En estos últimos meses, incluso semanas, he visto pasar a la muerte por mi puerta. Se han ido amigos, dos, vecinos, cinco nada menos, y parientes, mis tías, un primo y mi abuelo. Me pregunta cómo saber si la muerte está a punto de tocarla la mía.
La verdad no se puede saber. Pero si nos podemos preparar.
El reparar la vida en pos de la eternidad es cuestión personal, pero es factible. De hecho lo hacen miles. La promesa de la vida eterna (Juan 10:2
es la meta a buscar.
Nuestra vida es apenas un instante y pasajera. Es verdad que requiere sacrificos y ponderación, no está exenta de tropiezos y males, pero también de felicidad, amor, y hasta diversión. Yavé es un Dios de amor, y por tal quiere que todos nos salvemos.
La muerte, entonces, se torna en un vehículo necesario y hasta vivificante para entrar en ese terreno que es la vida eterna, busquémosla para nosotros y para quienes nos rodean.
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