Nada se conoce sin un grado psicológico, pero para conocer se necesita de un objeto distinto de su simismo, un objeto que conocer que no sea idéntico a uno. La ilusión de conocerse a uno mismo y la ilusión que se conoce por medio de uno son, en coherencia, imposibles. Lo que se conoce es una apercepción de algo, y no hay un grado dialéctico de alguna continuidad; el conocimiento es, por su esencia, un fenómeno negativo, lógicamente; su esencia es lógicamente incierta, un eco falso según deviene; es cierto en su distancia, y falso en su proximidad.
Uno no apercibe sino alguna discontinuidad. Uno no ve un continuo porque no vería otra cosa que ese continuo. Cuando se mira a la lejanía y no se ve más, ¿por qué creen que no ven más?, pues porque el continuo se ha hecho límite, no da más de sí y su percepción se indetermina. Miren una pared blanca unos segundos con detenimiento, concentrando la mirada, ¿qué ven?, pues ven lo mismo, no ven nada distinto; se hacen límites con su percepción. Estos sencillos experimentos visuales se pueden cambiar por experimentos mentales tales como reproducir un número en la mente o una forma geométrica (percepción de una imagen mental ilusoria), o un sonido continuo (la música ejemplifica justamente lo contrario). El sonido es mucho más complejo debido a su grado de anticipación emocional, pero, en resumen, ejemplifica la insuficiencia de una categoría por sí misma. La vista, como sostengo, es un sentido especialmente pasivo, pero es con el que principalmente construimos el mundo.
El conocimiento psicológico puro, tal como el idealismo, no existe; es conocimiento lógico, ni ideal ni psicológico. Conocer es en primer grado psicológico, pero en cuanto a su objeto, lo que se conoce, es un cambio lógico. El conocimiento, la apercepción de algo con lo que se trasciende, es una acción lógica. Nada se conoce que sea simismo; contrariamente, lo que se conoce es lo distinto de simismo, la incertidumbre de su individualidad. La identidad lógica que se pretende conocida es la recreación de su forma, el historicismo de ser simismo. Lo que se conoce es la forma lógica de la psicología. La psicología, pues, no conoce; y la lógica no tiene quién conozca. Una impresión cualquiera es un grado mínimo de conocimiento, pues su conciencia está sujeta a la dependencia psicológica de la representación. La posibilidad lógica de la misma será un grado puramente subjetivo aislado de su subjetividad, un grado subjetivo, por tanto, hecho lógico. Si veo esta mesa, estoy determinado por la impresión de la mesa; pero si me refiero a la mesa, y no sólo a su impresión, me refiero a la mesa lógica, lo que hay de coherencia en la primera impresión. La referencia a la mesa pasa la mesa sensible a la mesa abstracta, objetivada por su posible conocimiento, de modo que me puedo referir a ella sin necesidad de su presencia. La mesa es hecha objeto de conocimiento, y se la hará próxima en la cercanía de la acción. Si digo mesa aquí y allá indeterminando su sentido, falsificando el justo sentido de la impresión de la mesa, la mesa no es próxima sino distante; la mesa es indeterminada.
Es muy común en el hombre referirse a las cosas como si con su referencia se hiciese próximo. En las categorías psicológicas, las que representan la silla, y no la forma de la silla, no hay simetría, hay distancia. Uno no representa un objeto y su distancia; la síntesis de la apercepción no tiene su distancia a priori sino que, digámoslo así, se salta el problema de la distancia; lo abstrae y asume en su síntesis de apercepción. Lo que se da es lo que se da, y no se da más. Las posibilidades del conocimiento, enormes en este sentido, necesitan de la crítica que sospecha de la aprioriedad. La anticipación de tiempo, la representación de un objeto de conocimiento, se basa en la expectativa de una lógica con arreglo a la incondicionalidad de la forma lógica, la forma distante del paso del tiempo. Y el discurso no tiene en primer grado el contenido por el que discurre. El paso que damos hoy puede ser distinto del paso que dimos ayer; podemos hacer los pasos iguales, abstraerlos y reducirlos a una razón, pero lo que de verdad hacemos es negar que el contenido discurre, y no sólo discurre una lógica que hace el tiempo ausente.
La negación de todo objeto de conocimiento es anticipada por la misma lógica del conocimiento. Lo que se conoce es una acción trascendental; lo que se conoce, la acción de conocer, no es la acción de lo conocido; no hay tal identidad en sus tiempos. Una acción es psicológica, el tiempo de la individualidad e incertidumbre de la psique, y la otra es acción lógica, la distancia creada con su forma.
La conciencia, la unidad lógica que determina la posibilidad de cualquier identidad cognoscible, se indetermina en lo que no es ella misma; lo que no es ella abre la posibilidad de un discurso distinto de sí mismo. Su indeterminación, su desarreglo consigo mismo, es posible por el nuevo tiempo de la diferencia. Lo que hasta entonces era su primeridad madura, como cuando un niño cambia radicalmente con la adolescencia; no es que cambie mucho sino que su cambio es sustantivo, ya no es el mismo.
La desapropiación psicológica de la identidad se ve de manera muy bella en el aprendizaje moral, cuando uno tiene conciencia del otro y es apercibido en un grado de su entendimiento. Un niño viene al mundo con una expectativa del otro, pero la materialización de su entendimiento es incierta; no se apercibe al otro sino por aproximaciones muy lentas a él; y el otro será siempre un extraño, hasta el punto que una formación moral en la desconfianza hacia el otro será fácilmente irreparable. La categoría del otro siempre es y siempre será incierta. La certidumbre del otro es la expectativa de su historicismo. El otro puede ser la solución de la soledad (y la soledad es, principalmente, negativa, esto es, no es por sí sola sino que necesita de un contraste), o el objeto de incordio (todos podemos comprobar que los mayores males son los que implican al otro, como se comprueba con el sentido de las emociones). Podríamos decir que hay un dolor físico, como un pinchazo o un dolor de cabeza, y un dolor moral, como el pinchazo de una traición o una muerte cercana.
La expectativa del otro es, de acuerdo nuestra tesis, la condición de mayor relevancia significativa. El despliegue del otro, su acceso a nuestra intimidad, es el primer paso para la identidad de cualquier sociabilidad, la forma objetiva desde la que desapropiarse.
La forma objetiva de lo social es una primeridad por sí misma que cuenta con la expectativa integrada que se desenvuelva principalmente consigo misma. El otro significa principalmente por la relevancia de su proximidad. El mundo puede ser como se quiera que sea, pero la presencia del otro vuelve la representación del mundo asimétrica. Un mundo aislado, un mundo falto del otro, es un mundo distinto del mundo con el otro por lo que el otro implica; el otro implica la desapropiación del simismo. La soledad existencial es una incertidumbre psicológica que anhela al otro, aun cuando no haya otro al que anhelar. Esto, como muestra maravillosamente el arte, es la angustia, la sed del otro abstracta, actualmente peor conocida como ansiedad, la anticipación psicológica del tiempo.
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