Debo reconocer,
que tu pulcro parabrisas
me bajó el parachoques al instante;
y las llantas ennegrecidas
disimularon rápidamente
las ganas que tenía de tomar tu volante.
Pero al mirar por tu espejo principal
no tuve atino,
y me dejé embriagar
por tu aroma recién estrenado.
Se pareció a un momento mágico,
el abrir tus puertas
resbalando de emoción,
cayendo sin reparos
sobre tu asiento trasero.
Pensé en cuarta, quinta,
hasta el fondo y sin reparos;
Pero no.
¡Qué delicia señora mía!
Qué placer más virgen
el sentir íntegro tu tapizado,
seduciendo mis manos
y nublándome el retrovisor.
Indiqué como corresponde
con mi luz de giro
aquella tamaña maniobra,
y sacando la mano oportunamente
para alertar al público.
Quisiste luego levantar el capot,
Introduciendo la herramienta
con singular maestría.
La brusquedad de la esquina
igualmente le impidió continuar
casi a punto de perder el rumbo.
Finalmente sugerí una marcha atrás,
disminuir la velocidad
e impedir el Airbag
del inminente choque.
Con sumo cuidado, además,
pues el alma es tan frágil
que en la primer frenada
se sale.
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