
    niña, cansada de llorar en vano, se había dormido. Su torpe y bastante heroica forma de
    envolverla para protegerla del frío había contribuido indudablemente al cierre de sus
    heridas a fuerza de mantenerlas en su lugar, aunque se debe haber sumado a sus actuales
    sufrimientos. Miró por un momento el pequeño rostro, pálido y surcado por las lágrimas, con los flecos de sus bucles enredados asomando por entre las envolturas de lona, y
    agachándose dolorosamente, la besó con suavidad; pero el beso la despertó, haciendo que
    llorara por su madre. Él no pudo calmarla, ni tampoco intentarlo; y con una informe y muda imprecación contra el Destino vertiéndose desde su corazón, la dejó y se sentó en el naufragio, a media distancia.

    Probablemente estaremos bien, musitó lúgubremente, a menos que deje que se acabe el fuego. ¿Y entonces qué? No podremos durar más que el témpano, ni mucho más que el oso. Debemos estar fuera de las rutas— Estábamos a unas novecientas millas fuera cuando chocamos, y la corriente está pegada al banco de niebla aquí —, alrededor de oeste-sudoeste —Pero ésa no es la superficie del agua. Estos profundos compañeros tienen sus propias corrientes. No hay niebla; debemos estar hacia el sur del banco de niebla— entre las rutas. Moverán sus botes en la otra dirección después de esto, creo, los malditos ladrones, si no la han ahogado. Malditos ellos, con sus compartimientos estancos y las correderas de sus vigías. Veinticuatro botes para tres mil personas, apiñadas entre barandas alquitranadas, treinta hombres para apurarlos y ni un hacha o un cuchillo en la cubierta de botes. ¿Pudo ella alejarse? Si habían bajado ese bote, deben haberla traído desde el pasillo; y su esposo sabía que yo tenía a su hija; su nombre debe ser Myra también; fue su voz la que oí en ese sueño. Fue el hachís. ¿Para qué me drogaron? El whisky, sin embargo, era excelente. Todo está consumado, a menos que llegue a tierra firme, pero ¿lo lograré?

    La luna se elevó sobre la encastillada estructura a la izquierda, inundando la playa helada
    con una pálida y grisácea luz, brillando en miles de puntos desde las cascadas, las
    corrientes y los agitados lagos, atravesando la más negra oscuridad de los barrancos y oquedades, y trayendo a su mente, a pesar de la misteriosa belleza de la escena, una
    abrumadora sensación de soledad –de pequeñez-, como si toda la desolación inorgánica que lerodeaba tuviera una mayor importancia que él mismo, y todas las esperanzas, planes y temores de su vida entera. La niña había llorado, para dormirse nuevamente, y él paseó de un lado para otro en el hielo.

    Ahí arriba, dijo pensativamente, mirando al cielo en el que unas cuantas estrellas
    brillaban débilmente a través de la luz de la luna; Ahí arriba, en algún lugar, está el cielo
    de los cristianos. Ahí arriba está su buen Dios, quien ha puesto a la hija de Myra aquí —
    su buen Dios, del que se deriva la salvaje y sanguinaria raza que lo inventó—. Y bajo
    nosotros, en algún lugar otra vez, está su infierno y un dios malo, a quien ellos mismos
    inventaron. Y nos dan a es*****: Cielo o infierno. No es así, no lo es. El gran misterio no
    está resuelto, el corazón humano no es ayudado así. Ningún buen ni misericordioso Dios
    creó este mundo o sus condiciones. Sin importar lo que sea, puede ser la naturaleza de
    los motivos del trabajo más allá de nuestra visión mental, un hecho está indudablemente
    probado: Las cualidades de misericordia, bondad y justicia no tienen lugar en la intriga
    gobernante. Y todavía proclaman que el meollo de todas las religiones sobre la tierra es
    la creencia en esto. ¿Lo es? O es el cobardemente humano temor a lo desconocido lo que
    impulsa a la salvaje madre a arrojar su bebé a un cocodrilo, o al hombre civilizado a dotar iglesias, lo que ha mantenido en existencia desde el comienzo a una casta de apaciguadores, boticarios, predicadores y clérigos, todos viviendo de los miedos y esperanzas suscitados por ellos mismos.

    Y la gente ora —millones de ellos— y clama por alguna respuesta. ¿Les responden?, ¿Acaso alguna súplica enviada al cielo por la dolorida humanidad fue respondida o al menos escuchada? ¿Quién sabe? Oran para que llueva y haga sol, y ambas cosas ocurren a la vez. Oran por la salud y el éxito, y ambos llegan naturalmente en el acontecer de los eventos. Esto no es evidencia pero afirman saber, por crecimiento espiritual, que son oídos, reconfortados y respondidos al instante. ¿No será un experimento psicológico?¿No sentirían la misma tranquilidad si repitieran las tablas de multiplicación o si guardaran la brújula?

