Cierta mañana de invierno, encontré una paloma blanca en mi jardín, de mirada lánguida y de suaves plumas blancas pero temblorosas; me percaté al rato que no podía volar, pues tenía una alita lesionada; fue entonces, que apresuradamente, resolví darle cobijo y alimento. Una vez conmigo en casa, con la esperanza de que mejore, curé su ala herida y trate de alimentarla, pero fue inútil, ese día no quiso comer nada.
La bauticé con el nombre de “Fanny”, en realidad no estaba segura de su sexo, tal vez me haya maldecido mentalmente si me equivoqué al llamarla así, pero me gustaba ese nombre.
Paulatinamente, con el trascurrir de los días, Fanny, me fue tomando mayor confianza, haciendo que nuestra cercanía, vaya diluyendo en ella ese temor que al inicio mostraba. El avance era sumamente notorio, ella comía su maíz de mi mano, se sentada en mis piernas y mientras yo miraba la tele, la acicalaba mientras ella dormía.
En verdad, me iba encariñando mucho con ella, su apariencia frágil y tierna, me enternecían a tal punto, que me iba robando el corazón, aunque en el fondo sabía que no era tan bueno aquello, ya que mi casa no era precisamente el lugar indicado para un ave.
Pasaron más días e iba notando que Fanny, se recuperaba casi milagrosamente, y que pronto estaría en optimas condiciones de volver a volar, y regresar a su mundo habitual, llamado libertad.
Fue así, que cierto día, con Fanny en brazos, tras un beso y palabras de despedida y sacando fuerzas de valor, pero aun así con mucha nostalgia, decidí abrir la puerta de mi casa y dejar a Fanny en libertad, para que emprendiera su vuelo y continuara su destino. Claro, ella al inicio parecía que no tenía el menor interés por recuperar su tan valiosa libertad, era obvio que ella también se había acostumbrado conmigo, o tal vez, todo ese cariño que yo sentía por ella, era recíproco.
Tras unas previas indicaciones de animo, para que vuele, que al parecer fueron bien interpretadas por Fanny, sacudiendo sus blancas alas, echo a volar por los aires. Por un momento pensé, Ay! como me hubiese gustado tener alas a mi también, me quedé parada allí, apoyando mi cabeza en la puerta de mi casa, viendo como Fanny se deslizaba libremente por los cielos y se alejaba cada vez más de mi. Cerré mi puerta, y no pude evitar echarme a llorar.
Pasaron algunos días, y el vacío que dejó Fanny en mí, aun dolía, pero tenía que continuar con mi vida. Así que cierta tarde, como de costumbre, abrí mi ventana y grande fue mi sorpresa, cuando vi a Fanny parada en un rincón del jardín. Pensé que estaba soñando, cerré mis ojos y los volví abrir, ¡era realidad!, Mi Fanny estaba frente a mí. Levanté mi mano y vino volando hacia mi, le di un beso y le agradecí mucho por aquella visita, que sin lugar a duda fue más que gratitud, ese día el reencuentro fue inolvidable y tan sólo el inicio de una verdadera amistad.
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