He visto que he podido llevar a una importante confusión al no diferenciar entre el fundamento de la teoría, relativo a la base del aumento de su conocimiento, y el fundamento del absoluto de la teoría, relativo a la base ontológica. No debiera ser un problema si se mira desde mi crítica a los absolutos, pero entiendo que puede llevar a confusión. La base ontológica de la ciencia se hace, por sus principios, que son más bien fines, pretensión absoluta; la epistemológica, por su reclamo de conciencia, restringida a la urgencia de la ampliación.
La falsación, indudablemente, pretende hacer falsa una teoría. Al defender que el conocimiento no puede ser sino negativo, no hay otra manera de hacerlo avanzar que no sea sometiéndolo a determinación, oponiéndolo a su diferencia; teoría, por cierto, esta misma que digo ahora, que convendría falsar, y al desmontarla, a su vez, poder proseguir en su búsqueda de la verdad, mejor llamada determinación o cuidado. Lo que los negativistas defendemos es, pues, la negatividad del conocimiento y la imposibilidad lógica de la verdad con respecto al absoluto de su tiempo.
Una teoría no puede predecir absolutamente su historia al no poder conocerla en su integridad. Para que así fuese, además de disponer de su absoluto presente, debiera poder viajar en el tiempo a su pasado, y decirse verdad en toda la infinidad de falsaciones posibles, es decir, agotar el tiempo de toda falsación pasada posible; y, aún más, debiera ser capaz de hacer el tiempo definitivo, esto es, finalizarlo, que no fuese posible más tiempo. Como esto es una especulación del todo enloquecida, caemos en la cuenta de no pretender que la verdad sea un delirio.
No hay una teoría en el mundo que se pretenda absoluta frente al falibilismo, esto es, que toda teoría puede fallar, el argumento de la lógica de la falsación y lo que la "fundamenta". Como he defendido en muchas ocasiones, el mismo aumento de conocimiento la pondría en evidencia, es decir, la haría falsa con arreglo a su suposición absoluta al mostrar que había condiciones de más que no había tenido en cuenta. Es el sentido radical que tomo de Popper, que todo debe ser falsable si se habla de ciencia, y que las falsaciones con mayor contenido son las menos probables. Si una teoría permanece verdadera, esto es, no falsada, no es, estrictamente, más que probable, no verdad en sí y, menos, absoluta. Y las falsaciones con mayor contenido, de las que un científico estará más orgulloso, son las que hacen un avance fuerte, las que no dejan las cosas como estaban antes de ellas. En términos lógicos, argumentar con términos no contenidos no es verdad, sino, justamente, especulación; el contenido presunto, esto es, hipotético, no es verdad sino presuntuosamente. Digamos que esta actitud nos lleva, por coherencia con la conciencia de la verdad, a ponerla más que en su margen absoluto, visto claramente como un delirio, en el de su acción, en el de las condiciones de su trato.
No son los mismos los márgenes de totalidad de una teoría que los márgenes absolutos entre los que ésta discurre. En efecto, el conocimiento, cuenta con unas categorías extrañamente amplias; diría, en mis términos, de indeterminación, que permiten ir más allá de sí; pero cuentan con la falta a priori de su verdad. El hombre puede creerse Dios y no por ello serlo. La negatividad, en este sentido, mucho más que la positividad, que se precipita, es el objeto que alumbra la falta. Con ello se insiste: no hay en las categorías epistemológicas nada parecido a un absoluto de verdad, sólo se puede aumentar el cuidado de su negativ¡dad. Así pues, surge una clara dialéctica entre lo positivo y lo negativo; pero en relación a la forma de la conciencia, o sea, todo lo posible que nos incumbe, el conocimiento se amplía en su negatividad, desde lo que no sabe.
Si miramos una serie de unos tal como ésta (1111), y la reproducimos, digamos, un millón de veces, se asume como supuesto la cadena de unos. Y no sólo se suponen los unos en la verdad de su estructura, cuatro dígitos idénticos, sino que se hace idéntico el supuesto de su contenido, o sea, que en el 1 permanece su contenido. Si el 1 es mostrado como una abstracción límite, como lo que en ello es tenido en cuenta, digamos palitos, se hace todo para adaptar la repetición formal de la serie de palitos. Ahora bien, si los palitos que tomamos por verdad en la concepción de 1 se desvelan series de pares de formas confundidas con palitos, no tenemos licencia para hablar de la verdad de esos unos. La fuerza de la falsación es que hace negativo algo crucial, un supuesto velado que se precipitaba como evidencia.
Que el conocimiento sea negativo dice que el conocimiento no se sabe por ser sólo conocimiento, sino que es, más bien, una creencia, un límite a priori. Como no podemos avanzar el futuro con absoluta seguridad, el conocimiento no es más que un modo de conjetura.
El mundo de la ciencia, que ha permitido discutir estas cuestiones en planos antes de ella inimaginables, se precipita al pensarse a sí como ciencia, como su capacidad y no como el objeto de su acción. No por nombrar o mentar algo se tiene la relación supuesta, que viene, en términos fenomenológicos, después, esto es, históricamente; y sólo ahí podremos determinar su conocimiento. Este molde de limitación histórica es crucial y fundamental para el filósofo porque se enreda a sí mismo en la posibilidad de su ser continuo. La falsación tiene, heurísticamente, esto es, en la elaboración de la historia del desarrollo de las teorías, un sentido continuista, el apropiado para la ciencia; y uno filosófico, rupturista, que hace continuo el límite y negatividad del conocimiento.
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