    Millones han creído en esto —que las oraciones reciben una respuesta—, y estos
    millones han orado a diferentes dioses. ¿Estaban bien o mal? ¿Una oración tentativa
    habría sido escuchada? Admitiendo que las Biblias, los Coranes y los Vedas son
    engañosos e indignos de confianza, ¿Puede no haber un Ser desconocido e insondable
    que conoce mi corazón, que me está viendo ahora? Si es así, este ser me dio la razón, lo
    cual le pone en tela de juicio, y sobre Él cae la responsabilidad. Y si este Ser existe,
    ¿Habría visto algún defecto del que no tengo la culpa, y escuchado alguna oración mía,
    basado en el mero hecho de que puedo estar errado? ¿Puede un no creyente, con toda la fuerza de su razonamiento, meterse en problemas de los que no pueda salir, y pedir ayuda a un Poder imaginario? ¿Será posible que el tiempo le llegue a un hombre cuerdo... que me llegue a mí?

    Miró la línea oscura del horizonte vacío. Estaba a siete millas de distancia; Nueva York
    estaba a novecientas millas; la Luna, al este sobre las doscientas mil millas, y las estrellas a cualquier número de billones. Estaba solo, con una niña que dormía, un oso muerto y lo desconocido. Caminó suavemente hasta el bote y miró a la chiquilla por un momento; entonces, levantando su cabeza, musitó:

    — Por ti, Myra.

    Arrodillándose, el ateo levantó su mirada a los cielos, y con su débil voz y el fervor
    nacido de su desamparo, oró al Dios a quien negaba. Suplicó por la vida de la chiquilla
    que estaba a su cuidado —por la seguridad de la madre, tan requerida por la chiquilla— y
    por coraje y fuerza para hacer su parte y juntarlas de nuevo. Pero más allá de la aparente
    petición de ayuda para los otros, ninguna palabra o pensamiento expresado en su oración
    lo incluía a él como beneficiario. Habría sido demasiado para su orgullo. Al ponerse de
    pie, sobre la helada esquina derecha de la playa apareció el foque de una embarcación, y
    un momento después fue visible toda la barca iluminada por la luna, mecida por el tenue
    viento del oeste, a no menos de media milla de distancia.
    Rowland saltó al fuego, olvidando su dolor y, arrojando madera, hizo una hoguera. En un
    frenesí de excitación aulló:

    —¡Ah del barco! ¡Ah del barco! ¡Sáquennos de aquí!

    Una respuesta profundamente templada vino a él a través del agua.

    — ¡Despierta, Myra!— gritó cuando llegó a donde estaba la niña—. Despierta. Nos vamos.

    — ¿Vamos con mamá?— preguntó ella sin señales de lloriqueo.

    — Sí, iremos con ella ahora, Eso es, agregó para sí. Si esa cláusula en la oración es
    considerada.

    Quince minutos después, al ver aproximarse un bote salvavidas, musitó:

    — Ese barco estaba allí, a media milla en este viento, antes de que yo pensara en orar.

    ¿Ha sido respondida esa oración? ¿Ella está a salvo?

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado, desde el original en inglés

  7. #17
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPITULO X

    En el primer piso de la Bolsa Real de Londres hay un departamento infestado de escritorios alrededor de y entre los que se agita una apurada y gritona multitud de corredores de bolsa, amanuenses y mensajeros. Flanqueando este departamento hay puertas y pasillos que conducen a cuartos y oficinas adyacentes, y esparcidas por doquier hay pizarras de información, en las que diariamente son escritas por duplicado las tragedias marinas que ocurren en el mundo. En una esquina hay una plataforma elevada, consagrada a la presencia de un funcionario importante. En el lenguaje técnico de la “Ciudad”, el departamento es conocido como el “Cuarto” y el funcionario es el “Llamador”, cuyo trabajo consiste en anunciar, con una potente y cantarina voz, los nombres de los miembros requeridos en la puerta, y los descarnados pormenores de las noticias del boletín antes de que sean escritas en la pizarra.

    Este es el cuartel general del Lloyds, la inmensa asociación de aseguradores, corredores de bolsa y marineros que, empezando en el Café de Edward Lloyd a finales del siglo XVII, se ha convertido, reteniendo el apellido como nombre, en una corporación tan bien equipada, espléndidamente organizada y poderosa que reyes y ministros del Estado apelan a ella cuando hay noticias del exterior.

