WalterGraziano "Hitler ganó la Guerra"
1. NASH: LA PUNTA DEL OVILLO La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.
Teoría y práctica del colectivismo oligárquico.
Capítulo 9. Parte 2.1984.
George Orwell.
¿Quién no cree, sin casi ningún cuestionamiento el viejo refrán que asevera que "la historia la escriben los vencedores"? Más aún, se suele repetir esa frase una y otra vez. Sin embargo, en pocas ocasiones se tiene una exacta idea de hasta qué niveles de profundidad esto puede llegar a ser verdad. Existe otra frase famosa, que también forma parte del refranero popular. Vale la pena poner ambas en juego dialéctico. Se trata de aquel viejo dicho que asegura que "la realidad supera a la ficción". Si estamos de acuerdo en que ambas aseveraciones generalmente son correctas, no cabe más remedio que comenzar a pensar que la historia —por más doloroso o no que esto pueda resultar— es sólo lo que se habría deseado que hubiera ocurrido. O sea, algo alejado de lo que realmente sucedió. Más aún, es sólo lo que habrían deseado que hubiera acontecido quienes la escribieron, o la escriben, mediante la distorsión de hechos ocurridos en la realidad. Muchas veces les resulta necesario a los vencedores interpretar de forma cambiada los hechos, silenciar espinosas cuestiones ocurridas o, incluso, generar de la nada la historia. Precisamente por eso bien se puede pensar, siguiendo hasta sus últimas consecuencias el juego dialéctico de esas dos verdades populares, que si algo no está escrito en los medios masivos de comunicación o en abundante bibliografía, y no forma parte del "saber mayoritario", entonces no ocurrió, no pasó, no es verdad. La versión de un suceso divulgada por los medios masivos de comunicación es precisamente lo que se conoce como historia.
Empecé recién a tener una cabal idea de todo esto a raíz de un hecho trivial, casual, cotidiano, como fue haber ido al cine a ver una película. El film en cuestión no era otro que Una mente brillante, la obra protagonizada por Russell Crowe, que ganó el Oscar a la mejor película del año 2001, en marzo de 2002. En realidad, se trata de un doble galardón porque la historia narra la vida del matemático John Nash, quien en 1994 obtuvo el Premio Nóbel de Economía por sus descubrimientos acerca de la denominada "Teoría de los Juegos".
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Si bien la película tenía características altamente emotivas, debido a la mezcla de realidad y fantasía que el guión mostraba acerca de la vida de Nash, un detalle del mismo no podía pasar inadvertido para quienes ejercemos la profesión de economistas. Se trata sólo de un detalle, de un instante, de apenas un momento del film en el que el protagonista asevera que descubrió, literalmente, que Adam Smith —el padre de la economía —no tenía razón, cuando en el año 1776 en su obra La riqueza de las
naciones esbozó su tesis principal —y base fundamental de toda la teoría económica moderna— de que el máximo nivel de bienestar social se genera cuando cada individuo, en forma egoísta, persigue su bienestar individual, y nada más que ello. En la escena siguiente de la película, el decano de la Universidad de Princeton, Mr. Herlinger, mira azorado los desarrollos matemáticos mediante los cuales Nash expone ese razonamiento acerca de Adam Smith y declara que, con ellos, más de un siglo y medio de teoría económica se desvanecía.
Como economista me debía hacer una pregunta: ¿se trataba de una verdad o de una alocada idea del guionista del film? Me puse a investigar, y lo bueno del caso es que se trataba... de una verdad. Ahora bien, lo que llama muy poderosamente la atención es que estas expresiones vertidas en la película hayan pasado inadvertidas para miles y miles de economistas. Que el público corriente, que no pasó años enteros estudiando economía, escuche que alguien descubrió que Adam Smith no tenía razón en su tesis acerca de la panacea que significaba el individualismo para cualquier tipo de sociedad, puede no llamar la atención, puede parecer hasta trivial. Pero a un economista no se le puede escapar, si está en una posición realmente científica, la real dimensión de lo que significaría la demolición del individualismo y de la libre competencia como base central de la teoría económica.
Es necesario remarcar que Nash descubre que una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona en favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista también el de los demás integrantes del grupo. Demuestra cómo un comportamiento puramente individualista puede producir en una sociedad una especie de "ley de la selva" en la que todos los miembros terminan obteniendo menor bienestar del que podrían. Con estas premisas, Nash profundiza los descubrimientos de la Teoría de los Juegos, descubierta en la década del 30 por Von Neumann y Morgestern, generando la posibilidad de mercados con múltiples niveles de equilibrio según la actitud que tengan los diferentes jugadores, según haya o no una autoridad externa al juego, según sea el juego cooperativo o no cooperativo entre los diferentes jugadores. De esta manera, Nash ayuda a generar todo un aparato teórico que describe la realidad en forma más acertada que la teoría económica clásica, y que tiene usos múltiples en economía, política, diplomacia y geopolítica, a punto tal que puede explicar e incluir el más sangriento de todos los juegos: la guerra.
