Samhain, guadaña en alto, echó una mirada alrededor, feliz con sus juegos.Rió entre dientes la más deliciosa de las carcajadas, escupió un feroz salivazo en sus manazas córneas, apretó la guadaña con más fuerza, la blandió y se quedó petrificado...Porque en alguna parte alguien cantaba.En alguna parte cerca de la cresta de una colina entre unos pocos árboles, chisporroteaba una pequeña hoguera.
Allí unos hombres que parecían sombras elevaban los brazos al cielo y entonaban cánticos.Samhain escuchó, la guadaña en los brazos como una gran sonrisa.¡Oh Samhain, Dios de los Muertos!¡Escúchanos!En esta Arboleda de grandes Robles,nosotros los Sagrados Sacerdotes Druidas,¡te imploramos por las Almas de los Muertos!
Allá a lo lejos, esos hombres extraños junto a la hoguera crepitante alzaban cuchillos de metal, alzaban gatos y cabras en las manos, cantando: Oramos por las almas de aquellos que transformaste en Bestias. Oh Dios de los Muertos, sacrificamos estas bestias para que liberes las almas de los seres queridos que han muerto este año.Los cuchillos centellearon.Samhain sonrió con una sonrisa aún más amplia. Los animales chillaron.Alrededor de los chicos, por doquier, sobre la tierra, la hierba, las rocas, las almas prisioneras, perdidas en arañas, encerradas en cucarachas, relegadas en pulgas y escolopendras, boqueaban y plañían silenciosos gemidos y se retorcían y agitaban.Tom dio un respingo. Le pareció oír un millón de pequeños, oh muy microscópicos balidos de dolor y alivio alrededor, allí donde bailoteaban los ciempiés y danzaban las arañas.–¡Libéralos! ¡Déjalos en paz! –oraban los druidas en la colina.
La hoguera se inflamó.Un viento marino rugió sobre los prados, acarició las rocas, tocó a las arañas, puso patas arriba a las cucarachas. Las arañas diminutas, los insectos, los perros y vacas en miniatura echaron a volar como un millón de copos de nieve. Las almas aprisionadas en cuerpos de insectos se dispersaron.
Liberadas, con un vasto y cavernoso susurro, subieron al cielo como una exhalación.–¡Al Ciclo! –clamaron los sacerdotes druidas–¡Libres al fin! ¡Subid!Las almas volaron. Se desvanecieron en el aire con un profundo suspiro de alivio y mucha gratitud. Samhain, el Dios de los Muertos, se encogió de hombros y las dejó partir. Y de pronto, como antes, se quedó petrificado.Al igual que los chicos escondidos y el señor Mortajosario, acurrucados entre las rocas. Desde el valle y a través de la colina avanzaba! un ejército de soldados romanos, a paso redoblado. El jefe corría al frente de la columna, y gritaba: –¡Soldados de Roma! ¡Destruid a los paganos!! ¡Destruid la religión sacrílega! ¡Así lo ordena Suetonio! –¡Por Suetonio! Samhain, en el cielo, alzó la guadaña demasiado tarde.Blandiendo hachas y espadas, los soldados se ensañaron con los sagrados robles druidas. Samhain aulló de dolor como si las hachas le hubiesen arrancado las piernas.Los árboles sagrados gimieron, silbaron, y con una sacudida final se desplomaron atronando el suelo.En el aire alto Samhain se estremeció.