    Ningún capitán o marinero se hace a la mar bajo la bandera británica sin ser anotado, e incluso las peleas en los castillos de proa y popa son registradas en el Lloyds para la inspección de futuros empleadores. Ningún barco naufraga en alguna playa desierta durante el turno de los aseguradores sin que la potente y cantarina voz lo anuncie cada treinta minutos como máximo.
    Uno de los cuartos contiguos es conocido como el Cuarto de Derrota. Aquí se pueden hallar en perfecto orden y secuencia, cada una en su rodillo, las cartas de navegación más recientes de todas las naciones, con una biblioteca sobre temas marítimos que describe hasta el más mínimo detalle las bahías, los faros, rocas, bajíos y corrientes de viento de cada línea costera mostrada en las cartas; los rumbos de las tormentas más recientes; los cambios de las corrientes oceánicas y los paraderos de derelictos, buques abandonados y témpanos de hielo. Con el tiempo, un miembro del Lloyds adquiere un conocimiento teórico sobre el mar que raras veces es excedido por quienes en él navegan.

    Otro departamento —el Cuarto del Capitán— es destinado al descanso y el ocio, y aún hay otro, la antítesis de este último, y es la Oficina de Inteligencia, donde quien lo requiera puede ser informado de las últimas noticias de éste o aquel buque retardado.

    El día en que fue convocado el ejército de aseguradores y corredores de bolsa, el anuncio del Llamador, diciendo que el Titán había sido destruido, provocó un ruidoso pánico, y los periódicos de Europa y Estados Unidos procedieron a lanzar ediciones extra, dando los vagos detalles de la llegada a Nueva York de un buque transportando pasajeros rescatados, y esta oficina se vio invadida por mujeres lloriqueantes y hombres preocupados que pedían, y se quedaban para pedir de nuevo, más noticias al respecto. Y cuando éstas llegaron —un largo cablegrama—, exponiendo los nombres del capitán, el primer oficial, siete marineros y una dama pasajera como aquellos que se habían salvado, un anciano y endeble caballero levantó su voz por sobre el llanto de las mujeres y dijo:

    — Mi nuera está a salvo; pero ¿dónde están mi hijo y mi nieta?

    Entonces se fue apresuradamente, pero volvió al día siguiente, y al siguiente. Y cuando en el décimo día de espera y vigilia supo que otro bote cargado con niños y marineros había llegado a Gibraltar, meneó lentamente la cabeza, musitando George, George, y dejó el departamento. Esa noche, tras telegrafiar al cónsul en Gibraltar para notificarle de su arribo, cruzó el canal.

    En la primera ruidosa multitud de preguntas, cuando los aseguradores se habían encaramado en sus escritorios y demás para nuevamente escuchar sobre el naufragio del Titán, uno de ellos, el más ruidoso, un hombre corpulento con nariz aguileña y ojos brillantes, se abrió paso entre la multitud y se dirigió al Cuarto del Capitán, en donde, después de un trago de brandy, se sentó pesadamente, con un gruñido salido de lo más profundo de su alma.

    —¡ Padre Abraham!, musitó, esto me arruinará.

    — ¿Un duro golpe, Meyer?, preguntó uno.

    — Diez mil— respondió Meyer sombríamente.

    — Te hace bien— dijo otro ásperamente.¡Ten más cestos para tus huevos!.

    — Sabía que lo sacarías a colación.

    Aunque los ojos de Meyer brillaron con ese comentario, no dijo nada, pero bebió hasta lainconsciencia y fue llevado a su casa por uno de los amanuenses. De aquí en adelante, descuidando su trabajo, salvo para, ocasionalmente, visitar la pizarra de boletines,pasó su tiempo en el Cuarto del Capitán, bebiendo en demasía y maldiciendo su suerte. Al décimo día leyó, con ojos llorosos, puestos en el boletín, debajo de las noticias de la legada a Gibraltar del segundo buque cargado de pasajeros, lo siguiente: Boya salvavidas del Royal Age, de Londres, recogida en medio del naufragio en 45º20’N, 54º31’W por el buque Artic, de Boston. Capitán Brandt.

    — ¡Oh, mi buen Dios!— gritó mientras corría al Cuarto del Capitán.

    — Pobre diablo. Pobre maldito tonto judío, dijo un observador a otro. Había asegurado la mayor parte del Titán. Tomará los diamantes de su esposa como saldo. Tres semanas más tarde, Meyer fue despertado de un letárgico estupor por una multitud de gritones aseguradores,que irrumpieron en el Cuarto del Capitán, lo agarraron por los hombros y lo urgieron para que saliera a ver un boletín.

