De vez en cuando me golpeo la frente
con una manopla de horizonte.
Es que me satisface su melódica discrepancia,
sus obstinaciones de cielos,
ese mantel indeciso de estrellas.
A veces también lo acompaño
para que no sospeche que estoy muerto.
Le permito indagar en mi interior,
le abro los ojos,
le cierro mi vientre.
Dejo que me ultraje suavemente en silencio.
Pero no me escucha cuando lo llamo
con mis dientes oxidados de esperas.
Entre las gotas relegadas de mis manos
no quedan sino recuerdos.
Un montón de paces ordinarias,
de todas aquellas mañanas incompletas.
Entonces aprovecho que la luna no mira
para bajarme los pantalones,
desabrocharme la camisa,
hacerme el desnudo
y acostarme por dormidos rincones.
Y de vez en cuando te miro
por los hoyos diminutos de mi alma.
Entre las grietas de mis brazos
me escapo para que no lo sepas,
para que no te enteres,
que jamás sospeches que todavía te amo.
¿Cuánto tiempo he sido de tus ojos?
ya la memoria se me ha ido lejos.
Por eso conservo un trozo de tus labios
en la caja fuerte de mis besos.
Para imaginarte mientras te llamo,
para evocarte cuando no duermo.
Marcadores