Cualquiera que rastree el fenómeno de la comprensión se va a encontrar que pretende hacer continuo su objeto; sin ello no es posible hablar de comprensión.
La ética de los sentimientos se ubicó en la estética, una forma tosca de ética que sólo toma por objeto cosas dadas. Los sentimientos nos eximen, no necesitan de una identidad que los ordene a priori pues su tiempo está dictado. Quien encierra toda la ética en ellos vive básicamente su animalidad.
El hombre se ha de batir fuera de sí con el medio en el desarrollo de su historia. Como consecuencia de las formas, que inevitablemente determinan la experiencia, la precipitan, se trata con unos objetos que remiten de manera continua como pautas sujetas a la determinación de su tiempo. La costumbre, esto mismo, es la adquisición de formas. Su sentido es todavía estético, pues es historia como objeto del paso del tiempo.
La conciencia, un salto que permite la falta de continuidad entre representaciones, hace posible el tiempo. Al hacer posible el tiempo se hace posible, a su vez, su elección. Lo que ella implica, que no se puede definir al no estar dada, es el margen de responsabilidad con uno mismo. Eso es ética; como se ve, no una definición sino su objeto, el de la ética.
Es evidente que algunos no sólo precipitan sus conciencias sino que precipitan la suposición de la de los demás. La ética hace todo lo contrario, pone conciencia. A un ser vulgar le será, sin duda, más cómodo tener una regla para actuar y eximirse de su responsabilidad. Aunque tengo en gran estima el fenómeno de la religión, está plagado de buenos ejemplos de ello (defiendo que la totalidad de la experiencia humana significativa es religiosa, aun limitando la religión a la trascendencia y omitiendo a Dios). Los sentimientos y la costumbre no dictan la ética, la moral chapucera, si bien sí le dan cierto contenido sobre el que se trasciende; pero el salto verdaderamente ético es el de la conciencia.
El fenómeno de la comprensión, de una importancia extrema para mitigar los vicios de la ideología, es, en lo básico, ético. No compete absolutamente sino a uno con la trascendencia de uno mismo. No hay objetos que no sean trascendencias de una identidad; por su misma lógica, no son el caso. La falta de comprensión precipita a la expectativa de su recreo causal, es decir, a nihilizar su tiempo.
El cuidado de la conciencia no es un cerdo onanista que vive ligeramente, a costa de sus placeres, su irresponsabilidad; el cuidado de la conciencia es asunto filosófico que comprende sus términos.
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