    — Léelo, Meyer; léelo. ¿Qué piensas al respecto?.
    Con algo de dificultad, leyó en voz alta, mientras ellos observaban su cara: John Rowland, marinero del Titán, con una niña pasajera de nombre desconocido, a bordo del Peerless, desembarca en Christiansand, Noruega. Ambos peligrosamente enfermos. Rowland habla acerca del buque partido por la mitad la noche anterior a la pérdida del Titán.

    — ¿Qué dices de eso, Meyer? Royal Age, ¿No lo es?, preguntó uno.

    — Sí, vociferó otro, me lo figuraba. El único barco no reportado recientemente. Sehabía demorado dos meses. Fue mencionado el mismo día, cincuenta millas al este de ese témpano de hielo.

    — Seguro—dijeron otros. No se dijo nada sobre la declaración del capitán. Se ve raro.

    — Bien, y qué con eso, dijo Meyer dolorosa y ********mente—, hay una cláusula de colisiones en la póliza del Titán; yo simplemente pago el dinero a la compañía de vapores, pese al desastre del Royal Age.

    — No tiene sentido, Meyer ¿Qué te pasa? ¿De cuál de las tribus perdidas saliste?, eres como ninguno en tu raza, bebiendo hasta la inconsciencia, como un buen cristiano. Tengo mil puestos en el Titán, y si voy a pagarlos, quiero saber por qué. Has tomado el mayor riesgo, y tienes los sesos para lucharlo, debes hacerlo. Ve a casa, recupérate y atiende esto. Vigilaremos a Rowland hasta que regreses. Seremos bastante cautos.

    Lo pusieron en un coche y lo llevaron a un baño turco, y después a casa. A la mañana siguiente, estaba en su escritorio, con la mirada y la mente claras, y por unas cuantas semanas fue un ocupado y dedicado hombre de negocios.


    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado, desde el original en inglés
    Última edición por rebelderenegado; 17/08/2011 a las 10:20

  8. #18
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPITULO XI

    Cierta mañana, casi dos meses después de anunciada la pérdida del Titán, Meyer se sentó en su escritorio en el Departamento, escribiendo con dedicación, cuando el anciano caballero, que había deplorado la muerte de su hijo en la oficina de Inteligencia, entró vacilando y tomó una silla a su lado.

    — Buenos días, señor Selfridge— dijo él con dificultad—. Supongo que ha venido por el pago del seguro. Los dieciséis días han expirado.

    — Sí, sí señor Meyer, dijo el anciano caballero, fatigadamente; por supuesto, como un simple accionista, no puedo tomar parte activa; pero soy un miembro aquí, y algo ansioso, naturalmente. Todo lo que yo tenía, incluso mi hijo y mi nieta, estaba en el Titán.

    — Es muy triste, señor Selfridge; reciba mis más profundas condolencias. Le creo que es el mayor dueño de las acciones del Titán, Alrededor de cien mil, ¿No es así?

    — Algo así.

    — Soy el asegurador mayoritario; así que, señor Selfridge, esta batalla será enteramente entre los dos.

    — ¿Batalla? ¿Acaso algo anda mal?, preguntó ansiosamente el señor Selfridge.

    — Es probable, no lo sé. Los aseguradores y compañías de afuera han puesto sus problemas en mis manos y no pagarán hasta que yo tome la iniciativa. Debemos escuchar a un tal John Rowland, quien fue rescatado del témpano con una chiquilla, y llevado a Cristiansand. Ha estado muy enfermo al dejar el buque que lo halló, y está en camino al Thames esta mañana. Tengo un transporte al puerto, y voy a esperarlo en mi oficina al mediodía. Ahí es donde haremos este pequeño negocio, no aquí.

    —Una chiquilla... salvada— inquirió el anciano—, querida mía, puede ser la pequeña Myra. No estaba en Gibraltar con los otros. No me preocuparía... no me preocuparía mucho por el dinero si ella estuviera a salvo. Pero mi hijo, mi único hijo se ha ido; y señor Meyer, me arruinaré si este seguro no es pagado.

    — Y yo me arruinaré si lo es— dijo Meyer, levantándose— ¿Vendrá usted a mi oficina, señor Selfridge? Espero que el apoderado legal y el Capitán Bryce estén ahí ahorra.

    El señor Selfridge se levantó y lo acompañó a la calle. Una oficina mejor amueblada en la calle Threadneedle, derivada de una más grande, y con el nombre de Meyer en la ventana, recibió a los dos hombres, uno de los cuales, en pro de los buenos negocios, estaba presto a empobrecerse. No hubieron de esperar ni un minuto antes de que el capitán Bryce y el señor Austeen fueran anunciados y entraran. Amables, de buen porte y correctas maneras, perfectos prototipos del oficial naval Británico, saludaron educadamente al señor Selfridge, cuando el señor Meyer los presentó como el capitán y el primer oficial del Titán y se sentaron. Instantes más tarde, el señor Meyer trajo a un hombre de aspecto sagaz de quien dijo era el apoderado legal de la Compañía de Vapores, pero no lo presentó; tal es el Sistema Británico de Jerarquías.