Los sacerdotes druidas dejaron de correr y temblaron de pies a cabeza.Los árboles cayeron.Talados a la altura de los tobillos, las rodillas, lo sacerdotes cayeron, como robles en un huracán. –¡No! –rugió Samhain en el aire alto.–¡Pero sí! –gritaron los romanos–. ¡Ahora!Los soldados asestaron un último y poderoso golpe.Y Samhain, Dios de los Muertos, arrancado de raíz, talado por los tobillos, empezó a caer.Los chicos, que miraban hacia arriba, saltaron para ponerse a salvo. Porque era como si una selva gigantesca se desplomase de pronto. La inmensa caída los sumió en una obscuridad de medianoche. El trueno de la muerte precedió al árbol. Era el roble más alto que alguna vez se desplomara para morir; y a plomo cayó por el aire enfurecido, gritando, aleteando.Samhain golpeó el suelo.Cayó con un rugido que estremeció los huesos de las colinas y extinguió las hogueras sagradas.Y junto con Samhain, mutilado y derribado y muerto, cayó el último de los robles druidas, como trigo segado con una guadaña final. La enorme guadaña de Samhain, una vasta sonrisa perdida en los campos, se disolvió en un charco de plata y se hundió en la hierba.Silencio. Rescoldos humeantes. Un remolino de hojas.Repentinamente se puso el sol.Los sacerdotes druidas se desangraban sobre la hierba a la vista de los muchachos, y el capitán romano iba de una a otra hoguera y pateaba las sagradas cenizas.–¡Aquí levantaremos los templos a nuestros dioses!Los soldados encendieron nuevos fuegos y quemaron incienso ante los nuevos ídolos dorados.Pero casi en seguida una estrella brilló en el este. Por las lejanas arenas del desierto, al son de las campanillas de los camellos, avanzaban Tres Reyes Magos.Los soldados romanos alzaron los escudos de bronce para protegerse del resplandor de la Estrella. Pero los escudos se les fundían. Los ídolos romanos se fundían transformándose en imágenes de María y su Hijo.Las armaduras de los soldados se fundían, goteaban, cambiaban. Vestían ahora el ropaje de sacerdotes que entonaban letanías en latín ante altares todavía más nuevos, mientras Mortajosario, acurrucado, entornando los ojos, contemplaba la escena, y murmuraba a los pequeños enmascarados:–Así es, muchachos, ¿lo veis? Dioses tras dioses. Los romanos abatieron a los druidas, los robles, al Dios de los Muertos, ¡pum! ¡abajo! Y los reemplazaron por otros dioses ¿eh? ¡Ahora llegan los cristianos y vencen a los romanos! Nuevos altares, muchachos, nuevo incienso, nuevos nombres...El viento apagó los cirios del altar.En la obscuridad, Tom gritó. La tierra se estremeció y giró, vertiginosa. La lluvia los caló hasta los huesos.–¿Qué es lo que pasa, señor Mortajosario? ¿Dónde estamos? Mortajosario encendió un pulgar de yesca y lo sostuvo en alto. –Válgame el cielo, muchachos. Es la Edad del Obscurantismo. La noche más larga y obscura de toda la historia. Tiempo ha que Cristo llegó y abandonó este mundo y...–¿Dónde está Pipkin? –¡Aquí! –gritó una voz desde el cielo en tinieblas–. ¡Creo que estoy montado en una escoba! ¡Me lleva... lejos! –Epa, yo también –dijo Ralph, y a continuación J. J. y luego Cepillo Nibley, y Wally Babb, y todos los demás.Se oyó un inmenso murmullo, como si un gato gigantesco se atusara los bigotes en la obscuridad.–Escobas –cuchicheó Mortajosario–. El cónclave de las Escobas. El Festival de Escobas de Octubre. La Migración Anual.–¿Adonde? –preguntó Tom, a los gritos, pues ahora todos andaban por el aire escobando y chillando.–¡A la Casa de las Escobas, por supuesto!–¡Socorro! ¡Estoy volando! –dijo Henry-Trampitas.Un movimiento rápido. Una escoba lo levantó por el aire.Un gran gato erizado rozó la mejilla de Tom. Sintió que un palo de madera le saltaba entre las piernas.–¡No te sueltes! –le dijo Mortajosario–. ¡Cuando te ataca una escoba, lo único que puedes hacer es no soltarte! –¡No me soltaré! –gritó Tom, y voló alejándose.
