Poseía un jardín hermoso, al cual amaba
rosas rojas cultivaba en él
capullos encendidos de pasión
buen perfume emanaba de él.
Traicionero fue, desleal floricultor
se llevó su manguera a otra vega
buscaba otro oasis para entretener
labró lo ajeno, olvidando así, su propio vergel.
Sus rosas amadas, empezaron a marchitar
¡Vaya sequía!
pues no tenían riego, los capullos ajados,
y la floresta languidecía.
¡Cuan sorpresa! pues el horticultor
expulsado fue del nuevo edén
fanfarrón él, quiso volver a su jardín
añoraba sus rosas, recordaba capullos.
Necio él
Su jardín, ya tenía dueño
pues un flamante jardinero cuidaba de él
él cual, con gran esmero, regaba el huerto
y armado de regadera, con mango firme
y buen aspersor
velaba que nunca, nunca
riego alguno, le fuera a faltar.
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