    — Ahorra, caballeros— dijo el señor Meyer—, creo que podemos proceder a negociar cierto punto, quizás adicional. Señor Thompson, ¿Tiene usted la declaración del Capitán Bryce?

    —La tengo— respondió el señor Thompson, extrayendo un documento que el señor Meyer ojeó y luego devolvió.

    —Y en esta declaración, capitán—dijo—, usted ha afirmado que el viaje no fue más memorable hasta el momento del naufragio... así es— agregó con una aceitosa sonrisa tan pronto percibió que la cara del capitán empalidecía ¿Que nada ocurrió para hacer al Titán menos marinero o manejable?

    —Eso es lo que afirmé, dijo el capitán con un ligero suspiro.

    —Usted es copropietario, ¿No es así, capitán Bryce?

    —Poseo la quinta parte de las acciones de la Compañía.

    —He examinado la escritura de constitución y las listas de la Compañía,dijo Meyer—; cada buque es, tan lejanamente a lo que concierne a los avalúos y dividendos, una compañía separada. En la lista, usted aparece poseyendo ciento veinte de las acciones del Titán. Ante la ley, esto le convierte en copropietario del Titán y responsable como tal.

    —¿A qué se refiere, señor, con la palabra responsable?— preguntó rápidamente el capitán Bryce.

    A modo de respuesta, Meyer alzó sus negras cejas, asumió una actitud de escuchar, miró su reloj y fue a la puerta que, al ser abierta, dejó entrar el sonido de las ruedas de los carruajes.

    —Aquí adentro— llamó a sus amanuenses, y entonces enfrentó al capitán.

    —¿A qué me refiero, capitán Bryce?—tronó— A que en su declaración, usted ha ocultado toda la referencia de su choque con el Royal Age y su posterior hundimiento, la víspera del naufragio de su propio buque.

    —¿¡Quién lo dijo!? ¿¡Cómo lo supo!?, estalló el capitán ¡Usted sólo tiene ese boletín sobre Rowland, un ebrio irresponsable!

    —Ese hombre abordó ebrio en Nueva York, terció el primer oficial, y estuvo en estado de delirium tremens hasta el instante del naufragio. No nos topamos con el Royal Age, y en ninguna forma somos responsables de su pérdida.

    —Sí, agregó el capitán Bryce, y un hombre en esas condiciones es susceptible dever cualquier cosa. Estaba de vigilancia en el puente. El señor Austeen, el contramaestre y yo estábamos cerca de él.

    Antes de que la aceitosa sonrisa de Meyer indicara al aturdido capitán que había hablado demasiado, la puerta se abrió, dando paso a un Rowland pálido y débil, con la manga izquierda vacía y apoyándose en el brazo de un gigante de barba bronceada y vigoroso porte, quien transportaba a la pequeña Myra en el otro hombro y dijo, con el airoso tono del oficial de alcázar:

    —Bien, lo he traído medio muerto, pero ¿Por qué no pudo usted darme tiempo de atracar? Un piloto no puede hacerlo todo.

    —Y este es el capitán Barry, del Peerless, dijo Meyer estrechando su mano. Todo está bien, amigo mío; no perderá. Y éste es el señor Rowland, y ésta su chiquilla. Siéntese, amigo mío. Lo felicito por su escape.

    — Gracias, dijo débilmente Rowland. Amputaron mi brazo en Christiansand, pero aún así viviré. Ése es mi escape.

    El capitán Bryce y el primer oficial Austen, pálidos e inmóviles, miraron dura y fijamente al hombre, en cuya extenuada cara, purificada por sufrir hasta la casi espiritual dulzura de su edad, difícilmente reconocieron las facciones del problemático marinero del Titán. Sus ropas, aunque limpias, estaban harapientas y remendadas.

    El señor Selfridge se había levantado y además miraba, no a Rowland, sino a la niña que, sentada en el regazo del enorme capitán Barry, miraba a su alrededor con maravillados ojos. Su vestido era único. Estaba hecho de sacos —así como sus zapatos y su gorro de lona— con hilo de vela y puntadas de fabricante de velas, tres por pulgada, faldas
    cubiertas y ropa interior hecha con viejas camisas de franela. Como mucho, habría tomado una hora de trabajo de un vigía, brindada amorosamente por la tripulación del Peerless, dado que el débil Rowland no podía coser. El señor Selfridge se aproximó y examinó de cerca las vestiduras para preguntar:

    — ¿Cuál es su nombre?

