Se ha visto que una característica de la ética infantil es su irresponsabilidad: se hace cargo de la forma que posibilita su supuesto, y niega objeto al resto. Es, por principio, irracional con su objeto ético; carece de objeto ético fuera de sí mismo. Como no hace más que recrearse en su forma, sólo hay fenómenos reales, y no racionales, que se ajusten a ella. Los fenómenos problemáticos se abstraen porque no entran en el margen del concepto que los ve.
Los fenómenos anormales son de gran interés porque ponen en cuestión la normalidad; la hacen relativa al margen que dicen normal; se prueba falsa. Ante su desfundamento, la ruptura de su principio, hay quienes optan por recrear una ideología como barullo que aligere la conciencia, que la confunda. Se inventan formas morales en las que anclar la moral, formas irracionales e impuestas con las que divulgan su ideología.
La ética infantil se ancla en una deuda con Cristo, en inciertas relaciones con otras religiones, en supercherías de filósofos trasnochados, y todo tipo de sofismas que se ajusten a su eslogan. La ética infantil no es, por principio, sino ética con arreglo a sí misma. Una y su emoción como el sustento de toda la ética; culpa de la falta de ética al resto que no es uno mismo; la raíz de la falta de ética es que no se es su simismo. Se iguala la ética a su mandato, la ética se hace igual a su mandamiento moral; pero el conocimiento moral es un artificio de la sociología del conocimiento moral, y sólo es una parte de la fenomenología de la ética. El conocimiento moral es un fenómeno histórico que estudia cómo discurre el conocimiento moral, y no es un conocimiento por sí mismo fuera del fenómeno del que forma parte.
Del conflicto epistemológico del conocimiento moral, su relatividad histórica, se han servido algunos para criticar el mal del relativismo, una crítica que, en sus manos, es una memez. El relativismo, recordamos, es una necesidad básica para la crítica; hace relativo lo que conoce en su ampliación, lo que critica. Se dirá, no obstante, que si no se hace una propuesta inicial, como que hay una condición objetiva por principio, no hay ningún principio que alcanzar. He insistido repetidamente en que es un sofisma que hace la proposición inicial igual a la final basándose en que es necesaria para su síntesis. Pero lo que hace el sofisma es hacer igual su tiempo, lo paraliza, no fluye; no discurre; hace de la síntesis su historicismo, la raíz de la que crece su ideología, y en la que se funda. La tesis contra el relativismo es cierta, pero el peligro es que no es válida en tanto no se cuestione a sí misma, en tanto no sea crítica, y no sea, claro está, verdad consigo misma. El bien objetivo, a este respecto que ya expliqué, no es el bien en sí mismo, sino el bien en tanto que es criticable; es el sentido en que es racional. El bien objetivo, la verdad y toda esa fanfarronería, no son sino la gramática del idiota; piensa sólo con arreglo a su forma; en definitiva, no piensa; es, pues, idiota.
La ética infantil se dice a sí científica porque ha leído por encima la axiomática spinozista que no ha comprendido y ha picoteado en obras divulgativas. Algunos neurocientíficos, ciertamente, han conseguido reducir a ciencia las emociones llamadas básicas; se ha comprobado que la emoción básica está determinada por la acción del cerebro que gestiona la emoción, pero no se dice que de ahí surgen las emociones complejas que no dependen de un efecto primero del cerebro y su emoción básica, sino que están estructuradas en una complejidad que supera el efecto de la básica; la trasciende; va de una primera, teóricamente incierta, a una segunda que la suplanta; y, al contrario que la ética infantil, la ética spinozista las comprendía como una parte del absoluto en el que actuaban.
El tiempo de las emociones, como he sostenido, es muy complejo por su propia fenomenología. Uno siente algo y no lo reconoce inmediatamente de manera cierta, sino de manera incierta; nada se conoce de manera cierta, y lo que llamamos cierto es sólo una expectativa formal, y no un simismo. Las emociones no son proposiciones de verdad; son efectos del organismo que lo asaltan a uno, y no se pueden recrear justamente hacia atrás; son fenoménicamente asimétricas. El efecto de huella en el cerebro no contiene la respuesta de su conciencia porque no son relativos a un mismo tiempo. Su primer tiempo, el de la emoción, no es idéntico con el tiempo de su efecto; son asimétricos.
La emoción no es lo primero porque la emoción misma es un efecto de otra cosa; no es primera consigo misma. La emoción trasciende en su exterioridad, la que se formaliza en el concepto solidario, y, con arreglo al principio del concepto solidario, su genética, se desenvuelve. El tiempo de las emociones es formalizado por una acción independiente de la emoción que la trasciende. Su acción es la más significativa, y por ello trasciende. La emoción por sí misma es, en coherencia, simismo. Sólo un anormal ubicaría la ética en ella por principio. La caída del mito de la emoción, y la ubicación en su tiempo irracional, es el principio para dejar atrás la ética infantil y hacerla madurar en la responsabilidad de su conciencia, hacerse cargo de lo que no es simismo.
La historia de las emociones humanas es del mayor interés. Determinan la conciencia de los hombres en primer grado y están muy presentes en ciertas fases de la humanidad; son muy significantes. Hay teorías muy divertidas que especulan con su selección natural, generalmente, escritas sin el menor rigor filosófico. Entre los nuevos filosofastros, los científicos metidos a filosofar, es muy común leer sus excesos de especulación. Usan la teoría de la evolución para cualquier explicación estrafalaria que se ajuste a su demencia. Las más perversas manipulaciones se hacen desde la neurociencia y la psicología social. Se usa la teoría de la evolución como un dogma que sucede con arreglo a fenómenos que no entran en su sentido; son un contrasentido evolutivo con arreglo a un delirio. Hablan del lenguaje, la empatía, el altruismo, el comercio y la cooperación, la ciencia, la ética, etc., etc; y no dicen más que cosas inciertas que sólo son capaces de argumentar controlando su experimentación, lo que denominé ad-hocismo generalizado, la reproducción de su forma.
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