CAPITULO VIII
La noche había caído, aunque aún era hora de la tarde, la capilla se encontraba plenamente iluminada y los feligreses comenzaban a llegar puesto que se acercaba la hora de la misa dominical. Las lámparas arañas brillaban con especial fulgor, el lugar imanaba un brillo especial, una escena que impactaba por su no sé qué, quizá era percepción propia e interna de Lauren, pero ella veía especialmente hermosa la capilla ese día… La fila de confesiones se iba acortando poco a poco y en la espera el rostro de Lauren había tomado una expresión dura y fría, demasiado seria, buscando esconder aquellos nervios que le asaltaban en su interior. Repasaba lo que diría, como empezaría, era algo nuevo para ella, aún no lo aceptaba pero no podía mantenerlo oculto, además los remordimientos que había sentido por tratar de ignorar tal cosa la habían hecho reflexionar.
De pronto, la joven alzó la mirada y vio la mano del sacerdote que la invitaba a ocupar el lugar del confesionario que se había desocupado, era su turno… Aunque conocía al sacerdote de su parroquia, no tenía un trato muy fluido con él aún, pero le pareció correcto empezar a hablar de éste asunto con él, antes que buscar un sacerdote totalmente desconocido y de una parroquia ajena que no le seguiría el rastro o que se vuelva más difícil aún relacionarse…
Tal cómo lo había ensayado comenzó a relatarle lo que había vivido semanas antes, en aquél retiro tan esperado y que ahora tomaba una resonancia singular en su vida. El sacerdote escuchó atento, serio, analizando y rezando cada una de las palabras que la niña expresaba, detectaba sus miedos, sus ansias, sus inseguridades, las típicas confusiones y esos sentimientos contrapuestos de querer y no querer aceptar aquello que se sentía en el fondo del corazón, ese intentar evadir la situación; Eso le recordó a él mismo; Él tenía la misma edad cuando había sentido la llamada al sacerdocio, y son típicos aquellos sentimientos que rondan la mente y el corazón cuando Dios llama a algo concreto.
_No te apures, iremos paso a paso.- Calmó él a Lauren, percibiendo que ella creía que debía responder inmediatamente e ingresar casi instantáneamente en algún convento. _En esto se requiere mucha paciencia. Pídele a Dios que te alcance mucha de ella, éste camino suele ser largo, un poco difícil, y uno tiende a querer apurarse a intentar conocer el “final de la historia” antes de tiempo. Pero Dios tiene sus tiempos, nuestros tiempos no son los de Dios. Ánimo y tranquila, siempre que necesites hablar, ya sabes donde encontrarme.- Terminó de decir él mientras le daba una palmadita en los hombros, luego le dio la absolución y la despidió.
Así se dirigió ella al centro de la capilla, buscó un banco vacío para sentarse y meditar lo que había oído, pronto encontró uno casi al principio de la fila y al fin se arrodilló con la mirada clavada en el sagrario y observando la imagen de Nuestra Señora de la Inmaculada concepción, meditó el Sí de la virgen dado a Dios, pero no se animó a aún a dar su sí profundamente, desde su corazón…
***
El tiempo pasaba y la inquietud no se iba, al contrario, crecía. Lauren se había hecho asidua a las santas lecturas y así llegó a sus manos la autobiografía de Santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, y con gusto y encanto comenzó a leerla. Degustaba sus páginas cuál alimento nutritivo, enriquecedor, le llenaba el alma aquello que describía la joven monja, aquello que vivía bajo el cielo del Carmelo… Y sin darse cuenta, terminó enamorada de aquél carisma que en concreto no conocía, pero que le bastaba con lo que su “amiga” Teresa le había compartido a lo largo de las páginas cargadas de su vida y de vida, porque no en cualquier “personalidad” se percibe aquel exquisito perfume de santidad, y no en cualquier condición se podría vivir, le parecía a ella, tal perfección. La santa había conquistado su corazón y quería imitarla en santidad, quería volar también a los brazos del divino maestro, como una pequeña, sin demasiados complejos, como un alma sencilla y pura, un alma entregada totalmente, un alma adherente por la Eternidad a la santísima voluntad de aquél rey de reyes, del Eterno, del Excelso, del sumo bien, del amor en estado puro…
Y al el mismo tiempo, casi coincidentemente o casualmente, llegó a sus manos la biografía de un fraile, de un pobrecillo, de un juglar de Dios, San Francisco de Asís, leyó también su vidamcon tantas ansias como leyó sobre la vida de Teresita. Le atrajo del “poverello di Assisi” la altísima pobreza, la humildad, la confianza plena en el Dios de las misericordias, esa confianza de hijo con su amado padre… ¡Que bellas historias, que exquisitos aromas, que riqueza en virtudes, que espléndidas formas de “gastar la vida. Le quedó resonando aquella imagen del frailecillo, de aquel pobre hombre que habiendo sido rico lo abandonó todo para vivir en la perfección del santo Evangelio, en servicio a Dios y a sus hermanos.
