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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
El simismo del Dasein está en que el reconocimiento de su comprensión es fenomenológico de una posibilidad trascendental de ser ahí, es decir, hace trascender su forma de ser entre unos márgenes que bordean la comprensión en lo que es más propio. Pero el otro arranca el cuidado de un ser propio y lo leva a una crispación del acto mismo en el que se sintetiza su solidaridad, una caída forzada. Se puede ver como un ser así, no ser ahí sino desplazado de su propiedad-mismisidad. No se reconoce y se desposee y amplía fuera de sí; más que caída sería pérdida.
La espacialidad se tuerce en mayor tosquedad y no sólo en momento del trato sino forma de la densidad impuesta. En su forma hay unas condiciones que no sólo han precipitado su tiempo, su olvido, sino lo fuerzan a un ritmo ajeno pero formalmente condicionado en lo que lo hace más impropio; es decir, la comprensión no se da desde uno sino desde el otro.
Con Hegel retomo lo que parece retomar él de Leibniz, y, en coherencia, se lo quito del poder de su idealismo –lo absoluto como algo, espíritu o Dios-. La cosa en sí no es una cosa, es su urgencia, y su dialéctica no es propia –esencial y monadológica- sino es lo que posibilita su forma de continuidad. Es crucial que la conciencia que indetermina no sea una mera forma de la continuidad de su proceso, como aquella profanación que descuidaba no hacer de nuevo sino sacralizar.
La conciencia como la veo no es lo propio sino lo hecho propio desde su conocimiento, sobre lo que se ejercita. El conocimiento es un proceso que se enmarca más en la totalidad que emerge en su saber que en la mera forma de su conocer. Su forma no se hace solidaria con su verdad sino con lo que se descubre en su finalidad.
Heidegger no llega a ligar lo afectivo a una otroriedad sino a un hacerse otro en su comprensión. Su Dasein no es sino lo más inteligible de su forma de ser; no traza realmente cómo pasa uno de ser uno a ser otro. La compasión por uno lo hace mucho más cercano a Nietzsche que a Schopenhauer. Schopenhauer no llega a hacer fuerza de la cogida, no crea un nuevo otro, sólo comprende la futilidad de la cogida. Aunque la voluntad no descansa, parece que su conocimiento permite un éxtasis momentáneo y fugaz de contemplación artística. Se capacita al verse desde fuera para soportar los males de este mundo, hacer trascender la identidad formal, la propuesta de Wilde de que la más sublime estética no es sino ética; supone poder abolir los rigores del tiempo. Pero la voluntad es creativa del tiempo, no lo padece. Nietzsche se hace esa voluntad
La creación de una nueva moral debe ser antes de nada una nueva comprensión de la ética como forma de creación artística y no sólo moralidad. Los conceptos no deben hablar del mundo sino deben crearlo, hacerlo nuevo. Como dijimos, la recuperación de lo que era olvido era, por ello, creación.
La solidaridad conceptual de Durkheim, tan similar a las formas de socialización de Simmel, mira lo propio –el sentido al otro- como un margen que trasciende. No es su conocimiento por su conocimiento sino por el margen en el que está, el margen que comprende. El conocimiento propio, el que se quiere propio como primacía, es un sentido vago. Popper, desde Mill, abría la sociedad a su provecho, pero es una noción en la que la ética se conoce y no se sabe. Trata al hombre como mero ganado que hace de su solidaridad –instinto gregario- una pereza.
Por ello veo importante poner el conocimiento ético de Schopenhauer más cerca de su voluntad, para cuidar de lo que más se olvida de tanto precipitarse.
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