Hace más de un año se tensó el tono en el foro de filosofía a consecuencia de mi crítica a una ética que llamé ética infantil. Se trataba de una crítica muy sencilla que, para suavizar el nombre, propuse como insuficiente o que no atendía a nuevas condiciones. A quien le molestó el nombre y no el objeto de la crítica le pareció poco el cambio nominal y se enquistó en esos términos. Debe ser recordado que el origen del término venía de la nueva sociología, es decir, de los nuevos problemas con los que trata la sociología.
Con una insistencia especialmente ridícula y un talante falsamente legislador de lo real se pretendió axiomatizar cuestiones tan complejas como la ética. A pesar de que la ética no se ubica claramente en un punto ni primero ni final, sino que ello es su reclamo como asunto claramente filosófico, se corrompió la bellísima Ética de Spinoza, maravillosa obra escrita hace más de trescientos años con lugares geniales y otros tremendamente enloquecidos. Las urgencias de hace trescientos años y los medios para pensar en ellas con la pretensión cartesiana hacían del asunto no más que un objeto de crítica filosófica, no un tratado de cientificidad. De lo contrario, se llama ciencia a la verdad del método y no a los objetos de su trato. No hay duda que esa ciencia de correlación fundamenta lo que define y hace agrupación sistemática de un mínimo sobre el que podrá extender sus condiciones.
El pobre Spinoza que tan profundamente pensó sobre la naturaleza de lo humano no quiso rebasar la verdad de sus términos y crispar la asimetría que se escondía tras ellos, una especie de cosa en sí inversa, la crucialidad experimental del momento científico, profanación y violación de la expectativa de la razón del mundo; no se niega su razón sino su carácter limitado y precipitación.
La crispación del orden es con claridad lo no unitario ni idéntico del mismo sino más bien la raíz de su modificación; es la presencia de la relación no categorial sino esencial, cosa en sí en pleno rozamiento, lo que debe ser tentado como verdadera extensión, es decir, no ir buscando su finalidad sino la irrupción de su novedad, que nos permitirá su comprensión. Ese es el momento ético donde la verdad no sólo se ve reflejada, sino se comprende, la importancia de lo absoluto del orden de Spinoza que comprende su verdad y su falsedad, y que reconoce el carácter gradual como cosa propia del ámbito de su expresión y no del objeto de la totalidad; habla de los términos en los que se refiere.
El orden ético es necesariamente especular en su proceso, no es una definición sino un plano de actividad sobre el que marcamos márgenes, lo que creemos que define y que no depende más que de esa limitación.
A pesar de que he ubicado el centro de mis teorías en una deuda de propiedad con ciertos maestros, no tengo miedo de apropiarme de sus ideas en mi malinterpretación. Cualquiera que lea lo que critico de la ciencia y la importancia que doy a un filósofo como Karl Popper debiera pensar que la limitación de esos términos está confundiendo el objeto y no prestando ninguna atención a su ciencia del desligue; si ubico mi proposición ética en una interpretación de la filosofía de Schopenhauer –válida para toda mi sociología y problema de conciencia- y se critica que hable de filósofos ancestrales –irónicamente ubicando el problema de conciencia en un Frankl que lo tomó de los términos de Schopenhauer o en una neurociencia que quiere no necesitar filosofía-, sencillamente, no se está a la altura del diálogo; si de Kant y Peirce extraigo la formalidad del cauce de relación como el objeto que define la intencionalidad, la que presta a su moldeabilidad, pero se toma como mero relativismo cognoscitivo, no se sabe ampliar la mirada más allá de lo que uno tiene ante las narices; si por decir algo que no se entiende se piensa que está hueco, más que ser palabrería vacía es falta de objeto de la mirada que lo ve; etc., etc..
La lógica de todos esos términos nunca es determinada sino en la finalidad que se pretende de ellos. La chapucería es sólo el tipo de uso que se hace de los objetos, es decir, indeterminarlos cuando se determinan y en su conclusión negarlos a la ampliación de su verdad; la chapucería es falsificar la propiedad, hacerse con un mérito que se pone en cuestión. ¿Qué es eso de pretender que la afirmación tiene contenido propio de verdad en relación a lo que afirma?. Eso no dice nada, su problema es el sentido de su ampliación, que cumpla su compromiso.
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