Se dio cuenta que también le atraía demasiado, que le había impactado en lo profundo la historia del “pobre de Asís”, pero pensó que si en su discernimiento abría un abanico de posibilidades, esto se haría más extenso y que en vez de ir desenrollando el ovillo, lo anudaría cada vez más en una indecisión de carismas, que podrían irse sumándose, y quizá sólo por el simple hecho de haberse atrevido a la aventura de vivir… Y así descartó el carisma del frailecillo, quedándose con el de Teresa. Y entre “teresas” se pasó degustando nuevos conocimientos, porque habiendo terminado de “saborear” en su corazón y en su mente la vida de la jovencita se dio el lujo de atreverse a escudriñar la vida de la “gran” influencia; la reformadora del Carmelo. La mística española y doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Ávila. Con las complejas letras de ésta, más bien, tratando de descifrar el español antiguo, que también le comenzó a parecer atractivo, se informó un poco más sobre la esencia del carisma… Aunque no se puede comparar la forma de vida en plena edad media a los tiempos por los que transcurrimos, digamos que si Teresa de Ávila regresara en vida en éstos momentos y viera la realidad de las órdenes y congregaciones, armaría un gran alboroto exigiendo y animándose nuevamente a la espectacular pero peligrosa, arriesgada y quizá necesaria “aventura” de la reforma…
Lauren ya había cumplido quince años, y sentía tan fuerte, tan evidente, tan constante y perseverante ese llamado en su corazón y que encontraba determinada identificación con aquél carisma que le seducía y del que se instruía, que se animó a llegar a un convento de carmelitas que ya antes había pisado para cruzar palabras del asunto con las monjas, pero esta vez el asunto era más profundo y concreto. Había relatado una larga carta a la priora, contándole sobre sus inquietudes y expresándoles sus deseos de ingresar al Carmelo, sabía que sería difícil, aún más por su corta edad. Pero sentía tan ardiente la llamada de Dios que no podía detenerlo, ya quería entregarse por completo, y así se lo contaba a la monja, enlazando en sus letras los sentimientos más profundos de su alma, las verdades que en ella misma iba encontrando y que no podía ocultar, a éstas alturas ya había aceptado el llamado y estaba dispuesta a concretarlo, estaba dispuesta a entregar su vida…
***
Antes de llegar al convento, el sacerdote, su guía espiritual, se había acercado a ella, buscando el modo de prevenirla de las posibles repuestas de las monjas…
_Quizá no te permitan el ingreso ¿Eres conciente de ello?-
_ Si.-
_Pero, no tienes que desanimarte… Si te permiten el ingreso sería hermoso. Pero si no lo hacen, no te entristezcas, ya llegará el momento, Dios sabe por qué hace las cosas… Él está preparando ese momento, y cuando tenga todo listo, te llamará y te abrirá las puertas…-
_Espero que así sea padre.-
Lauren continuaba siendo persona de pocas palabras, y sobre todo ahora que se había dedicado a la oración y a las santas lecturas. Llevaba una vida casi de ermitaña, interrumpida su soledad sólo para ir al colegio y los sábados a la parroquia, sin contar las misas… Fuera de eso, permanecía en su casa, no quería salir con amigos, pues se preparaba para su “boda” y le parecían incorrectas ciertas exhibiciones y actitudes de algunos que la rodeaban, al ver el ambiente pecaminoso se abstenía de él y se limitaba a la santidad fluida en la oración, en la contemplación, en el dejarse estar en su amado Señor…
Llegaron entonces al antiguo convento San Bernardo de carmelitas descalzas, un monumento histórico nacional. Antes de haber sido convento había sido un hospital, y antes se encontraba sólo la Basílica San Bernardo. En definitiva, el edificio había sido construido hace varios centenarios, en el tiempo que los españoles llegaron a la ciudad…
El sacerdote anunció su llegada y la de la joven tras la implacable puerta de roble macizo, tallada delicada y seguro esforzadamente por manos indígenas, mientras la monja dispuesta a atenderlos se encontraba literalmente escondida tras ella procedió abrir la antiquísima reliquia con una llave singularmente atrayente, por ser única y por la historia que cargaba, una de esas llaves que parecen pesar una tonelada y que miden poco menos de medio metro; Una llave que no podía ser menos que la extravagante puerta a la que daba apertura, pero que tenía consonancia con la historia de aquél monumentos histórico que era techo de las monjas que allí vivían.
Entraron al salón de recepción, la monja que les había hablado tras la portentosa se había esfumado mientras ellos ingresaban, y cuando lograron cerrar completamente semejante símbolo histórico una voz les habló tras de un torno…
_ ¡Padre! Aquí tiene la llave del locutorio. Ya los atenderán las hermanas.-
_Muchas gracias hermana.- Respondió el sacerdote con su simpatía y dulzura características, mientras tomaba la llave, ya normal, aparecida tras el girar del torno.
