Los miércoles era día que tocaba ir a la piscina, toda la clase iba por la calle de la ciudad en fila de dos, con dos maestras que los acompañaban. Para mejor vigilancia se unían algunas madres que libres de un trabajo fuera del hogar, dedicaban unos momentos del día en hacer de acompañantes, además de poderse sentar en la gradería, y poder ver los adelantos de sus hijos.
Aquel miércoles no era una excepción, ella se sentó al lado de tres madres más, en espera de ver aparecer a los futuros nadadores.
Más de uno se podía apreciar en sus ojos enrojecidos que había llorado. El agua les asustaba. La piscina era cubierta y climatizada, pero no dejaba de impresionar con sus 25 metros de largura., en la mitad el agua sólo tenía un metro de profundidad, pero en la otra parte, eran 5 metros, y con un trampolín, donde en alguna ocasión habían coincidido con expertos nadadores que hacían sus prácticas de saltos en aquella piscina Municipal.
Los más avispados soñaban con que algún día les dejaran hacer unas piruetas desde aquella tabla.
Los más “miedicas” esperaban con ansías el momento de verse fuera de aquel lugar, que a más de uno le producía desde primeras horas del día, terribles dolores de tripa.
Las madres desde su lugar de observación, contemplaban satisfechas los adelantos de sus hijos.
Y como todo lo bueno y lo malo, llegaba el fin de la clase de natación, para alivio de los que no les gustaba, y con pena para los soñadores que esperaban un día poderse subir al trampolín
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