Las Santas Escrituras, la Palabra inspirada de Jehová, es el libro que ha sido reconocido como el más grande de todos los tiempos debido a su antigüedad, su difusión universal, el número de idiomas a los que se ha traducido, su gran valor literario y su importancia trascendental para toda la humanidad. Es independiente de todos los otros libros, no imita a ninguno. Se mantiene por sus propios méritos, dando crédito de esta forma a su único Autor. Se distingue por haber sobrevivido a controversias más violentas que ningún otro libro, pues ha sido objeto del odio de muchos enemigos.
Nombre. La palabra “Biblia” se deriva, a través del latín, de la voz griega bi‧blí‧a, que significa “libritos”. Esta palabra, a su vez, proviene de bi‧blos, término que hace referencia a la parte interior de la planta del papiro, de la que se hacía un papel primitivo. Los griegos llamaron “Biblos” a la ciudad fenicia de Gebal, famosa por su fabricación de papel de papiro. (Véase Jos 13:5, nota.) Con el tiempo, bi‧blí‧a llegó a significar un conjunto de escritos, rollos o libros, y, por fin, la colección de pequeños libros que compone la Biblia. Jerónimo llamó a esta colección Bibliotheca Divina.
Jesús y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas se refirieron a la colección de escritos sagrados como “Escrituras” o “las santas Escrituras”, “los santos escritos”. (Mt 21:42; Mr 14:49; Lu 24:32; Jn 5:39; Hch 18:24; Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15, 16.) Esta colección es la expresión escrita de un Dios que se comunica con sus criaturas, la Palabra de Dios, como lo ponen de relieve las siguientes frases bíblicas: “expresión de la boca de Jehová” (Dt 8:3), “dichos de Jehová” (Jos 24:27), “mandamientos de Jehová” (Esd 7:11), “ley de Jehová”, “recordatorio de Jehová”, “órdenes de Jehová” (Sl 19:7, 8 ), “palabra de Jehová” (Isa 38:4; 1Te 4:15) y ‘expresión de Jehová’ (Mt 4:4). En repetidas ocasiones se dice que estos escritos son las “sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:2; Hch 7:38; Heb 5:12; 1Pe 4:11.)
Divisiones. El canon bíblico lo componen 66 libros, desde Génesis hasta Revelación. La selección de estos libros en particular y la exclusión de muchos otros es una prueba de que el Autor divino, además de inspirar su escritura, también cuidó la composición y conservación del catálogo sagrado. (Véanse [URL="http://foros.monografias.com/showthread.php/58818-Libros-apócrifos"]APÓCRIFOS, LIBROS[/URL]) Treinta y nueve de los sesenta y seis libros que componen la Biblia, es decir, las tres cuartas partes, forman las Escrituras Hebreas, que en un principio se escribieron en dicho idioma, a excepción de pequeñas porciones escritas en arameo. (Esd 4:8–6:18; 7:12-26; Jer 10:11; Da 2:4b–7:28.) Los judíos combinaban varios de estos libros, de modo que solo ascendían a un total de 22 ó 24, aunque estos abarcaban exactamente la misma información que los 39 actuales. Asimismo, parece ser que tenían la costumbre de hacer tres subdivisiones de las Escrituras Hebreas: ‘la ley de Moisés, los Profetas y los Salmos’. (Lu 24:44; ) A la última parte de la Biblia se la conoce como las Escrituras Griegas Cristianas, así designada porque los 27 libros que la componen se escribieron en griego. La escritura, selección y ordenamiento de estos libros dentro del canon bíblico también demuestra la supervisión de Jehová de principio a fin.
La subdivisión de la Biblia en capítulos y versículos (la Versión Valera tiene 1.189 capítulos y 31.102 versículos) no la efectuaron los escritores originales, sino que fue un recurso muy útil añadido siglos más tarde. En primer lugar, los masoretas dividieron las Escrituras Hebreas en versículos y después, en el siglo XIII E.C., se añadieron las divisiones de los capítulos. Por fin, en 1553 se publicó la edición de la Biblia francesa de Robert Estienne, la primera Biblia completa con la actual división de capítulos y versículos.
Los 66 libros de la Biblia forman una sola obra, un todo completo. Al igual que las divisiones en capítulos y versículos solo son ayudas convenientes para el estudio de la Biblia y no atentan contra la unidad del conjunto, lo mismo ocurre al dividir la Biblia según los idiomas en que nos llegaron los manuscritos. Por consiguiente, tenemos las Escrituras Hebreas y las Escrituras Griegas, a las que se ha añadido el calificativo “Cristianas” para distinguirlas de la Versión de los Setenta, la traducción al griego de la sección hebrea de las Escrituras.
“Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”. En la actualidad es frecuente llamar “Antiguo Testamento” a las Escrituras redactadas en hebreo y arameo. Este nombre se basa en la lectura de 2 Corintios 3:14 que ofrecen la Vulgata latina y muchas versiones españolas. No obstante, en este texto la traducción “antiguo testamento” es errónea. La palabra griega di‧a‧thḗ‧kēs significa “pacto” tanto en este versículo como en los otros 32 lugares en los que aparece en el texto griego. Por eso, varias traducciones modernas lo vierten correctamente “antiguo pacto” (BAS, NVI, Val, VP) o “antigua alianza” (BR, CJ, FF, NC). Pablo no se refiere a la totalidad de las Escrituras Hebreoarameas ni tampoco da a entender que los escritos cristianos inspirados compongan un “nuevo testamento (o pacto)”. El apóstol habla del antiguo pacto de la Ley registrado por Moisés en el Pentateuco, que solo es una parte de las Escrituras precristianas. Por esta razón dice en el siguiente versículo: “Cuando se lee a Moisés”.
De modo que no hay ninguna razón válida para llamar “Antiguo Testamento” a las Escrituras Hebreoarameas ni “Nuevo Testamento” a las Escrituras Griegas Cristianas. Jesucristo mismo llamó a la colección de escritos sagrados “las Escrituras” (Mt 21:42; Mr 14:49; Jn 5:39), y el apóstol Pablo la llamó “las santas Escrituras”, “las Escrituras” y “los santos escritos”. (Ro 1:2; 15:4; 2Ti 3:15.)
Autor. La tabla adjunta muestra que el único Autor de la Biblia, Jehová, se valió de unos cuarenta secretarios humanos o escribas para registrar Su Palabra inspirada. “Toda Escritura es inspirada de Dios”, es decir, las Escrituras Griegas Cristianas junto con “las demás Escrituras”. (2Ti 3:16; 2Pe 3:15, 16.) Esta expresión, “inspirada de Dios”, traduce la voz griega the‧ó‧pneu‧stos, que significa “insuflada por Dios”. Al ‘respirar’ sobre hombres fieles, Dios hizo que su espíritu o fuerza activa actuase sobre ellos, dirigiendo así la escritura de su Palabra, de modo que la “profecía no fue traída en ningún tiempo por la voluntad del hombre, sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”. (2Pe 1:21; Jn 20:21, 22; véase INSPIRACIÓN.)
Este espíritu santo invisible de Dios es su “dedo” simbólico. Por eso, cuando los hombres vieron a Moisés ejecutar obras sobrenaturales, exclamaron: “¡Es el dedo de Dios!”. (Éx 8:18, 19; compárese con las palabras de Jesús de Mt 12:22, 28; Lu 11:20.) En una demostración similar de poder divino, el “dedo de Dios” dio comienzo a la escritura de la Biblia grabando los Diez Mandamientos en tablas de piedra. (Éx 31:18; Dt 9:10.) Luego, sería sencillo para Dios usar a hombres como escribas, aun cuando algunos de ellos fueran “iletrados y del vulgo” (Hch 4:13) o al margen de su ocupación, bien fueran pastores, labradores, fabricantes de tiendas, pescadores, recaudadores de impuestos, médicos, sacerdotes, profetas o reyes. La fuerza activa de Jehová puso las ideas en la mente del escritor y, en algunos casos, le permitió expresar la idea divina en sus propias palabras, por lo que en toda la obra se conjuga el estilo y la personalidad del escritor con una sobresaliente unidad de tema y propósito. De este modo la Biblia refleja la mente y la voluntad de Jehová, y es muy superior en riqueza y trascendencia a los escritos de cualquier hombre. El Dios Todopoderoso se preocupó de que su Palabra de verdad se escribiera en un lenguaje de fácil comprensión y que pudiera traducirse a casi cualquier idioma.
Ningún otro libro ha tardado tanto tiempo en completarse como la Biblia. Moisés empezó a escribirla en el año 1513 a. E.C. A partir de entonces, se siguieron añadiendo escritos sagrados a las Escrituras inspiradas hasta poco después de 443 a. E.C., cuando Nehemías y Malaquías redactaron sus libros. Luego hubo un intervalo de unos quinientos años, hasta que el apóstol Mateo escribió su relato histórico. Aproximadamente sesenta años más tarde, Juan, el último de los apóstoles, aportó su evangelio y tres cartas para completar el canon bíblico. Por lo tanto, se tardó un total de unos mil seiscientos diez años en escribir toda la Biblia. La totalidad de sus escritores fueron hebreos, parte del pueblo del que se dice que tuvo “encomendadas las sagradas declaraciones formales de Dios”. (Ro 3:2.)
La Biblia no es una colección inconexa de fragmentos heterogéneos de la literatura judía y cristiana. Más bien, es un libro en el que se percibe organización, de gran uniformidad y muy interrelacionado, que en realidad refleja el orden sistemático de su Autor, el Creador mismo. Los tratos de Dios con Israel, formalizados por un código completo de leyes, así como por regulaciones que regían hasta pequeños detalles de la vida en el campamento —cosas que más tarde tuvieron su paralelo en el reino davídico y también en la congregación cristiana del primer siglo—, reflejan y magnifican este aspecto de la Biblia relativo a la organización.
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