Todo esto puede parecer difícil de entender. Pero no lo es. En el fondo, si se lo piensa bien, los descubrimientos de Nash implican una verdad de Perogrullo. Por ejemplo, tomemos el caso del fútbol. Supongamos un equipo en el que todos sus jugadores intentan brillar con luz propia, jugar de delanteros y hacer el gol. Más que compañeros, serán rivales entre sí. Un equipo de esas características será presa fácil de cualquier otro que aplique una mínima estrategia lógica: que los once integrantes se ayuden entre sí para vencer al rival. ¿Cuál cree el lector que será el equipo ganador?
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Aun cuando el primer equipo tenga las mejores individualidades, es probable que naufrague y que, incluso hasta individualmente, los miembros del segundo equipo luzcan mejor. Esto, ni más ni menos, es lo que Nash descubre, en contraposición a Adam Smith, que sugeriría que cada jugador "haga la suya".
A pesar de que se trata de un concepto muy básico, entonces, prácticamente nada de la Teoría de los Juegos se enseña en general a los economistas, casi nada hay escrito en otro idioma que no sea el inglés y, obviamente, lo escaso que se enseña en carreras de grado y posgrado se hace sin formular la aclaración previa de que al trabajar con la Teoría de los Juegos se usa un herramental más sofisticado y aproximado a la realidad que con la teoría económica clásica. A punto tal llega esta distorsión (dudaba ya en un principio si se trataba de una manipulación) que se silencia que la gran teoría de Smith queda en realidad anulada por la falsedad de su hipótesis basal, cosa demostrada por Nash.
En la carrera de economía, en la Argentina y en una vasta cantidad de países, tanto en universidades privadas como en las públicas, se sigue enseñando desde el primer día hasta el último que Adam Smith no sólo es el padre de la economía, sino que además estaba en lo correcto con su hipótesis acerca del individualismo. Los argumentos que se utilizan para explicar que supuestamente tenía razón se basan generalmente en desarrollos teóricos anteriores al descubrimiento de Nash y en cierta evidencia empírica percibida no sin una alta dosis de arbitrariedad. De ello resulta que se contamina a la teoría económica —que debería constituir una ciencia— con una visión ideológica, lo que instituye en ella todo lo contrario de lo que debería ser una ciencia. Muchos de los profesores que día a día enseñan economía a sus alumnos ni siquiera han sido informados de que hace más de medio siglo alguien descubrió que el individualismo, lejos de conducir al mejor bienestar de una sociedad, puede producir un grado menor, y muchas veces muy apreciablemente menor, de bienestar general e individual que el que se podría conseguir por otros métodos de ayuda mutua.
¿Cómo puede explicarse esto, entonces? ¿Cómo es que nos venimos a enterar, a través de una película, de que el presupuesto básico, fundamental, de la ciencia económica es una hipótesis incorrecta? Peor aún, los descubrimientos de Nash fueron efectuados a principios de la década del 50, hace ya más de medio siglo, y fueron hechos nada menos que en Princeton, no en algún alejado lugar del planeta, sin conexiones académicas con el resto de los economistas, los profesores y los profesionales de la economía y las finanzas, factores que deben aumentar el grado de sorpresa.
¿Cuál es el papel que podríamos esperar que desarrollen las mentes más brillantes de una ciencia, si de repente alguien descubre matemáticamente que el propio basamento fundamental de esa ciencia es incorrecto? Podría presuponerse que en tal caso todos tendrían que frenar los desarrollos de las teorías que vienen sosteniendo o generando, y las ideas sobre las cuales están trabajando, para ponerse a repensar las bases fundamentales de la teoría, admitiendo que en realidad se sabe mucho menos de lo que creía saberse hasta la aparición del descubrimiento. Se comenzaría así a trabajar para dotar de nuevas bases y fundamentos a la ciencia cuya premisa fundamental acaba de desvanecerse. Ésta sería la lógica, sobre todo si se tiene en cuenta que, en lo relativo a la economía, las conclusiones de una teoría, y los consejos que a raiz de ella puedan dar los economistas, y las medidas que finalmente encaran los gobiernos y las
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