Como empezamos por recordar a las dos y solamente de una hemos contado...le corresponde a la otra.
La Petronila...alias Petro. De aspecto grandielocuente, con un vozarrón de esos, que parecen para vocear productos en el Mercado Central.
Alta, de cuerpo bien formado, en el que predominaban los huesos y los músculos. Cara amable cuando contenta, y con ojos de color avellana, enormes y pestañudos. El pelo negro azabache, largo y liso, que formaba un rodete enorme en la nuca.
Ella era la ama, dueña y señora de la cocina y de tener todo en orden, en la casa enorme de los tíos de el pueblo ( ahora ciudad ) de Los Andes.
Había llegado de muy pequeña, acompañando a su mamá, que en una época era la señora, que venía a lavar a la casa. Eran los tiempos aquellos, en que todo se lavaba en casa, en una enorme lavadora de esas antiguas, que hacía ruido como un tren en marcha. Y solamente lavaba. Había que enjuagar, estrujar y después tender toda la ropa en los cordeles del fondo del patio.
Así ella acompañaba a su mamá, y ayudaba a ésta a tender la ropa recién lavada. Cuando se fue haciendo más grande, y empezó a hacer algunos mandados y a ayudar en la cocina, poque siempre había algo que picar, pelar, trozar, o limpiar.
Así entró ella en la casa, haciendose cada vez más indispensable, ya que, los tíos pasaban todo el día en el negocio familiar, de venta y distribución de frutas, verduras y todo tipo de productos del agro cercano.
Los Andes es un lugar, en que la producción ( hasta hoy en el presente ) de almendras, nueces, avellanas, pasas de uva, frutas secas, orejones sobretodo. Ventas al por mayor y menor, era el negocio, que todos los días exigía una gran atención, por parte de mis tíos.
En fin Petronila, empezó diligentemente a hacerse cargo, cada vez más de todo lo que fuera para hacer en la casa. Así fue entrando, en el cariño de los que empezaron a depender de ella, para que la cocina fuera un lugar, en que la señora que antes cocinaba, que ya estaba muy entrada en años, pudiera descansar y la comida empezó a variar para mejor con platos mas variados y con todo las cosas ricas de temporada.
Cuando los choclos, maduros, tiernos y de hojas verdes brillantes, ella hacía humitas ( humita en chalas ). Cuando llegaban los tomates maduros y rojos como sangre, ella hacía tomates rellenos con papitas con mayonesa y perejil, acompañando algún pescado que habían traído de la costa.
Llegaba Septiembre y las empanadas jugosas. Las empanadas enormes, al horno. Llevan carne picada, cebolla, aceitunas de Azapa, pasas de uva y huevo duro. La masa es liviana y de hojaldre. Los arrollados de carne de cerdo con picantes ajíes y relllenos varios. El asado de costillar con papas doradas.
Los postres, eran de antología. Mousse de frutillas, de limón, de naranjas, de papaya. Flanes de leche y natillas con azúcar en caramelo para acompañar, arroz con leche con canela y vainilla, duraznos en compotas acompañados con crema batida.
Así todos en la familia quedaron encantados, con los sabores de esta muy especial mujer, que tenía la habilidad de cocinar como los dioses.
Por supuesto, que todos subieron de peso, pero en ésa época subir unos kilos, no era un drama, ni era parte de la estètica ser flacucho y tener curvas postizas.
Así Petronila, alias Petro, se convirtió en la señora, que no sólo se encargaba de hacer de dueña de casa, también se hizo indispensable, a la hora de mandonear a las dos chicas, que la venían a ayudar tres veces por semana.
Ella empezó así su reinado.
Porque fue la reina de la casa. Nadie le disputó su trono, mientras ella quiso estar a cargo de todo lo que fuera orden y que la casa estuviera funcionando, era como su castillo y todos nosotros, los ayudantes, a su servicio.
Porque, cuando llegaba el Verano, o antes en vacaciones de Invierno, la enorme casa se convertía en poco menos que escuela de chicos. Llegábamos de Viña del Mar, de Santiago, de Valparaíso. de Quillota y del Sur.
Sobrinos, ahijados, hijos de amistades que venían a veranear al pueblo. Todos correteábamos por el patio y jardín. Nos hamacábamos con algarabías chillonas, en las dos hamacas ( columpios ) que estaban en el fondo del enorme patio ( el sitio de la casa daba a dos calles. ). Jugábamos a las escondidas, al pillarse y a hacer todo tipo de descubrimientos, subiéndonos arriba de las cuatro árboles, que hacían de vigilantes en el fondo del terreno.
Petro se reía de nuestras caidas y de las maneras de levantarnos todos sucios y con tierra en las rodillas, porque ella sabía que por eso, ella nos tendría de ayudantes. Ya que, porque los raspones nos dejaban en la cocina, mientras nos reponíamos de los dolores de las caídas. Entonces, ella nos contaba cosas de su pueblo ( Calle larga ) y nos ponía a pelar arvejas, desgranar porotos granados, rallar zanahorias, algo que casi nadie le gustaba hacer, porque siempre terminábamos rallándonos los dedos
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Petro, así nos iniciaba en el arte culinario. Casi sin darnos cuenta.
Continuará.
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