    — Su primer nombre es Myra, respondió Rowland. Ella lo recuerda; pero no he podido aprender su segundo nombre, aunque conocí a su madre hace años, antes de que se casara.

    —Myra, Myra ,repitió el viejo caballero, ¿Me recuerdas? ¿No me recuerdas?.

    Tembló visiblemente mientras se inclinaba para besarla. La pequeña frente se frunció y arrugó mientras la chiquilla hurgaba en su memoria; entonces se le aclaró y su cara se iluminó con una sonrisa.

    — ¡Abuelo!— dijo ella.

    — Oh, Dios mío, te lo agradezco—murmuró el señor Selfridge, tomándola en sus brazos—. He perdido a mi hijo, pero he encontrado a esta niña, mi nieta.

    — Pero señor—preguntó ávidamente Rowland, ¿Es su nieta, dice? ¿Dice que su hijo está perdido? ¿Estaba a bordo del Titán? Y la madre, ¿Se ha salvado o está...?, se detuvo, incapaz de continuar.

    — La madre está a salvo, en Nueva York; pero sigue sin saberse del padre, mi hijo, agregó lúgubremente el anciano.

    La cabeza de Rowland se hundió, escondiendo la cara en su brazo, sobre la mesa a la cual se había sentado. Había sido una cara tan vieja, agotada y fatigada como aquella del encanecido hombre que tenía enfrente. En él, al levantarse con engreimiento, brillo en los ojos y una sonrisa en la cara, estaba la gloria de la juventud.

    — Confío, señor—dijo—, en que le enviará un telegrama. Estoy actualmente sin dinero, y por otro lado, no conozco su apellido.

    — Selfridge, que obviamente es el mío. La señora del coronel, o la señora de George Selfridge. Nuestra dirección en Nueva York es bastante conocida. Pero le enviaré un telegrama de una vez; y créame, señor Rowland, que aunque entiendo que nuestra deuda hacia usted no se puede medir en términos monetarios, usted no tiene por qué seguir sin dinero. Obviamente, usted es un hombre capaz, y yo tengo riqueza e influencia.

    Rowland se limitó a inclinarse a manera de saludo, pero el señor Meyer murmuró para sí riqueza e influencia. Probablemente no.

    —Ahorra, caballeros,dijo en un tono más alto, a los negocios. señor Rowland, ¿Nos hablará sobre el desastre del Royal Age?.

    — ¿Era el Royal Age?— preguntó Rowland— Serví en él, en un viaje. Sí, ciertamente.

    El señor Selfridge, más interesado en Myra que en la relación que estaba por darse, subió a la niña a una silla situada en un rincón y la sentó, mientras la acariciaba y le hablaba a la manera en que lo haría un abuelo de cualquier parte del mundo, y Rowland, mirando fijamente los rostros de los hombres que había venido a exponer, y cuya presencia de este modo ignorara tanto dijo, mientras ellos apretaban bastante los dientes y se enterraban a menudo las uñas de sus dedos en las palmas de sus manos, la terrible historia de cómo partieron por la mitad al barco en la primera noche desde Nueva York, terminando con el soborno y su negativa a aceptarlo.

    — Bien, caballeros, ¿Qué piensan ustedes al respecto?— preguntó Meyer mirando a su alrededor.

    — ¡Una mentira, de principio a fin! tronó el capitán Bryce.

    Rowland se puso de pie, pero el hombretón que lo acompañaba lo hizo sentar, para enfrentarse al capitán Bryce y calmadamente decirle:

    — Vi un oso polar al que este hombre mató en combate abierto. Vi su brazo después,y mientras lo salvaban de la muerte, no escuché quejas ni lloriqueos. Él puede pelear sus
    batallas cuando está bien, y cuando no, yo lo haré por él. ¡Si usted lo vuelve a insultar de nuevo en mi presencia, le haré tragarse sus dientes!


    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado, desde el original en inglés

  9. #19
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    Muy buen trabajo rebelderenegado. Interesante sin defraudar, está resultando esta historia de Rowland. Supongo nos reservas el desenlace, tras este seguido de capítulos que leí de un tirón.

    Lo esperamos impacientes. Saludos de Avicarlos.

  10. #20
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    Predeterminado Re: "Futilidad", o "El Hundimiento del Titán"

    CAPÍTULO XII

    Hubo un momento de silencio mientras los dos capitanes se miraban mutuamente, roto por el apoderado legal, quien dijo:

    — Sea cierta o falsa esta historia, lo cierto es que no tiene relevancia en la validez de la póliza; si esto ocurrió, fuedespués de la aplicación de la misma y antes del naufragio del Titán.

