Amig@s :
Recuerdo que en mis años de predicador pentecostal, hasta el 1975, yo les daba duro a los que abandonaban el evangelio de Jesupablo. Sentía el mayor desprecio hacia gente que habiendo conocido la verdad de Dios, había renegado de su fe, pisoteando al Hijo de Dios, y teniendo por inmunda la sangre del pacto en la cual fueron santificados, y haciendo afrenta al Espíritu de gracia, tal y como lo leemos en Hebreos 10:29.
Para mí, en aquellos años, los que se apartaban del evangelio cometían el peor de los pecados. Y, al igual que la Biblia, yo los tenía por inmundos, comparables al perro que "vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno", 2 Ped. 2:22.
Y ocurría que cuando yo les diagnosticaba el cáncer del apóstata a aquellos creyentes tibios, mundanos, domingueros, quienes iban más a las canchas de baloncesto o de béisbol, o a los cines que a las iglesias, les exhortaba a someterse a una Bibliaterapia intensiva , a fin de sanarlos de su mal.
De más está decirles que muchos de los que contrajeron ese tipo de cáncer espiritual fallecieron, es decir, se fueron de nuestra congregación. El diablo se los llevó bien lejos del reino de Dios ... Otros, en cambio, siguieron mi receta médica y se sometieron al tratamiento que les prescribí acompañado de oración y de mucha ayunoterapia . Y no murieron espiritualmente, sino que se sanaron y siguieron en la iglesia.
El cáncer del apóstata, si no se trata a tiempo, no sólo afecta al que lo contrae, sino que también puede producir metástasis en las iglesias.
Cuando miramos las tres apariciones del fenómeno de la apostasía en el N.T., a saber, 2 Tes. 2:3; Hch. 21:21 y 1 Tim. 4:1, nos percatamos de que tanto "apostatar", como su deverbal "apostasía", implican separarse, apartarse de la senda trazada; seguir otro camino.
Continuará ...
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