Eduardo, el miedo tiene mucho de arcaico y visceral, es cierto. Ahora bien, como le ocurre a todas las emociones, no basta por sí para ir a ningún sitio; no es ello mismo.
No se puede hablar del miedo como se habla de cualquier otra cosa. Hablar de algo lleva una emoción implicada que tiene poco que ver con una experiencia anterior a la que una falsa falta se suma como un tiempo que se sucediese indiferentemente; no es una simple falta que se rellene, sino algo que no hay porque aún no tiene concepto. Este es el sitio para una falta positiva, un error de la experiencia que se puede anticipar teoréticamente, en el sentido de una psicología pura y enteramente especulativa. Es, visto así, un error calculado. Esta idea tendrá mucha importancia para una idea moral sintética.
La esencia de la anterioridad, mejor visto, es por lo que está justo antes, su razón de fondo y reafirmación. No es un instante indiferente, un instante cualquiera; es un estado a la espera de una idea del pensamiento.
Sin ir más lejos, la temporalidad del miedo, lo que dura la experiencia del miedo, tiende rápidamente a decrecer. No es, pues, el miedo por el miedo, sino lo que desencadena el miedo. Al cabo de un rato, el miedo no es una emoción continua, sino que se adquiere y suma a otros objetos con los que se relaciona la conciencia.
Insisto en que mi idea de la conciencia no es cierta sino, problemáticamente hablando, incierta. Esto me permite desembarazarme de supuestos excesivamente logicistas y deudores del alineamiento acrítico de la idea del pensamiento. La idea del sujeto es incapaz de recrear su afecto sin ayuda de la memoria de su fisiología; no es la idea psicológica de una falta sin objeto. Un concepto de la angustia con altura filosófica no es un existencialismo estéril sobre una falta. El tipo de existencialismo de Kierkergaard no tiene mucho que ver con el de Heidegger o Sartre.
En muchas ocasiones he aclarado que mi adhesión a un marco apriorista es una consecuencia de admitir la experiencia como un problema al que me enfrento con una actitud racional: resolver su insistencia. No es un marco a priori que esté enteramente definido; habrá de estarlo para que el discurso sea capaz de organizarse a sí mismo. ¿O qué tipo de conciencia sería una que no fuese ella?.
La fenomenología del miedo, las pautas que sigue en su apariencia, no sólo se oculta sino que persiste aun sin estar. El miedo está ahí, ciertamente, como una potencia afectiva que raras veces llega a actuar. Esta idea tiene su justificación en la ventaja con la que la distancia crea su sustitución. Aunque mi explicación es una especulación principalmente fenomenológica, hay pruebas científicas de ello: la identidad de tiempos entre la causa de los estados cerebrales y su experiencia mental nunca se corresponde del todo. Siempre queda en vacío el sitio para rellenar el punto desde el que se mide, y con el que se impone el género de acontecimientos que se encadenan como una sola idea. Según mi idea, la profundidad de la acción cerebral tiene que estar limitada a la experiencia de la conciencia. La conciencia es una parte de un proceso cerebral complejo al que, finalmente, la misma conciencia está preferentemente dirigida; la conciencia es, como digo, parte activa del proceso, pero no es temporalmente idéntica a su causa; no es primera sino en tanto sea segunda. No hay una idea sintética para unificar este proceso sin una idea del tiempo al que está encadenado; no es una síntesis simétrica con lo dado, su efectuación en la experiencia de la conciencia, ni tampoco con el instante primero en el que se produce. ¡Vuelven los problemas del dualismo que se dejaron sin resolver!. Es decir, por muy complejo que sea el estudio del cerebro, por muy profundo que éste pueda parecer, tiene que estar limitado a una experiencia que, si bien puede ser muy rica, ha de ser, principalmente, restringida. ¡Nada de eternos retornos!. La idea del retorno de lo mismo es una idea profundamente compleja que tuvo Friedrich Nietzsche que, como es habitual con las grandes ideas filosóficas, ha sido completamente corrompida. No se trata de ninguna vuelta a lo mismo una y otra vez. Es, más bien, la antesala de la capacidad generativa de los instantes inexperimentados y la estructuración de los acontecimientos.
Así pues, no puedo admitir una idea antropológica del miedo como el sustrato negativo que da forma a la existencia del hombre, la falta de la que se sirve el miedo. La angustia que produce el miedo es una reflexión existencialista sin relación sustancial con su experiencia. Por así decir, la esencia del miedo es sólo una parte de la existencia del hombre. El miedo mismo no es la causa fundamental de la angustia del hombre. La angustia, como aclaré hace unas semanas, es una idea sintética; no es, pues, una idea del sentimiento (léase sentimiento interno, esto es, emoción).
Por otro lado, es muy cierto que algunos filósofos muy conocidos, como Heidegger y Sastre, han dado mucha importancia al miedo y extrañas explicaciones del mismo desde una perspectiva existencialista. Esta es, que la experiencia íntima es la que está en uno mismo. El tipo de reflexión existencialista llegará a afirmar, incluso, que el hombre es un absoluto (espíritu) incomunicable (distante). De ser así, ¿qué sitio habría para una distancia?. Y no queda ahí, sin implicar más, sino que de haber una distancia inaproximable, no habría experiencia del espíritu; habría una distancia absoluta o abismo moral.
En este sentido, me parece sorprendente el alcance de aquel Bosquejo de una teoría de las emociones de Sartre. No creo que convenga hacer un estudio de la experiencia de una emoción sin cuestionar la anormalidad de su propia temporalidad. Como yo lo veo, por ese camino se llega a dos sitios: a) que el sujeto se descompone en su esencia afectiva, una idea tan pobre como decir que el afecto es el principio de toda determinación; y b) que el sujeto no es una sustancia, no es soporte de sí, sino algo destinado a una experiencia, más bien, mínima. Esta idea no pretende ser una postura pesimista. Es, mejor visto, una idea sobre lo pobre de la experiencia subjetiva si es comparada con la idea de la experiencia moral.
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