    —¡Perrro el encubrimiento!, ¡El encubrimiento!,gritó excitadamente el señor Meyer.

    — Tampoco tiene relevancia, señor. Si él encubrió cualquier cosa, fue hecho después del naufragio, y después de ser confirmada su responsabilidad. Ni siquiera fue fraude. Usted debe pagar el seguro.

    — No lo pagaré. No lo haré. Lucharé contra usted en la corte.

    Meyer pisoteó el suelo de su oficina en su excitación; entonces se detuvo con una triunfal sonrisa y sacudió un dedo ante la cara del apoderado legal.

    — Y aún cuando el encubrimiento no alterará la póliza, el hecho de que tuvieran de guardia a un hombre ebrio cuando el Titán embistió al témpano, será suficiente. Adelante y proceda con la demanda. Él era copropietario. No pagaré.

    — Usted no tiene testigos para esa admisión— dijo el apoderado.

    El señor Meyer miró el grupo que le rodeaba y dejó de sonreír.

    —El capitán Bryce estaba errado—dijo el señor Austen—. Este hombre estaba ebrio en Nueva York, como otros de la tripulación. Pero estaba sobrio y competente cuando estaba de guardia. Discutí algunas teorías de navegación durante su turno en el puente aquella noche, y él habló con inteligencia.

    — Perrro usted mismo dijo, no hace diez minutos, que este hombre se hallaba en estado de delirrrium trremens hasta el momento de la colisión— dijo el señor Meyer.

    — Lo que dije y lo que admitiré bajo juramento son dos cosas diferentes— dijo desesperadamente el oficial—. Pude haber dicho cualquier cosa ante la excitacióndel momento, cuando fuimos acusados de ese infame crimen. Ahora digo que John Rowland, cualquiera que haya podido ser su condición la noche precedente, era un sobrio y competente vigía en el momento del naufragio del Titán.

    — Gracias— dijo secamente Rowland al primer oficial. Luego, mirando al suplicante rostro del señor Meyer, continuó—. No creo que sea necesario presentarme ante el mundo como un ebrio para castigar a la compañía y a estos hombres. Tal como yo lo entiendo, el fraude esel acto ilegal de un capitán o la tripulación en el mar, causando daños o pérdidas; y sólo se aplica cuando los partícipes son puramente empleados.

    -¿Entendí correctamente que el capitán Bryce era copropietario?

    — Sí— dijo Meyer, él posee acciones. Y nosotros aseguramos en contra del fraude; perrro este hombre, en calidad de copropietario, no pudo recurrir a él.

    — Y se trató de un acto ilegal— continuó Rowland—, perpetrado por un capitán quees copropietario, que podría causar un naufragio, lo cual será suficiente para invalidar la póliza.

    —Ciertamente, dijo con avidez el señor Meyer; usted estaba ebrio en la guardia, estaba delirando ebrio, como él dijo. Lo jurará, ¿No es así, amigo mío? Es de mala fe con los aseguradores. Anula el seguro. Lo admite, señor Thompson, ¿No es verdad?

    —Es la ley— dijo fríamente el apoderado legal.

    —¿Ea también el señor Austen un copropietario?—preguntó Rowland.

    — Una cuota, ¿No es así, señor Austen?— preguntó Meyer mientras se frotaba las manos y sonreía.

    El señor Austen no dio signos de negativas y Rowland continuó.

    — Entonces, para drogar a un marinero hasta el estupor, y teniéndolo en observación fuera de su turno mientras se halla en ese estado, cuando el Titán embistió el témpano, el capitán Bryce y el señor Austen, como copropietarios, han cometido un acto que nulifica el seguro de ese buque.

    — ¡Maldito canalla mentiroso!— rugió el capitán Bryce mientras avanzaba hacia Rowland con amenazadora cara.

    A mitad de camino lo detuvo un enorme y musculoso puño que lo envió, tambaleándose y haciendo eses a través del cuarto, hasta donde estaban el señor Selfridge y la niña,cuyos flecos caían hasta el suelo, un desmelenado montón, mientras el enorme capitán Barry examinaba las marcas de dientes en sus nudillos, y todos se pusieron en pie de un salto.

    — Le dije que cuidara sus palabras— dijo el capitán Barry—. Trate respetuosamente a
    mi amigo.

    Perforó con la mirada al primer oficial, aún cuando lo invitaba a duplicar la ofensa; pero el señor Austen desistió para ayudar al aturdido capitán Bryce a sentarse en una silla, donde cayó en la cuenta de sus dientes perdidos y la sangre derramada en el piso de la oficina del señor Meyer, y gradualmente despertó sobre la verificación del hecho de haber sido golpeado y noqueado... por un norteamericano.
    La pequeña Myra, indemne, pero muy asustada, comenzó a llorar y a llamar a Rowland a su manera, para maravilla y escándalo del anciano caballero, quien procuró calmarla.