14
El cielo fue barrido a nuevo por las escobas.Los chicos que ocupaban al menos ocho de estas escobas limpiaron a gritos el cielo.Y en medio del desconcierto, mientras los alaridos de terror se transformaban en gritos de alborozo, los chicos casi olvidaron a Pipkin, que como ellos navegaba entre islas de nubes.–¡Por aquí! –anunció Pipkin.–¡Tan rápido como podamos! –dijo Tom Skelton–. ¡Pero Pip, qué difícil es cabalgar en el mango de una escoba!–Curioso que digas eso –dijo Henry-Trampitas–. Estoy de acuerdo.Todos estuvieron de acuerdo, resbalando, colgando, y volviendo a trepar.Había ahora tal ajetreo de escobas que no quedaba lugar para nubes, ni para brumas y menos aún para nieblas y chiquillos. Había un terrible atascamiento de escobas, como si en todos los bosques de la tierra se hubiesen soltado a la vez todas las ramas que devastando los prados otoñales habían cortado limpiamente y habían apretado en manojos todas aquellas gramíneas capaces de convertirse en buenas barrenderas, limpiadoras y golpeadoras, echando luego a volar.Allá iban todos los palos que apuntalaban los tendederos de ropa de todos los patios del mundo. Y con ellos, gavillas de hierbas, brazadas de malezas, matorrales de zarzas para arriar los rebaños de nubes y limpiar las estrellas y transportar a los chicos.Muchachos que cada uno a lomo de un esquelético rocín, recibían un diluvio de palos y bofetadas. Se los castigaba severamente por ocupar el cielo. Les tocaron unos cien moretones a cada uno, una docena de tajos, y exactamente cuarenta y nueve chichones en los cráneos tiernos.–¡Epa, me sale sangre de la nariz! –boqueó Tom, feliz, mirando el rojo que le embadurnaba los dedos.–¡Pamplinas! –gritó Pipkin, entrando seco en una nube y volviendo mojado–. Eso no es nada. ¡Yo tengo un ojo en compota, una oreja lastimada y he perdido un diente!–¡Pipkin! ––llamó Tom–. ¡No sigas diciendo que vayamos contigo! ¡No sabemos dónde estás! ¿Dónde?–¡En el aire! –dijo Pipkin.–¡Uf! –murmuró Henry-Trampitas–, hay dos zillones, cien billones, noventa y nueve millones de acres de aire alrededor del mundo. ¿A qué medio acre se refiere Pip?–Me refiero... –jadeó Pipkin.Pero toda una gavilla de palos de escoba se soltó de golpe bailando frente a él con los brazos en jarras como una lanzadera de cañas de maíz, o la cerca de una granja que de pronto se pusiera a dar brincos y saltos mortales.Una nube de cara demoníaca abrió la boca. Se tragó a Pipkin, con escoba y todo, y luego contrajo sus vapores y tronó con una indigestión de Pipkin.–¡Ábrete paso a puntapiés, Pipkin! ¡Dale una patada en el estómago! –sugirió alguien.Pero nada pateó y la nube partió satisfecha de la Bahía Para Siempre rumbo al Alba de la Eternidad, rumiando una deliciosa cena de niño bueno.–¿Encontrarlo en el aire? –resopló Tom–. Córcholis, horribles direcciones a la nada.–¡Mira direcciones todavía más horribles! –dijo Mortajosario, navegando junto a él en una escoba que parecía un gato mojado y furibundo en el extremo de un cepillo de piso–. ¿Queréis ver brujas, muchachos? ¿Hechiceras, arpías, adivinas, magos, nigromantes, demonios, diablos? Allí estarán, muchachos, en tropeles, en tumultos. Abrid bien los ojos.
