No confundí el silencio
de las hojas con
el caer melancólico
de la lluvia
a propósito,
como tampoco
hice nada
para detener el sol,
ni aún sabiendo
que abrazaba aire
me negué a cerrar lo brazos,
hoy siguen abiertos
aunque sin esperar,
sin querer liberar
el beso
que quedó preso en la cárcel
de mi vivir,
he aprendido
a no quemarme con ellos,
a la menor llama
los apago con aquella lluvia,
con aquel viento,
que aún sopla en arrebatos,
aunque cada vez menos.
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