Al entrar al locutorio, Lauren respiró hermosos recuerdos… Esas rejas tenían algo que le deleitaban, aunque a ella le deleitaba lo que a otros les asustaría… Las rejas se extendían del piso al techo, estaban hechas de madera entrecruzadas, y eran dobles guardando entre una y otra un espacio aproximado de treinta centímetros… Se podría decir que había rejas para las monjas y rejas para los externos; Y en un extremo de ellas se encontraban arrolladas gruesas cortinas que cubrían las rejas en caso de presencia de personas ajenas o desconocidas para las monjas. Un gran cuadro de santa Teresa de Ávila con una inscripción propia del carisma escrita en latín se mostraba poderoso en un costado del locutorio, el sacerdote leyó y lo tradujo en voz alta… “Para vos nací, ¿que mandáis hacer de mi?”… El lugar se encontraba en penumbras, tan sólo iluminado por la tenue luz que se infiltraba por una pequeña ventanilla ubicada en lo alto, como queriendo escapar de la realidad de esa habitación, o como ocultándose para no dejar escapar el mínimo sonido ni movimiento de los santos seres que Vivian allí dentro.
De pronto se abrió una puerta del otro lado de la reja y un rostro conocido apareció detrás de ella ¡había que saber mirar entre aquellas rejas! sino sólo se vería una silueta marrón en movimiento que emite un bello sonido angelical al pronunciar palabra.
_Hola padre, hola Lauren, ¿Cómo están? ¿Qué tal el viaje?-
_Muy bien hermana ¿Usted? ¡Que alegría de verla! ¡Cuánto tiempo!- Exclamó sonriente el sacerdote, que había conocido a la monja muchos años antes, cuando él era seminarista y ella novicia.
_Muy bien, gracias. La madre viene en camino. Pero quiero decirte Lauren, que eres aún muy jovencita…- Explicó la religiosa mientras Lauren, tímidamente agachaba la cabeza sin pronunciar palabra… Ya se imaginaba lo que vendría luego e intentaba no mostrarse débil, ni parecer una niña caprichosa que lloriquea al no recibir lo que espera.
_Buenas tardes, ¿Cómo se encuentran? Dijo la voz de una monja mayor que había atravesado la puerta mientras Lauren se encontraba absorta en sus pensamientos. La mujer era de contextura robusta, pero no de demasiada altura, sus grandes lentes brillaban apenas con la tenue luz que se filtraba; Exhalaba la propia paz del corazón de una consagrada, pero a la vez parecía muy rígida y exigente, lo que ponía un poco alerta a Lauren.
_Muy bien hermana, ¿usted? Se apresuró a responder el clérigo.
_Ella es la priora.- Advirtió la joven monja dulcemente.
_Mucho gusto madre.- Dijo quedadamente Lauren.
_Ella es Lauren, Madre, he hablado en otras oportunidades con ella.- Siguió la religiosa…
_Bueno Lauren, mira, me temo que no puedes ingresar ahora, la primera razón es porque en este momento no estamos recibiendo vocaciones, estamos esperando la orden del obispo para que nos permita volver a recibir vocaciones, la otra razón es que eres muy jovencita aún y la tercera es que ya he recibido jovencitas de tu edad y no perseveraron, se fueron a los pocos años de haber ingresado. Entonces, lo mejor es que esperemos un tiempo ¿Te parece?-
_Si madre.- Dijo la joven titubeando y con lagrimas en los ojos que se resistía con todas sus fuerzas a dejar caer para no demostrar debilidad ni inmadurez frente a la superiora, que parecía además una mujer muy fuerte, a quien no le resultarían agradables ciertas “chiquilinadas”. Intercambiaron palabras durante un rato más y luego Lauren se retiró del locutorio para dejar al sacerdote confesar a las monjas.
Vivian veinticuatro monjas en ese convento, de modo que supuso que estaría largo rato en el salón de ingreso, y al cerrar la puerta del locutorio a sus espaldas, soltó las lagrimas que había estado conteniendo dentro. Lloró un rato, hasta que se sintió en paz recordando las palabras de su sacerdote “Dios está preparando el momento, que sea maravilloso, y cuando todo esté listo te llamará y abrirá Él mismo la puerta… Estaba parada frente a la puerta de ingreso a la clausura y se imaginaba aquel hermoso momento, aquél día que entraría para siempre a desposarse con su amado Señor. Imaginaba cómo sería todo adentro, cómo sería la celebración de ingreso. Casi podía ver a las monjas en filas enfrentadas, con los rostros cubiertos por sus velos, entonando algún salmo o canto de la forma gregoriana y con un cirio encendido cada una; Ella ingresaría luego de recibir la bendición de su sacerdote y apenas al cruzar la puerta, éstas se cerrarían tras de ella, y dentro, ya en la clausura saludaría con un abrazo fraterno a cada una de sus hermanas… Y luego, quizá, se dirigirían en procesión hacia la capilla, donde se celebraría la Eucaristía dando gracias por el ingreso de una nueva vocación; Entre sueños se pasó el rato de espera y su guía espiritual salió anunciándole su partida; a la que ella asintió y siguió…
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