Y allá abajo, por toda Europa, a través de Francia y Alemania y España, en los caminos anochecidos había en verdad racimos y multitudes y procesiones de extraños pecadores que huían al norte, una turbamulta que se alejaba de los Mares del Sur.–¡Eso es! ¡Saltad, corred! Por aquí hacia la noche. ¡Por aquí hacia la obscuridad! –Mortajosario volaba a escasa altura, gritando sobre las multitudes como un general que diera órdenes a una magnífica tropa de criaturas maléficas.– ¡Rápido, escondeos! ¡Cuerpo a tierra! ¡Esperad unos siglos!–¿Esconderse de qué? –inquirió Tom.–¡Aquí vienen los cristianos! –gritaban las voces allá abajo, en los caminos.Y esa era la respuesta.Tom parpadeó, subió, y observó.Y desde todos los caminos las turbas corrían para dispersarse en las granjas, en las encrucijadas, en los labrantíos, en los poblados. Hombres viejos. Mujeres viejas. Desdentados y enfurecidos, aullando al cielo mientras las escobas barrían y barrían.–Caramba –dijo Henry-Trampitas azorado–. ¡Son brujas!–¡Que me limpien a seco el alma y la cuelguen a secar si no tienes razón, muchacho! –asintió Mortajosario.–Hay brujas que saltan hogueras –dijo J. J.–Y brujas que revuelven calderos –dijo Tom.–Y brujas que dibujan símbolos en el polvo de las granjas –dijo Ralph–. ¿Son reales? Quiero decir, yo siempre pensé...–¿Reales? –Mortajosario, ofendido, estuvo a punto de caerse de su escoba gato-erizado.– ¡Sí, inocentes pajarillos, sí, criaturas, todos los pueblos tienen una bruja residente. Todos los pueblos esconden a algún sacerdote pagano de la antigua Grecia, a algún adorador romano de dioses minúsculos que corren por los caminos, se esconden en las alcantarillas, se entierran en cavernas para escapar de los cristianos. En todos los villorrios, chico, en todas las granjas de mala muerte que puedas encontrar se ocultan antiguas religiones. Habéis visto cómo fueron mutilados y talados los druidas ¿eh? Ellos se ocultaban de los romanos. Y ahora son los romanos, que alimentaban con cristianos a los leones, quienes corren a esconderse. Así es como todos esos descoyuntados cultos menores de todos los gustos y tipos, luchan por sobrevivir. ¡Ved cómo corren, muchachos!Y era verdad.Por toda Europa ardían hogueras. En cada encrucijada, junto a cada parva de heno unas formas obscuras saltaban a través de las llamas transformadas en gatos. Los calderos burbujeaban. Las viejas arpías maldecían. Los perros retozaban con carbones al rojo.–Brujas, brujas por todos lados –dijo Tom sorprendido–. ¡Nunca pensé que hubiese tantas!–Legiones y multitudes, Tom. Europa estaba inundada hasta los topes. Brujas bajo los pies, debajo de las camas, en los sótanos y en las buhardillas.–Caramba caramba –dijo Henry-Trampitas orgulloso en su disfraz de Bruja–. ¡Brujas de verdad! ¿Podían hablar con los muertos?–No –dijo Mortajosario.–¿Engañar a los diablos?–No.–¿Meter a los demonios en las bisagras de las puertas y hacerlos chirriar a medianoche?–No.–¿Cabalgar en palos de escoba?–Nopo.–¿Hacer estornudar a la gente?–Lástima, pero no.–¿Matar a personas clavando alfileres en muñecos?–No.–Bueno, diantre ¿qué podían hacer?–Nada.–¡Nada! –gritaron todos, ultrajados.–¡Ah, pero ellas creían que podían, muchachos! Mortajosario guió a los jinetes montados en escobas hasta las granjas donde las brujas echaban ranas en los calderos y pisoteaban sapos y aspiraban polvo de momias y retozaban cacareando.–Pero, deteneos a pensar. ¿Qué significa en verdad la palabra Bruja?–Bueno... –dijo Tom, cohibido.–Ingenio –dijo Mortajosario–. Inteligencia. Eso quiere decir. Conocimiento. De modo que cualquier hombre, cualquier mujer, con medio cerebro y ganas de saber algo tenía aptitudes, ¿eh? Y así a cualquiera demasiado despierto, que no se ocultaba bastante, lo llamaban...–¡Brujo! –dijeron los niños a coro.–Y algunos de los más listos, los realmente ingeniosos, decían que eran magos, o imaginaban soñar con fantasmas y almas en pena y momias errantes.Y si por casualidad un enemigo caía fulminado, se le atribuían todas las glorias. Les gustaba creerse poderosos, pero no lo eran, muchachos, lo siento, pero es la triste verdad. Pero escuchad. Allá, del otro lado de la colina. De allí vienen las escobas.Y hacia allá van.Los chicos escucharon y oyeron: Este Taller de Escobas fabrica la escoba que asoma en el cielo lóbrego y a la salida de la luna, el palafrén de brujas que vuela muy alto sobre cosechas de huracanes de hierbas y se mueve con gritos y suspiros en océanos de nubes, a veces ruidosa, a veces callada...
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