Por Tata Yofre
Premio para un Senador que desconoce
Realmente siento curiosidad por la sorpresa del Senador Gerardo Morales, atacado por el Movimiento Indigenista “Tupac Amaru”, quien se manifestó horrorizado por la agresión de ese grupo piquetero a su casa particular, hace algo más de semana atrás. ¿Acaso desconoce el Senador radical que Milagro Sala (actual Secretaria General de ATE), la líder del grupo barrial revolucionario, está apuntalada económicamente ~y respaldada políticamente~ por el matrimonio Kirchner? ¿No sabe Morales que los Kirchner han urdido una red imposible de desatar entre el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial ~absolutamente complaciente~ y hasta el Congreso con tales organizaciones? ¿Acaso no participó en la aprobación del presupuesto anual 2010 que se votó por unanimidad y sin objeciones, donde se le asignó una partida de treinta millones de pesos anuales a la coya que administra, conduce, y entrena a sus milicias ~con el auxilio militar de “Quebracho”~ cuya horda ya se ha expandido a diecisiete provincias?
El chamán político de la señora es Luis D´Elía (FTV), y el “general” de sus 70.000 efectivos en armas el señor Fernando Espeche (“Quebracho”). ¿Lo ignora el Senador? Desde aquí nada puedo hacer, más que estar expectante hasta que se generalicen las hostilidades sobre el territorio nacional. Pero Vd está en el Congreso y tiene el poder que le confirieron sus electores.
Según una criteriosa teoría, hay “estados fallidos”, “estados mafiosos” y “estados rufianes”. Me gustaría saber a qué tipo de país aspira usted servir.[1]
En esa intención, respetuosamente paso a ilustrarlo para que evite que la violencia sufrida en particular por Vd, se siga expandiendo a toda la ciudadanía.
Las instituciones subterráneas del proletariado.
Las instituciones formales del Estado se degradan a la vez que emergen ejércitos proletarios que violan la ley para sobrevivir. Más allá de lo que establezca la legislación, se modifican las reglas del juego. En los márgenes de la sociedad, el mercado de militantes se transforma con el crecimiento de la desocupación. Traspasado cierto umbral, la demanda de servicios de protesta, que normalmente dio vida a los sindicatos, se caracteriza ya no por las demandas de obreros y empleados sino principalmente por las tumultuosas exigencias de desocupados sin nada que perder, dispuestos a violar las leyes frente a una cultura ciudadana que ya no tolera la represión violenta, tras el meticuloso proceso de desinformación y concientización popular contra toda noción de orden y rechazo a la disciplina, propias del militarismo que se le enseñó a la gente a repudiar.[2]
Es así como se instituyen la extorsión y la prebenda de los estratos marginales de la Argentina, mediante procesos similares al crimen organizado devenido en “cultura popular”, que hoy afecta a amplias regiones de América Latina y no deja de tener analogía con la “cosa nostra” siciliana.[3] Argentina sufre las consecuencias de la corrupción y el narco-terrorismo. Quienes caen en esas prácticas son más víctimas que victimarios, ejerciendo una especie de “derecho natural a la revuelta” que ha sido reconocido tanto por John Locke como por Santo Tomás de Aquino. Pero ya a esta altura, todo supura miseria, fealdad, negociados e incipiente violencia en una sociedad donde sus dirigentes persiguieron este objetivo como política de gobierno.[4]
Nuestra clase política delictiva
A esta altura a nadie se le escapa que Argentina engendró una clase política delictiva, que sustituyó “democrática” y definitivamente a los gobiernos militares de otrora. Nuestro país atravesó por períodos históricos discontinuos y diametralmente opuestos que generaron el estancamiento de la Patria: Una etapa estatista, que nació en la década de 1930 y que comenzó con una ola de creación de empresas públicas, posteriormente complementada en 1940 por la nacionalización de empresas privadas de propiedad extranjera. La década de 1990 fue la etapa neoliberal ~mucho más breve~ que abarcó la época de Menem, De la Rúa y parte de la presidencia de Duhalde, donde se rechazó el estatismo. Finalmente la etapa post-liberal que comenzó durante la débâcle del gobierno de De la Rúa y se consolidó con el reinado de los Kirchner.[5]
Un funcionario que se define como “experto justicialista en Defensa” ~Luis Tibiletti~ admitió que “la clase política argentina no posee una estrategia nacional sino que su objetivo es la perpetración de un delito”.[6]
Este personaje manifestó, además, que las políticas del gobierno kirchnerista son “claras” frente a la protesta social, respecto al empleo de la fuerza “dentro de la máxima racionalidad y procurando siempre el respeto de las garantías.[7] Tibiletti habló tras asumir el cargo público de Secretario de Seguridad Interior de la República, momento en que sostuvo que “no hay soluciones para impedir el delito”. [Sic][8]
Y posiblemente no sea descabellado su diagnóstico. El nivel supremo de corrupción en el Estado es precisado por su amigo, Carlos Escudé como “macro-delincuencia”. El autor de “El Estado Parasitario” nos proporciona tres definiciones formales: “Llamamos micro-delincuencia a los hechos de corrupción individual, incluyendo sobornos millonarios; llamamos mega-delincuencia a hechos de corrupción de gran magnitud en los que está involucrada una larga cadena de complicidades al interior del propio Estado; y llamamos macro-delincuencia a hechos de corrupción en gran escala, con efectos directos sobre las variables macroeconómicas, con incidencia sobre la distribución del ingreso o la riqueza, y también aquellos que tienen consecuencias directas sobre la gobernabilidad o el sistema político.”[9]
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