El momento filosófico tiende a alcanzar una claridad que sólo se hace consciente en el momento científico, aunque esta dependencia de la determinación se confunda fácilmente con la totalidad del sentido. Algunos quieren tomar el momento científico como la característica del proceso igualando momento con proceso. Esta majadería es el cientificismo, el olvido de la ciencia de su filosofía, olvido de su objeto. El soporte del cambio, el ejercicio que busca el sendero esencial, se olvida al determinarse y se ve así sólo lo que ha sido limitado; se llama ciencia a la limitación de la filosofía –velada o sin conciencia- que propusimos con Lakatos ciega. La reflexión casillar de esta especie sólo es científica como cacareo y eco y nunca filosófica o auténticamente científica sino en su descubrimiento. La conciencia del progreso del descubrimiento se encuentra y se hace posible en el proceso de su desensimismamiento, un plano limitado históricamente en donde no sólo se llama verdad al mero establecimiento que se deja al margen de su curso, sino también al adelanto de la posibilidad de una nueva conciencia. Esto no se debe confundir con delirios establecidos en petulantes y soporíferas cátedras filosóficas o con fanáticos de la absoluta insensatez, sino que es la esencia de la actividad filosófica. Si en algún momento esta actividad se hace casillar no es sino como pivote del cuidado de su propio avance. Esa es la esencia filosófica que mantiene a tono la conciencia de su urgencia y no su degradación por envenenamientos dogmáticos postulados desde posiciones que toman su proceso en el mismo ejercicio de su olvido, la verdad de su espejo.
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