He visto flores demasiado muertas de frío.
A señoras sin sombra que paseaban
simulando buscar al marido que no tenían.
He visto tantos horizontes pálidos
que hoy ya no sé cómo soportarlos.
Hay ahora excesivas nieves acumuladas en mi frente.
He olfateado a la luna sucia
mientras en mis sueños intentaba olvidarte.
Le he vertido a ella toda mi sangre;
se la he encastrado en las manos
para que se limpie más tarde en mis sábanas.
Ya a la noche no le temo, afortunadamente.
Por eso le voy devorando los ojos
cuando me clava su oscuridad en el cuello.
He visto una monja arrodillada
creyendo en el salvador de su desdicha,
en el señor que a cada segundo la llama
para que ella nunca conteste.
La he visto con su vestido pulcro,
su mirada perdida detrás del muro.
La he visto con sus dedos sangrando.
He visto ambulantes desnudos,
sonrisas en cuerpos hacia ninguna parte.
He podido esconder mi alma
en el perdido costado de algún camino.
Hoy habitan silencios por las cuestas
que antes acunaban mis zapatillas infantes.
Hay sucesos extraños, paraísos dormidos,
juguetes sin cabezas, dolores de espalda
y tantos disonantes ombligos.
He visto floreros llenos de cadáveres
y tumbas vacías, sin ningún nombre.
Ya no soy el de antes, es una pena.
¿Por qué hoy visito pútridos hoteles
donde nadie vive, y otros corren sin secuelas?
Con mochilas sudorosas a cuestas,
errando peligrosamente en los recovecos del destino.
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