-Jajajaja- Río al verla columpiarse como un criatura, su desgarbada y flacucha figura hace malabares para acomodarse al balancín, diseñado a las dimensiones de niños pequeños y no cuerpos larguiruchos, como los de mi joven amiga. Cruza sus piernas por debajo de las rodillas y comienza a balancearse, con una mano se sujeta . Yo me acomodo en una banquilla, frente suyo. Es verano y el clima seco, asfixiante y en extremo caluroso hace mella de los pocos transeúntes que se atreven abandonar la protectora sombra de sus hogares eso del medio-día, Beatriz, al ver el carrito de los mantecados, corre tras de él, como si fuera una parvulita golosa-Alberto, cómprame un mantecado de fresa- me mira suplicante, con esos ojazos verdes, a los que no puedo negarles nada.
Ahora con su ansiado mantecado, se columpia, inocente, despreocupada. El sudor corre por su frente y se desliza de forma atrevida y extremadamente sensual por su cuello y se pierde, se oculta debajo del escote de su vaporoso vestido, su larga cabellera sujeta en una coleta, le confiere algo de infantil inocencia, pero la desnudez de sus blancos y delgados brazos, su cuello, la incipiente voluptuosidad de sus pechos le confieren algo de pervertida inocencia. Ella sonríe candorosa, ignorante del efecto que provoca en mí, trato de sacudirme estos oscuros pensamientos, pero es entonces, que ella, de una forma extremadamente carnal, tira un lengüetazo al dichoso mantecado, ese inocente acto, provoca un estremecimiento en mi entre-pierna y me turba, trato de guardar compostura y cruzo la pierna para ocultar mi creciente tumefacción. Como si, estuviera consciente de lo que provoca en mí, la manera como disfruta de su mantecado, vuelve a repetir su acometida, un nuevo lengüetazo, esta vez, un hilito se deja escapar por sus comisuras y ella, le recupera enseguida con un morboso movimiento de su lengua y prosigue su lujurioso chupado y su parsimonioso balanceo, mientras mi falo esta a todo lo que da. ¡Cielos, que tortura!. Y entonces, ella en un movimiento impredecible, baja de su balancín y corre hasta donde me encuentro, sin soltar su mantecado, se deja caer sobre mi regazo, sobre mi suplicante y turgente masculinidad. Ambos nos sorprendemos, yo ante mi oculto deseo de tenerla sobre mi falo y ella, ante prominente y duro bulto que la recibe, intenta retirarse, pero la sujeto con firmeza por la cintura y mi voz, sugerente, seductora, suplica por un poco de su mantecado- ¿Me convidas un poco?- Le pregunto, mientras ahora quien se balancea es otro y toma un poco del mantecado, pero de otra fuente alterna, los labios de mi amiga.
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