Todavía hay quien sigue viendo la ética como una cuestión estética. Vamos, pues, a aclarar una demarcación fundamental para un asunto como la crítica del objeto ético.
Un objeto es estético cuando la acción de la que forma parte está determinada por lo que viene dado a partir de los sentidos. Dicha acción es pasiva, y está, por tanto, determinada. El sujeto de esta pasión forma parte del proceso sólo como medio de la pasión. Es estética la impresión de la vista, el gusto, y todo lo relacionado con los sentidos; lo que uno ve, lo que a uno le gusta, lo relacionado con los sentidos, le viene dado, y no hay, en principio, ninguna deliberación al respecto. Con justicia, se llamó a ese tipo de estado animalidad.
Las pasiones, en cuanto que son afecciones, son un margen que diremos de la inmediación. El tiempo que determinan es dado a la conciencia, y está precipitado sobre ella. La conciencia, pues, es un fenómeno posterior a la inmediación; la inmediación determina la conciencia. El tiempo en el que la inmediación actúa está, como hemos visto, determinado, y nos exime. La identidad, que en ética es una figura trascendental, no pertenece a la estética sino como un margen indefinido, indeterminado, en el que es posible crear una diferencia con respecto a lo dado.
El sentimiento hacia cosas como una manzana o una piedra no es el mismo que hacia una persona, está claro, pero la distinción que podemos hacer al respecto requiere de una crítica que haga problemáticos los conceptos que entran. El sentimiento es ético en una conciencia que reconoce una superación moral que desliga la anterior atadura sensible a partir de un nuevo sentido, el objeto ético que media la superación. La ética es una emergencia fruto de la trascendencia de esa acción; la ética, por lo tanto, no pertenece a lo dado sino a la indeterminación de la acción de trascendencia. La atadura estética ha pasado de una simple determinación a una indeterminación que invierte y hace más posibles los objetos que cursó; hay una posibilidad de alterar el curso que era determinado en una acción que lo indetermina.
La manzana no tiene, en principio, una emoción implicada. La posible implicación que tenga en un símbolo requiere de una teoría que dé cuenta del objeto que determinaba la expectativa dada y precipitada como estética.
El sentimiento hacia otra persona, por otra parte, fue llamado empatía. La empatía es un margen de sentimiento hacia el otro en el que caben diversos grados; no es sólo un sentimiento positivo hacia el otro; es positivo en cuanto es un sentimiento, pero no en tanto es bueno; sería precipitar el juicio del sentimiento sobre un margen que no estaba comprendido y sobre el que dictamos un juicio precipitado con la suposición de que la inmediación será igual a la mediación, el momento que urge ética. La expectativa de la acción de la inmediación no es simétrica con la de la mediación por la distinción que la convertía en ética; la llamamos acción de la conciencia, acción ética.
La empatía comprende, y es así con mucha frecuencia, el margen en el que el otro es una molestia. El sentimiento hacia una misma persona, por caso, puede ser distinto en diferentes ocasiones; es una misma persona, y la respuesta emocional ante ella es distinta; la emoción es, pues, un margen.
La empatía es una emoción que no es dada en la conciencia salvo en grados muy altos; es una emoción, en la mayor parte del trato con el otro, dada sólo en la inmediación y en el concepto solidario que lo lleva implicado; y su concepto no sabe distintamente de la emoción que lo servía de base al estar precipitada; la distancia que el concepto tiene con la emoción es la forma que la recreación toma, y por lo que es posible como concepto.
La empatía no es un amor hacia el otro sino un margen que determina la posible relación con él; cabe el amor y cabe el rechazo. El absoluto de esa pasión es el margen en el que esa pasión se hace distinta. El a priori del absoluto no es la pasión sino el otro, el que la determina; sin el otro no habría dicha emoción. No es menos empática la molestia que causa el otro; el otro no es sólo un margen de bondad; la pasión por el otro es el absoluto en el que caben los grados que hacen que pueda variar; se padece la pasión provocada por el otro, como hemos dicho, su figura a priori. El objeto ético, en este caso, es el margen del otro, el que cursa la acción.
La emoción no vendrá determinada sólo por el influjo del otro, sino que puede comprender una amplia variedad en ese sentimiento; es una forma a priori de relación que distingue, por ello, el sentido que implica. Los grados de empatía permiten la comprensión del margen del concepto solidario. En su desarrollo, como se vio, el grado emocional era relativo a su concepto, con el que se hacía uno, y no sólo al contenido de su emoción, de la que su concepto era, más bien, distante.
