Mucho se ha hablado actualmente del lenguaje exclusivo haciéndose referencia al uso pluralizador de palabras de género masculino que, en el pensamiento de algunas personas, excluye al género femenino; es así que han dado en usarse frases como “todos y todas”, “los hombres y las mujeres”, “los ciudadanos y las ciudadanas”, “los alumnos y las alumnas”, etc. Sin embargo mantener este desdoblamiento del género se hace imposible o, al menos, sumamente incómodo y complicado, especialmente en su aplicación oral, pues si hemos de ser consecuentes con este “principio de inclusión genérico morfosintáctico”, ha de aplicarse en toda la extensión de los enunciados, no sólo en la pronominalización y sustantivación, sino también en las adjetivaciones; por ejemplo, si tenemos la frase “todos los profesores nuevos fueron convocados a una reunión” y queremos aplicar consecuentemente un desdoblamiento genérico inclusivo que cumpla con la norma de la concordancia de género y número de forma exhaustiva, deberíamos decir “todos los profesores nuevos y todas las profesoras nuevas fueron convocados y convocadas a una reunión”, evidentemente, una construcción innecesaria e inexplicablemente extensa cuando nuestra lengua tiene al género masculino como inclusor del femenino.
Es mi parecer que la incursión en este tipo de construcción gramatical, compleja de realizarse y rayando lo incoherente, es un intento banal por evitar los sexismos, específicamente, el machismo, surgido del erróneo paralelismo que se establece entre género lingüístico y sexo humano. Que sea el masculino el que incluya al femenino tendrá, quizás, en los anales de la historia de la lengua española, alguna cierta connotación machista por influencia de las costumbres de la sociedad del momento en la cual sería inaceptable que se dijera “las ciudadanas” abarcando tanto a las mujeres que habitaban una ciudad como a los hombres, pero es, en principio, una mera convención social que se ha mantenido desde que el español existe; es decir: se eligió el masculino como género inclusivo porque sólo existen dos géneros en nuestra lengua, masculino y femenino, y uno de los dos debía usarse.
Y más aún, si se hubiese establecido a la inversa (femenino como género inclusivo), podría denunciarse entonces una tendencia feminista en la gramática española, lo cual no haría más que inclinar la balanza de la “discriminación” hacia el otro lado.
Empero, tal como dije anteriormente, este problema de discriminación sexual existe sólo si se insiste en establecer una correlación género/sexo; en tal caso, si se persiste en esta idea, la única solución posible es la instauración volitiva forzada del género neutro en nuestra lengua.
Sin embargo no puede negarse que exista una tendencia a la discriminación sexual en el lenguaje, pero no está el problema en el empleo del masculino como género inclusivo, sino en la carga significativa de ciertas palabras o sintagmas que de un género al otro cambian radicalmente, diferenciación establecida también por convención social en la cual, por el contrario, sí se distingue un marcado machismo. Por lo tanto, la discriminación no se halla en el ámbito morfosintáctico de la lengua española, sino en la dimensión semántico-pragmática.
Ejemplifiquemos para mayor claridad:
Términos como “hombre público” y “mujer pública”, que morfosintácticamente no tienen más variación que de género, adquieren un valor semántico totalmente disímil a través del análisis semántico-pragmático.
Un hombre público es aquél que desarrolla un trabajo o actividades sociales que lo llevan a estar en contacto con muchas personas, generalmente, en grandes reuniones y eventos fuera del hogar.
Una mujer pública es claro sinónimo de prostituta; la discriminación genérica la vemos aquí en la significación pragmática que subyace en dicha construcción: desde el punto de vista machista, la mujer debe quedarse en su casa, cocinar, limpiar, criar a los hijos; desde este mismo punto de vista, la única mujer que sale de su casa para trabajar es la prostituta. Es, desde luego, una significación dada hace décadas que se mantiene y esto es lo que debe revertirse: debe quitarse esa connotación negativa a la expresión “mujer pública” acorde a la nueva libertad y a los derechos justamente adquiridos por las mujeres. Desde luego, éste es únicamente un ejemplo de los muchos que podemos encontrar cuando nos ponemos a meditar sobre nuestro idioma.
Ahora bien, quisiera conocer sus opiniones al respecto, si alguien puede contraargumentar para defender el desdoblamiento genérico como único método realmente inclusivo.
.
Marcadores