    — Dammy— gimió mientras luchaba para ir a él—, quiero a Dammy, Dammy, ¡Daaamy!

    — Oh, qué conmovedora chiquilla— dijo jocoso el señor Meyer— ¿Dónde aprendiste esa palabra?

    — Es mi apodo—dijo Rowland, sonriendo a su pesar—. Ella ha acuñado la palabra, explicó al agitado señor Selfridge, quien aún no había comprendido lo que ocurría—, y no fui capaz de convencerla para que dejara de usarla, ni pude ser áspero con ella. Permítame cargarla, señor.

    Se sentó con la niña, quien se acurrucó contra él con alegría, y muy pronto se tranquilizó.

    —Ahorrra, amigo mío— dijo el señor Meyer—, debe decirnos sobre cuando lo drogaron.

    Entonces el capitán Bryce, bajo el recuerdo del golpe recibido, comenzó a enfurecerse hasta la locura; y el señor Austen, con su mano descansando ligeramente en el hombro del capitán, listo para refrenarlo, escuchó la historia; el apoderado legal se sentó para tomar notas y el señor Selfridge, sin prestar atención a lo que ocurría, acercó su silla a Myra. Rowland relató los sucesos ocurridos antes y durante el naufragio. Comenzando con el hallazgo del whisky en su bolsillo, habló de cuando fue asignado a la vigilancia del puente en lugar del legísitmo sitio al que comúnmente estaba asignado; del súbito y extraño interés que el señor Austen presentara sobre sus conocimientos en navegación; del dolor en su estómago, las horribles formas que había visto en la cubierta inferior y las sensaciones de su sueño —omitiendo sólo la parte en la que estaba con la mujer que amaba; habló de la niña que caminaba dormida y que lo despertó, del impacto del hielo en el instante del naufragio y de la condición fija de sus ojos, que le impedía focalizarlos sólo a ciertadistancia,terminanando su historia, para explicar su manga vacía, con un detallado informe de su combate con el oso.

    — Y lo he revisado todo, dijo, en conclusión. Fui drogado, creo que con hachís (lo cual hace que un hombre vea cosas extrañas), y colocado en la guardia del puente, donde pudiera ser vigilado, y mis delirios escuchados y recordados con el único propósito de desacreditar mi testimonio en consideración con el accidente de la noche anterior. Pero sólo estaba drogado a medias, pues parte de mi té se derramó. En ese té, estoy seguro, estaba elhachís.

    — Lo sabe todo, ¿No es así?— gruñó el capitán Bryce— No era hachís, sino una infusión de cáñamo hindú. Usted no sabe...

    La mano de Austen se cerró sobre su boca, y él se calmó.

    —Qué ingenuo— dijo Rowland con una sonrisa tranquila—. El hachís se hace del cáñamo hindú.

    — Oigan esto, caballeros!— exclamó Meyer, poniéndose en pie de un salto y mirando a todos los que le rodeaban. Cayó sobre el capitán Barry— Oiga esta confesión, capitán.
    ¿Lo oyó decir cáñamo hindú? Tengo ahorra un testigo, señor Thompson. Continúe con la demanda. Óigalo, capitán Barry. Es usted un hombre desinteresado, es un testigo ¿Lo oye?
    — Sí, lo oí, el bribón asesino— dijo el capitán Barry.

    El señor Meyer bailó por lo alto y por lo bajo en medio de su alegría, mientras el apoderado legal, guardando sus notas, comentaba al oído del capitán Bryce:

    —Es usted el idiota más pobre que conozco.

    Y dejó la oficina.

    Entonces, el señor Meyer se aplacó, y encarándose a los dos oficiales del Titán dijo, lenta e improvisadamente, mientras agitaba su dedo índice casi encima de sus dos caras:

    — Inglaterra es un buen país, amigos míos, un buen país parra dejar atrás de vez en cuando. Están Canadá, Estados Unidos, Austrralia y Sud África, todos buenos países también parrra ir allá con nuevos nombres. Mis amigos, ustedes estarán en menos de media horrra en un boletín y en una lista del Lloyds, y nunca más zarparán de nuevo bajo la bandera británica como oficiales. Y déjenme decirles, mis buenos amigos, que cuando estén en ese boletín, todo Scotland Yard los estará buscando. Perrro mi puerta no está acerrojada.

    Silenciosamente, los dos hombres se levantaron, pálidos, avergonzados y abrumados, cruzaron la puerta, pasaron a través de la oficina exterior y salieron a la calle.

    Traducción revisada y corregida por rebelderenegado, desde el original en inglés

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