Soy suplente, ello significa estar hoy aquí y mañana allá. No obstante así y dada la misma contrariedad, de no pertenecer a ningún lugar, ser la que esta de paso y por todos lados, tiene, al menos para mí, un sabor especial. Es en esa misma variedad y en la que uno ejerce cotidianamente el oficio, donde se obtiene el beneficio, de hacerse ducho en determinados terrenos y es entonces, cuando dejamos de sentirnos extranjeros.
Sucedió una vez, cubriendo una suplencia en una escuela con gran cantidad de matrícula que proviene de la villa miseria, lindante a la escuela.
Esta es la típica institución a la que asisten niños y niñas de diferentes nacionalidades, es la típica escuela a la que apodan, "la escuela a la que van los bolitas". Aunque, curiosamente, allí también van muchos porteñitos y provincianos.
Me hago cargo del grado, que justo en ese momento había sido desarraigado, de su aula original, por refacciones y de la planta baja fueron trasladados al primer piso, fue toda una revolución.
El aula era muy ruidosa, dado que uno de sus laterales daba al patio del jardín de infantes, mientras que el otro lateral, daba a una avenida transitada permanentemente por camiones y colectivos. Es para destacar que en pleno invierno, pretender tener cerradas las ventanas, era un imposible, dado que el olor que se concentraba en el salón era algo denso, pesado, insoportable. Yo, era más capaz de aguantar el estruendoso
ruido, antes que de tener que contener el aliento, para no respirar ese aire.
En cuanto al grupo, puedo decir que era, en general muy cariñoso, pero también muy inquieto. Este grupo concentraba en sí mismo, toda la picardía callejera, la viveza del más rápido, aunque también se matizaba con toques de sumisión, proveniente de los norteños o los de otro origen, criados con la rigidez que impone, el respeto y el estudio
ante todo.
Todos los días había que comenzar como si fuese la primera vez, por ejemplo:
ordenar mesas y sillas, salir a buscar más mesas y sillas, saludarnos, conversar, todos querían hablar, sobre lo que les había sucedido, luego pasar asistencia, más bien tarde, había muchos que siempre llegaban después de hora.
Hasta que una tarde, mientras escribía en el pizarrón la rutina, escucho la voz de uno de los chicos que me dice:
----seño, el Chango trajo caracoles a la escuela.
Sin darle mucha importancia le dije
----bueno y seguí escribiendo, no registre, obviamente, el mensaje en ese momento.
Con cierta insistencia, escucho otra vez
---seño, el changuito** tiene caracoles adentro de una bolsa de plástico.
Ahora, con más atención y cierta sorpresa y que sé yo cuantas cosas mas pasaron por mi cabeza, es cuando me doy vuelta y pregunto:
¿Quién trajo caracoles?
Toda la clase a coro me responde:
-¡El Chango, señorita!
¿Que hago entonces?, voy hasta la mesa del changuito y efectivamente, los moluscos, babosos, brillosos, casi transparentes con sus valvas a cuestas, estaban apretujados, adentro de una bolsa plástica, sucia y con feo olor, removiendo sus cuernitos como pidiendo desesperadamente, ¡socorro!... ¡Queremos salir de aquí!
Sin pensarlo, verdaderamente, le dije al chico:
-¡guarda eso ahora mismo!
El Changuito, muy obediente, al instante guardo la bolsa llena de caracoles, adentro de la mochila y la cerró también.
Inmediatamente pensé, esos caracoles se van a asfixiar ¡qué martirio! ¡pobres animales!
-¡Chango! esos caracoles se van a morir allí adentro, les va a faltar el aire (lo peor de todo es que la orden de guardarlos sé la había dado yo)
El niño, con picardía y con toda su inocencia, me respondió:
-No, no, porque yo los saco un ratito en los recreos.
Y ¿qué haces con ellos? le pregunto interesada en el tema
Él me respondió con toda confianza, que los cambiaba por figuritas, o por el alfajor de la merienda o cualquier otra cosita, que le quisieran dar a cambio.
-Bueno, pero igual, piensa en esos animales, piensa que te pasaría a vos si te tuvieran así. Le digo.
-Y....entonces... ¿qué hago? señorita.....
A todo esto, todos los ojitos que nos rodeaban, estaban tan pero tan atentos a esto, que era una maravilla, ver como un puñado de caracoles eran tan importantes, por supuesto, que ello me complicaba a mí el DíA, ya que justo ese DíA, tenía que enseñar el mecanismo de la división.
Verdaderamente, era asombroso ver como esos animales, eran su mas valioso tesoro y las más grandiosa atracción para el resto.
Fue entonces que decidí, permitirle al Chango que dejara la bolsita con caracoles sobre la mesita.
¿Qué pasó entonces?.... los bichos babosos, se transformaron en un atentado para mí práctica.
¡Me desconcentraban al grupo! y yo que insistía en enseñarles a dividir.
Caracoles versus división, viendo el entorno, no era lo mas apropiado, y decididamente, le di por ganado el combate a los caracoles.
Ello propició una conversación y a través de ella, tratar de conocer el origen de los bichos.
El Chango nos cuenta, que él por las tardes, sale a cirujear*** con su tío y que debajo de un caño de desagüe, hay como un millón de caracoles entonces él los juntaba, los metía en una bolsita y los traía a la escuela.
Mi idea en ese instante fue ¿pero, durante cuantos días había sucedido esto, desde cuando que es así?...
En la escuela el trueque, operaba durante los recreos hasta que un día, al pobre Chango lo mandaron al frente.
Mientras tanto en el aula, los caracoles, se las ingeniaron para vencer el molde plástico y libremente, con toda confianza, comenzaron a invadir, cada vez más terreno áulico.
Se arrastraban por la mesa del chico con total soltura, dejando a su paso el hilo de baba, que se podía ver brillosa, desde mi escritorio.
Y para mayor asombro, de la que escribe, llegó la hora de la merienda, la hora del festín, de saborear el manjar del concesionario* y junto con el olor del salón, la baba de los caracoles y las ganas de comer.
El changuito compartía y disfrutaba sin problemas, de su merienda, a la par de la danza de los bichos en su mesa y me llamomucho la atención, que el trozo de pan, el alfajor o la galletita, era apoyada en la mesa, arriba mismo de la baba de los caracoles y así, sin ningún drama para nadie, pues nadie se asombraba.
Y ¡glup! la comida iba a la boca sin ningún reparo, también llegue a pensar, pero claro en un contexto muy diferente, ¿cuan caro seria un plato de caracoles en un restaurant de moda?.
Debo confesar, que en mi interior sentí un profundo asco y tal vez, mas que eso, una terrible incomprensión, preguntándome todo el tiempo ¿como podían comer en esas condiciones?
Para el grupo en general era algo natural, normal, como cotidiano, era algo que no les impedía comer o hacer otra cosa.
Haciendo mi propio análisis de esta situación, yo, la maestra, estaba asombrada, yo que se suponía que lo sabia casi todo, descubrí que frente a esto que me impacientaba tanto que ¡no sabia nada, de nada! yo era dentro de ese grupo humano, la extranjera, la de otro lugar, la extraña
¿Qué hacer entonces? ¿Qué les podía permitir? ¿Qué les podía yo prohibir? siendo testigo de tanta naturalidad salvaje.
*Prestatario privado, del servicio de comidas en las escuelas.
**Trato común dado a los niños en el norte argentino, muy extendido.
*** Actividad de recolección informal, en la vía pública
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