Mis conflictos con lo sagrado, consagrado por el verbo, la barbarie y la mentira.
Esta es una sociedad que se sustenta en la palabra, en la cultura, en eso que se llama la construcción del conocimiento.
De aquí que se venere la obra, lo creado, se ejerza, e imponga, el culto a lo imperecedero, trascendental, a lo sagrado del texto, el verbo.
En muchos casos, de lo trasmisible en sí mismo en el texto, por el relato, la voz, la palabra, por el texto, como por los parlamentos reproductibles, transferibles, de lo supuestamente en tal sentido, tomado y tenido, capitalizado y empleado, como lo sagrado.
Estas marcas, estos signos, estos miedos descriptos sobre el papel, dejados en la piedra, insólitamente caminan, se mueven, viven y respiran, se hacen del agua y del tiempo, del espacio y el futuro, se desplazan y transportan, por y a través de nuestras manos, nuestros sueños, nuestros cuerpos, voces y palabras, vertebras y sangre.
Nos desplazan de la vida, se toman y apropian de nuestro tiempo y espacio, de nuestro esfuerzo y trabajo, de nuestros niños y futuro, de nuestros intestinos y arterias.
Pero son, según todos, las cosas importantes, las cosas sagradas, consagradas, grabadas a fuego, legado impuesto, maldición heredada, que actúa sobre el papel, la piedra y el acero, ni que hablarla sobre la carne y la sangre, estas son las cosa, los actos, los hechos, los decretos que se mueven como lo importante, sobre lo no importante, de tus genes manos y futuro.
No vayamos a pensar que las cosas trasmitidas, transportadas en la acción productiva del agua, la luz, los minerales, la papa y el maíz, la sangre, las manos, la saliva, el trabajo y el sudor de tus hermanos, y ni por los otros animales que nos rodean, no son cosas sagradas, no son cosas importante, no están consagradas como tales, para moverse por y en el lugar de lo sagrado, para transmitir y difundir lo sagrado.
No se podría actuar contra ellas, si lo fueran, como podríamos actuar como se actúa, en contra de lo trasmitido por los ríos, por la sangre, por los pies, por las manos, por el amor, por el trabajo, por la saliva, en procura de su dominio, explotación y sometimiento.
No, no pensemos, no vamos al diablo, al carajo, si pensamos.
Pensemos mejor, en las cosas sagradas, que nos son las trasmitidas, bendecidas , adoradas, legadas, trasportadas por las palabras, los libros, los textos sagrados, que no se pudren ni disuelven en la boca de nadie, de los que se sirven y alimentan tantas y tantas religiones, poder y gente importante.
Mientras ningún perro muerto de hambre, jamás se intoxicaría con tanto papel escrito.
(No sé, pienso, se me ocurre, en eso jóvenes, que presionados por el sistema, se los quiere condenar , iniciar en la orden, se los quiere introducir iniciar en el orden a la orden, por el principio de la gran obediencia a lo escrito, fundamento de la gran organización civilizatoria, de todos los cautivos y prisioneros del terror, que son educados, que la sociedad los educa y embute, de conceptos y ningún ejemplo de amor y respeto como contemplación hacia la vida, para digerirlos, convirtiéndolos en ejemplares , empleados, ejemplos silenciados, de la subversión de la vida, como verdaderos derrotados y comparecientes de la vida, que actúan contra la vida a apriori de la obediencia, silenciosos como obedientes súbitos del orden, traidores que no cuentan , que ya no tiene nada que decir, ni aportar, y que muchas veces salen, huyen vomitando, de los centros correccionales de la disciplina, de la inquisición de sus viseras, de la instrucción incrustación escrita, haciéndole la cruz a todo texto, papel escrito, como quien se niega a ser intoxicado, crucificado, masticado, digerido, incorporado, tragado, por el desarrollo de tal progreso, tal criatura, capital, gran mundo , universo simbólico.)
Pensemos en estos medios y transportes, de la imagen y la lengua, para ver qué cosas se mueven por ella, como cosas importantes y sagradas, a través de ella, más allá de ellas, y en función de qué objetivos.
Jamás pensemos que lo hacen, hambrientas de gente nueva y joven para seguirse realizando sobre el aplastamiento del dominio de la vida y el mundo.
Jamás pensemos en el miedo, el terror y el castigo, en la culpa, el pecado, en el sacrificio y el terrorismo simbólico; en la deuda histórica del cobro continuo de la derrota colonial, éstas son cosa que jamás se moverían, trasmitirían, legarían a las generaciones futuras sin culpas ni pecado, por el texto sagrado, por una factura impaga, de una deuda dudosa, por ningún patrimonio santo, ni libro escrito.
Jamás podría ser objetó del más grande y cruel de los negocios, y de la más baja de las explotaciones, habiendo tan pocos desgraciados, maldecidos, humillados, insultados, por su belleza y vida, en esta tierra, generosa y profunda, tales negocios, genocidios, etnocidios, en masa, no podrían prosperar.
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