SERMÓN DEL MONTE (VERSIÓN NATURALISTA)


Golpear, hay que golpear los ojos con suficiente rabia, como si vengáramos la muerte de los niños que se van a morir o se han muerto en cada guerra. Como si ese golpe desprendiera a Jesús de su madero, diez segundos antes de gritar ELÍ, ELÍ, LAMÁ SABACTANE. Hay que golpear como si castigáramos al vecino y su lengua delatora, como si con esto levantáramos al perro aplastado en la autopista, le hiciéramos andar. Golpear al enemigo con el mismo furor de desnudar a una mujer, con la euforia de beberle el cuerpo entre las piernas o derramarse dentro. Dar un golpe, romper una cristalería entera y que los trozos queden en el aire, que se puedan tocar como si fueran los frutos del árbol de la vida y de la muerte, luego si Dios nos echa de su tierra, golpearlo a él por engreído o por tacaño, dejarlo en el suelo cubierto de arañazos y partir, masticando los pedazos de cristal.
Hay que aporrearlo todo, como si en ello nos fuera el universo entero, como si lo mejor y lo peor de ello dependiera. Como si el impacto rasgara la mitad de los sellos de la Biblia y los ángeles pararan de fornicarse al mundo y los locos dejaran de mandar.

Hay que golpear. Golpearlo todo.
Y si el golpe retorna, ya veremos.