La ciudad, es el gran muestrario de todos y cada uno de los especímenes, que vivimos en ella.
Voy hacia mi trabajo y delante mío camina una joven mujer, con un pantalón tan ajustado, que parece pintado en la piel. Tiene un cuerpo espectacular, con un bamboleante andar, deja a todos los que pasan, detenidos por un instante en su anatomía más sobresaliente.
Ella camina, como si nada sucediera a su alrededor, pero sé, que ella sí sabe que causa la admiración de varones y por qué no decirlo de algunas mujeres también.
Después de varias cuadras, en que nuestras rutas se aúnan, ella atraviesa la calle, perdiéndose en el tráfago de los cientos de transeúntes, que caminan rápido a sus destinos.
Camino pensando en que la calle es una vidriera, con los maniquíes que cada vez resaltan en ella.
Sigo mi camino y al lado pasa un auto, que casi me atropella, porque voy tan distraída y no me doy cuenta, que estoy atravesando por el paso de peatones, pero que acá nadie lo respeta y este chofer de Indianápolis pasó como un bólido y casi me lleva puesta en su parachoques.
El sobresalto me hace estar más atenta, esquivo con gracia los hoyos y baldosas en mal estado, de la vereda.
Cuando digo con gracia, me refiero a que doy saltitos, como de una ave buscando algo en una ciénaga. A saltitos con mis piernitas, que no quiero tengan un esguince no deseado.
Al lado mío, ahora se pone uno de los tantos cargadores del barrio, que se caracteriza, por tener varias manzanas de comercios y que siempre estos cargadores, con sus artefactos infernales ( léase carrito de fierro ) y de buen tamaño para llevar imnumerables cajas con productos de...Taiwan. Este se impacienta y me dice:
¡¡ Ya señora, no sea tan lenteja !! ( lenteja= lenta o lerda )
Le doy mi mejor mirada de bruja asesina y sigo caminando, ahora con temor a que me pise por atrás los talones y me deje acá mismo muerta de un dolor.
Pero no pasa nada y el mentado cargador apurado sigue su camino y yo con los talones indemnes.
Ya voy llegando al edificio en el que vive mi paciente. El portero que es un simpático paraguayo, está como lo dice su nombre, de portero.
Me abre la puerta en un gesto de amabilidad y ambos cambiamos un saludo de esos formales.
El, que sabe toda la vida, de los que viven en el edificio, me dice: ¡La están esperando!
Y le doy las gracias por su información. vaya me digo y ¿ Si no estuvieran esperándome?. Bue ese es mi subconsciente a veces juguetón, que se pone a imaginar situaciones probables.
¡ Y si la madre de mi paciente le dice que ahora contratará a una super masajista! De esas que salen en el diario, en el suplemento que dice """Señorita masajista a domicilio ""
Seguro que mi paciente estaría más contento que tener que soportar los ejecicios de tarea que le dejo o las maniobras para que tenga un buen tono muscular en sus brazos.
Me abre la puerta del departamento, la mucama que es una chica calladita del interior.
La señora ya viene.
Aparece la madre de mi paciente, con la cara como siempre de pregunta. ¿Cómo lo encontrará hoy día ?
Porque, él esta pasando por la etapa de reconocimiento de su patología y eso no es fácil de aceptar.
No sé por qué, me acuerdo de la mujer joven que me encontré en la calle cuando venía para acá y me digo:
¡¡ Qué contento estaría mi paciente si ella fuera la que viniera a hacerle sus ejercicios !!
Pero no. Soy yo y a él no le queda más que sonreír y saludarme...con un
¡¡Hola ¿ como le va ?.
Y empezamos la terapia.
La vida no es como la quisiéramos...¿ verdad ?
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