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ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
El sentido del tema no es lo religioso como una religión definida, tal cual, sino el fenómeno religioso como problema sociológico. El enfoque que sigo es enormemente durkheimiano, y era mi intención al abrir el tema, exponer el sentido de la obsesión de Durkheim. Se estudia el tema incorrectamente al poner la mirada en la religión y no en el significado que subyace tras ella. Estoy harto de citar las casillas, pero el problema persiste más que lo que logro con mis aclaraciones. Las casillas son el supuesto formal que se asume sintéticamente y se despliega a partir del momento de esa síntesis. El problema de esa cosa en sí, el contenido que suponemos pero no reconocemos, y que nos ciegue con el exceso de luz de su oscuridad; es a lo que nos inclina, a nuestra pereza o falta de conciencia.
La relación es del tipo religioso-cultural-social. Unas veces hay un orden, pero no hay una lógica estricta; no es conforme a una ley, sino conforme a su naturaleza. La adhesión obsesiva al esquema del orden causal es la recreación de ese mismo orden en su imposición oculta y velada a su conciencia; ignorada pero supuesta. Esa verdad la he lanzado por la ventana. No niego la causalidad, sino que no me entrego a ella; la comprendo. El enfoque filosófico de la ciencia es el que mira para descubrir y no se contenta con la imagen reflejada en el espejo, es la diferencia crucial entre ciencia y cientificismo. Recordemos que los órganos son medio tontos, más volitivos que conscientes. El cerebro no comprende su síntesis, como no la comprende el ojo. Lo único que comprende es el significado posible, que es del que dependemos. Esta función no es lineal, sino problemática como cosa en sí para afuera. De causalidad, nada; ¡por la ventana!; cabalmente, problematización causal, conciencia en su ejercicio, es decir, comprensión.
Hace más de un año me permití aclarar esta cuestión a Santiago en un tema del Sr. Zigrino con una de sus típicas confusiones. La ley causal no es el problema sino nuestra dependencia o adhesión a ella. El enfoque de la urgencia es la deslegitimación epistemológica por el engaño al que conduce. Infinitesimalmente, nouménicamente, en su ridícula verdad, es el nihilismo de la estupidez humana.
El credo del que nos habla Elmundo es ese a priori que desplegamos en un cauce que no podemos sino recrear como significados ahí, es decir, objetos desensimismados y profanados. Estamos atontados de tantos enfoques finalistas y causales, pues no son sino miopía y espejismo; no son sino el retraso del ejercicio de nombrar y querer desligar así una identidad no deshecha, sino sólo nombrada.
No sé de influencias en Durkheim de Nietzsche, pero la profanación de los símbolos debe mirar primero por qué se profana, en qué consiste la profanación. Según Durkheim, que no era amigo de los dualismos o visiones dialécticas y dicotomizadas, eran el concepto que debíamos comprender para que fuese una herramienta útil. Lo sagrado no era en sí, sino en tanto que lo profano estuviese alejado de ello. Durkheim manejó informes antropológicos que Nietzsche desconocía y eso lo hace, quizá, algo menos filósofo. Al hacer crítica de esos hombres por medio de su actualización más que de su actualidad llegaremos más lejos. Ese es el afinamiento que propone mi pragmatismo, hacer las cosas posibles en el ejercicio de su conciencia. No es cuestión de si ésto es o no ciencia; ¡a mí qué me importa eso!; ésto es concebir filosóficamente una cuestión sociológica; que sea o no ciencia no es su caso; de ahí la incomprensión de que es otro caso.
Los símbolos no son un fenómeno del pasado, ni la religión una costumbre que nuestro escepticismo haya erradicado. El cristianismo ya no cumple la misma función que antes, por ejemplo, pero su estilo de trascendencia está tanto en las leyes como en el sistema económico.
Es verdaderamente desagradable tener que soportar cómo en lugar de estudiar a los clásicos no hacemos sino malinterpretarlos. La ética capitalista que Weber propuso no era esencialmente muy distinta de la de Marx, eran sólo distintas en las formas de trascendencia en las que se fijaron. Uno hizo su tumultuosa metafísica histórico-material y el otro su trascendencia económico-ético-social; y Durkheim miró lo mismo desde otro ángulo. El problema está en la trascendencia de los objetos y nuestro trato con ellos, pero pensamos que es algo distinto de nosotros mismos, nosotros somos la recreación de nuestro retraso.
Si queremos aprender de hombres nuevos, casos raros, nuevas condiciones, el sociólogo tiene hoy al alcance desde nuevas interpretaciones antropológicas a enfermedades típicas como el estrés o la depresión. ¿Qué pensamos, que son objetos independientes de su trascendencia?. Por ese camino no se llegará a comprender nada, sino sólo a malinterpretarlo.
La acción social de ir en coche o en avión no es muy distinta del cántico del paseo cuando se va a buscar agua al río, como no es muy distinto residir en una ciudad donde hay más oportunidades laborales de rezar por un dios del alimento.
El hombre actual está infestado de una ideología que no difiere esencialmente de cualquier otra religión. Si es ideología o religión, o cualquier otra casilla, no importa sino en relación a nuestro objeto de reflexión.
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