La acidificación de los océanos
Otro de los problemas derivados del recalentamiento global, es uno del que poco se sabía hasta no hace mucho tiempo: la acidificación de los océanos.
Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) producidas en los últimos 200 años, fue absorbida en 1/3 por los océanos, según cálculos efectuados recientemente. El CO2, al disolverse en agua, produce ácido carbónico.
Esto, provoca que los océanos estén volviéndose más ácidos con el tiempo, y cada vez más rápido.
Las víctimas de esta acidificación son muchas: las larvas de la mayoría de los peces, por ejemplo, utilizan el olor para encontrar el camino correcto a sus hábitats naturales. Pero, debido a que el agua se está volviendo ácida, el olor es cada vez más tenue. Se han hecho experimentos, donde se utiliza un nivel de acidez igual al que se calcula tendrán los océanos hacia finales de siglo. Pues bien, en ese nivel de acidez, las larvas simplemente se desorientan, y no encuentran el camino correcto.
También hay que contar entre las víctimas de este problema, a los animales que fabrican su exoesqueleto con carbonato de calcio. Cuando la alcalinidad del agua se reduce (se vuelve más ácida), estos esqueletos, simplemente se disuelven. Entre estos animales, se encuentran los corales, plancton diminutos, ostras, mejillones, etc.
La mayor víctima del problema, es la Gran Barrera Coralina de Australia, considerado el ser animal vivo más grande del mundo. La acidificación dificulta que los corales formen su esqueleto, y que las algas calcáreas rojas (el "pegamento" que une los arrecifes coralinos en aguas turbulentas) corran también riesgo de disolución.
Los océanos podrían absorber 0,1 gigatoneladas de CO2 más que lo que pueden expeler. Actualmente, absorben 20 veces más: 2 gigatoneladas por año.
Las soluciones que se plantean por el momento son dos:
- Detener la causa, cortando las emisiones de CO2
- Volcar en el oceáno tiza pura, que neutralice la acidez. Pero, para esto es necesario 60 kilómetros cuadrados x 100 metros de profundidad de tiza, lo que seguramente provocaría otros daños colaterales.
El fenómeno fue descubierto por la bióloga Victoria Fabry, de la Universidad Estatal de San Marcos, California, cuando realizaba experimentos con Clio pyramidata, un pterópodo de un centímetro de diámetro. Al estar dentro de un frasco cerrado, estos pequeños animales provocaron con su respiración, que el CO2 del agua aumentara, y en ese momento, la bióloga vio que sus esqueletos se disolvían.
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