En las postrimerías del siglo pasado y en los comienzo del presente aparece un vigoroso movimiento social y político que lleva al gobierno a elites nuevas con programas de clara impronta nacionalista y popular.
La razón central de este cambio es precisamente la crisis del modelo neoliberal que no solo desequilibra gravemente la economía (con efectos sociales desastrosos) sino que agota el espacio político de los partidos tradicionales. Se habla entonces con razón de un nuevo desarrollismo, con matices notorios de país a país y con una diferencia destacable según quien ejerza la hegemonía política. En la mayoría de los casos no se trata más que de aminorar los efectos más perniciosos del modelo vigente a través de ayudas económicas masivas a sectores marginales, creando una nueva forma de clientelismo que asegura victorias electorales y la paz social. En este caso no se afectan las estructuras económicas básicas ni las relaciones de dependencia. En el fondo, se repite, en otro contexto histórico una dinámica muy similar al desarrollismo tradicional con sus limitaciones y su enorme carga de impotencia y frustración.
Podría decirse que este nuevo desarrollismo, bajo la dirección o influencia de las elites tradicionales (inclusive sin participar directamente en el gobierno) resulta menos radical, menos progresista que el desarrollismo de antaño. En realidad ahora sería poco riguroso hablar de una fracción progresista de la burguesía nacional que apoye al nuevo desarrollismo; sería más preciso hablar de un desarrollismo mediatizado por la clase dominante en su conjunto y sus aliados extranjeros que presionan con bastante éxito a la nueva elite de extracción popular que ha llegado al gobierno, admitiendo medidas sociales que no afectan de manera importante sus intereses económicos básicos, lo mismo que un cierto nacionalismo en las relaciones internacionales que tampoco arriesga los compromisos asumidos con el capitalismo multinacional. Guardando las proporciones resultarían entonces más progresistas Getulio Vargas que Lula, Perón que Kirchner y Allende (o hasta el mismo Frei) que la señora Bachelet.
Su principal escollo como proyecto desarrollista es precisamente armonizar con los intereses de la clase dominante (y el capitalismo internacional). Por ese motivo no hay reforma agraria en Brasil y se mantienen tantas leyes de la dictadura en el Chile democrático (la legislación laboral, la educativa y buena parte de la penal), para solo mencionar dos ejemplos. Por la misma razón no se tocan en estos países del nuevo desarrollismo los intereses de las grandes compañías multinacionales, expresión moderna del viejo imperialismo.
De nuevo, la burguesía nacional criolla se muestra incapaz de llevar adelante un proyecto burgués moderno e independiente. Cómodamente instaladas en su condición de dóciles socios menores del capitalismo internacional, indolentes frente al destino sin horizontes de las mayorías pobres del país
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