La relación con una manzana puede ser simbólica, pero no por ello es ética; ética sería la forma mediada que critica el símbolo como objeto moral (el apetito por una fruta en una comunidad, y el pecado en otra). El margen del objeto moral no es el de uno, el relativo a la estética, sino que, justamente al contrario, es el relativo al margen que se amplía más allá de uno, el objeto solidario. La forma del concepto solidario no trata del otro sólo como un individual sino como un sentido amplio del otro que va desde lo singular hasta lo colectivo.
La solidaridad está, en efecto, emparentada con la empatía. Una es su principio, dirige al otro; y la otra, es su efecto. La solidaridad es el efecto que agrupa más de una conciencia alrededor de un mismo objeto, y no es emocional sino en el grado asumido en su concepto. Como pasa con la mayoría de los fenómenos, no hay una creatividad ilimitada en el concepto solidario sino que es una acción formal. Los conceptos precipitan la experiencia al estar asumidos sintéticamente en la expectativa de una misma experiencia; dicho en otras palabras, precipitan lo que han formalizado.
El tiempo de las emociones es altamente complejo porque no es del tipo "sólo cabe emoción buena o mala", estética, pues. La amígdala gestiona de manera muy diversa la emoción, y no al modo de las ridículas y delirantes simetrías spinozistas; las emociones no son simétricas con sus contrarios, ni tienen el mismo efecto local; son distintas en especie y lugar (uno de los más inquietantes efectos del cerebro es que está interrelacionado y no se puede reducir sólo a efecto local; es un mapa de interrelaciones).
El concepto de urgencia es importante porque está inclinado por los estados problemáticos como el miedo o el peligro, situaciones urgentes que requieren de la ampliación de una nueva acción. La razón puede superar la inhibición, la dialéctica sin conciencia, conforme a una ordenación no estética. El objeto de la ansiedad, en el caso del temor, es una descoordinación en la gestión de su emoción. Puede sentirse una emoción, sin más, como la ternura por un bebé, o se puede sentir rechazo por el mismo como consecuencia de un proceso de estrés que nos urja a ser éticos (un onanista no es ético sino principalmente estético). La emoción no es la misma cuando se siente porque no hay más que expectativa en su anidamiento cerebral; es expectativa de síntesis recreativa; la diversidad fenoménica recrea una identidad. La expectativa es siempre incierta, y nunca claramente cierta; su margen de incertidumbre es el que hace posible su diversidad, la razón que urge a su plasticidad.
La emoción no es un sentimiento que defina la acción sino que la pone en dirección, y no la precipita; las emociones, en este sentido, son orientaciones. La emoción, en el grado ético, es acción posible que requiere de cierta deliberación para que sea finalizada, llevada a cabo. En esa deliberación, en esa elección, está la acción ética, la que requiere lógicamente de un sustento que le dé identidad.
Con esto no queremos decir que la estética sea innecesaria para la ética; antes bien, es la que da primer contenido a la ética. La madurez consite en que sea ampliada y, en dicha ampliación, entre la responsabilidad.
La figura de la responsabilidad es muy compleja porque el filósofo sabe que no sólo forma parte de la estética, lo que en ella es dado y nos exime. La responsabilidad, como un sentimiento de deber, una autoridad moral no sólo estética, ha de ser cuestionada por la razón que busca con su síntesis la deliberación que, como hemos dicho, hará ética la acción. La razón amplía la comprensión del objeto ético, y no sólo está limitada en él. La conciencia, como hemos visto, permite indeterminar ese límite.
Cuando se llamó a esa ética primeramente infantil se dijo en su sentido de irresponsabilidad; hace responsable a un margen que se abstrae de aquello próximo a su contenido, cabalmente, el de una emoción precipitada como expectativa sobre nosotros. La proximidad a los objetos, por el contrario, los pone en el margen en que la acción hace síntesis con su situación; se adecua a la urgencia.
Los conceptos realmente científicos no son estéticos sino sintéticos a partir del desarrollo de la unidad teorética que amplía la estética al campo de la unidad de la razón. La estética es campo de las impresiones de los sentidos (esto me hace feliz, me gusta y me alegra; o me hace estar infeliz, me disgusta y me entristece); y la ética cuestiona las condiciones que amplían un juicio estético y lo llevan hasta la proximidad que da contenido a su objeto.
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