Stalin era proclive a las bromas pesadas. A hacerlas, pues no soportaba que se las hicieran. Además era reconocido por su megalomanía. Aquí una anécdota donde virtualmente se le retrata de cuerpo entero:

En 1937, durante el pináculo de las purgas y del culto a la personalidad del Padre de los Pueblos, se conmemoró el centenario de la muerte de Pushkin. Por toda la URSS se hicieron homenajes para recordar al insigne escritor. Se levantaron en su honor muchas estatuas, pero la más fantástica fue el que se erigió en la pequeña ciudad ucraniana de Mykolaiv, la cual deseaba unirse a las celebraciones inaugurando un monumento y para ello solicitó “orientaciones” al ministerio de cultura. En ese entonces el poder estaba sumamente centralizado y todas las decisiones, por nimias que pudieran ser o parecer, tenían que pasar para su aprobación a los ministerios de Moscú, quienes no podían hacer nada sin la venia del Gran Líder. Respecto a esta petición Stalin citó al ministerio de Cultura y, acompañado de uno de sus escultores favoritos le instruyó. “Camarada ministro, a mi me parece bien que celebremos a Puskin que, pese a ser un burgués, fue una de las glorias de nuestras letras, pero creo que debemos darle un toque más revolucionario a esos homenajes. Ya hay demasiados monumentos a este escritor que no dicen nada de la construcción del socialismo. Mire usted.”, y desplegando una a una en su escritorio varias fotografías de estatuas de Pushkin que se habían erigido en distintas partes de la URSS, Stalin ennumeró: “Pushkin de pie en actitud lírica, Pushkin meditando, Pushkin sentado y escribiendo, Pushkin con expresión adusta e inescrutable, Puskin inspirado...en fin, vaya a saber. Nada que aporte verdaderamente a la Revolución y la construcción del Socialismo”.

“Tiene usted toda la razón, Camarada”, se apresuró a decir el ministro con cara de quien acaba de recibir una iluminación.

“Por eso, creo que debemos seguir la estupenda idea de este maestro escultor en el caso de la ciudad de Mykolaiv. Maestro, muéstrele usted su boceto al Sr. Ministro”, ordenó Stalin, y el escultor, obediente extendió un rollo de papel que llevaba bajo el brazo con el dibujo de la Idea para una Escultura Revolucionaria de Puskin para la Ciudad de Mykolaiv.

“Magníííífico, camarada, sencillamente magníííífico”, exclamó el ministro.

Tan magnífica idea fue concretada en escasas semanas y la inauguración de la estatua se efectuó a tiempo para el bicentenario. Fue develada en presencia de todo el politburó ucraniano y consistía en:
Una estatua de Stalin leyendo un libro de Pushkin.

Sí, Stalin con ese rostro suyo eternamente adusto y sus enormes bigotes, vestido de civil y sentado leyendo un enorme libro en cuya portada podía leerse, cincelado en enormes letras, el nombre de Pushkin. Ese fue el homenaje de Stalin a una de las máximas glorias de la literatura universal de todos los tiempos.

Sin embargo, la vida de tan excéntrico monumento fue efímera. Pocos años después los nazis invasores la dinamitaron sin piedad. Nunca se rehízo y tras la deestalinizacion, el régimen de Kruschev decidió elevar en el mismo lugar una estatua de Pushkin digamos…. un poco más convencional que el insensato homenaje original.

Esta fue la historia del que, quizá, fue el pináculo del absurdo en la Historia Mundial de la Megalomanía

Tomado del Blog Villa Arpinati